viernes, 22 de noviembre de 2019

Diccionario de mi deseo de escribir



Deseo de escribir

                Está ahí, en mí. Cartesianamente sé de su existencia porque lo siento. Lejos de las metáforas termodinámicas marxianas y freudianas (sobre todo freudianas) que nos hablaron de balances de energías y, sobre todo, de una supuesta entropía que desordena el sistema y que obedientemente deberíamos llamar "al orden" y que, por lo tanto, asumimos que sería reversible en su accionar; lejos de los maniqueísmos que oponen deseo y realidad o deseo y eficiencia, o proponen "canalizar", quizás disciplinar, esta inclinación (que me niego a llamar "energía"),  me encuentro más  próxima a la definición de Guattari quien "propondría denominar deseo a todas las formas de voluntad de vivir, de crear, de amar; a la voluntad de inventar otra sociedad, otra percepción del mundo, otros sistemas de valores" (2006: 255). Para este autor el deseo, en cualquier dimensión que se le considere, nunca es una energía indiferenciada, nunca es una función de desorden. El deseo sería el modo de producción de algo, el modo de construcción de algo, una forma productiva y creativa de vivir el mundo que está siempre profundamente distanciada del concepto de apropiación. Mi deseo de escribir es el deseo de producir escritura y, a través de esa producción, reunir de un modo efímero dimensiones de mí misma y del mundo. Querer escribir es esperanza, memoria, deseo, manía; es pulsión, amparo, supervivencia. "Querer escribir sólo puede decirse en la lengua del Escribir" (BARTHES, 2004: 43).

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Escritura

                Es un objeto social inmenso que no puede poseerse ni siquiera en ínfimos fragmentos.  Es un espacio de interrogación que te obliga a convivir con el dolor de la duda. Dice Barthes: "la escritura es el arte de plantear las preguntas y no responderlas ni resolverlas" (2005: 14). La escritura es la consecuencia de la actividad de escribir, actividad que depende para su práctica de saberes, de instrumentos y  de motivaciones. La escritura existe en un espacio; la actividad misma de escribir, que le da origen, se caracteriza por llenar un espacio en blanco con signos, se vincula con la materialidad, con el área que ocupa la letra en el papel, con el espacio de la letra en el blanco virtual de la pantalla, y que realiza la magia de inscribirse fuera del sujeto que escribe y ponerse en disponibilidad para la lectura de otro sujeto. La lectura es el revés de la trama que teje la escritura; ambas son, como sueño y vigilia, como luz y oscuridad, comple­mentarias. 
                Hay un proceso. Es el conjunto de mediaciones entre el sujeto que escribe y el objeto-escritura que resulta. A este proceso también lo llamamos escritura. Durante el lapso en que ocurre el proceso, el escritor realiza una multitud de elecciones que configurarán su escrito. Estas operaciones de selección y ordenamiento hablan de la relación entre el sujeto que escribe, el mundo y el lenguaje. Sassure lo dice así: "la razón de ser de la escritura es la de representar el sistema de la lengua" (1945: 72).
                La escritura ha sido conceptualizada como un objeto contradictorio, en el sentido que le da Walt Whitman a la contradicción: "Do I contradict myself?/ Very well then... I contradict myself;/ I am large... I contain multitudes" (2010: 137). Así Rancière dice que es el lugar: "donde el pasado y el porvenir, lo ideal y lo real, lo subjetivo y lo objetivo, lo consciente y lo inconsciente intercambian su poder. Es el pasado hecho presente y el presente lanzado hacia el futuro. Es lo invisible que se ha vuelto sensible y lo sensible espiritualizado. Es simultáneamente la presentación de sí mismo del sujeto-artista, la individualidad de la obra en la cual éste queda abolido y un momento del gran proceso de formación del mundo del espíritu" (2009: 82) y Barthes confirma en parte y agrega: "la escritura, históricamente, es una actividad continuamente contradictoria, articulada sobre una doble pretensión: por una parte, es un objeto estrictamente mercantil, un instrumento de poder y de segregación, tomado en la realidad más cruda de la sociedades; y, por otra parte, es una práctica de goce, ligada a las profundidades pulsionales del cuerpo y a las producciones más sutiles y más felices del arte" (2003: 88).
                La escritura, para mí, nunca resulta coherente y cerrada sobre sí misma, no es un escondite donde se tiene la impresión de que, dialécticamente o no, todo siempre estuvo bajo control. Busco una escritura conectada con el mundo, sus expectativas y sus contradicciones, una escritura ventilada, expuesta. La escritura es un campo de vibración donde las palabras surgen y se unen unas con otras, para después separarse, unirse nuevamente a otras y desaparecer al sabor de los flujos con los cuales el texto está conectado. La escritura es flujo que sin cesar se escapa y vuelve sin cesar.   

Publicación

                "Primero publicar, después escribir” no es un chiste. Decía Osvaldo Lamborghini: "Publicar o no escribir. Quiero: publicar. (…) Pero los inteligentes, los hombres sabios (…) me oponen una muralla inexpugnable: ahítos o hartos, es lo mismo, de mi charlatanería y de mi mala fe de homosexual contrariado, quieren mi texto, quieren Sonia (o el final) y no este par de ojos procedentes de mis íntimos cuadernos: estas palabras que sin ironía me renueven el corazón, perdido y feliz en la entrega al peor postor, al primero, ¿todo dicho Almas muertas y Gógol? Yo: Primero publicar; después, escribir” (2008: 345). Es que para publicar hace falta una clasificación, un género, como diría Steimberg "un horizonte de expectativas" para el lector. Porque publicar es querer vender y no se puede vender lo que no se puede definir, lo que no se sabe qué es. Pensando en la edición, Lamborghini comprendía el carácter fragmentario de su obra. Rebelde como Macedonio, sus papeles de reciénvenido eran “los papeles póstumos de un escritor genial” y Lamborghini primero debía morirse para editarlos, porque después de su muerte aquello que fuera “publicado” al fin sería escrito, sería un escrito. Escribir es un acto incoordinado, plagiario, sucio, cuyo producto es difícilmente vendible. El papel de la publicación, para la escritura, es nefasto e imprescindible a la vez. La escritura no es tal sin una lectura y la lectura es (casi) imposible sin la publicación. La "gramática de la legibilidad" a la que se refiere Emilia Ferreiro, esa exigencia de un tipo de texto "con título y autor claramente visibles al comienzo, con páginas numeradas, con índice, con división en capítulos, secciones y parágrafos" (2008: 48), forman parte de la transformación de la escritura al ser publicada. Esta transmutación no es simplemente formal, es ontológica. La escritura cambia al ser editada.
                Kafka podría ilustrarnos sobre esto. Poco antes de morir seguía recomendando la destrucción de sus papeles. ¿Por qué no lo hizo él mismo? Porque él no quería romper sus escritos sino evitar que se publicasen. Sabía que, al editarse, se perderían ciertas formas de creación. En los Diarios hay una frase que dice algo así como que todo puede escribirse, que ése es el desafío: semiotizar cada parte de la existencia. En relación con esto, acabar una novela o un cuento, ponerle un final o darle una estructura no le interesaba. La publicación necesita cerrar la obra, atarla a sí misma. Algunos autores logran, sin embargo, evitarlo. Por ejemplo Joyce en Finnegans Wake produce un tipo de escritura que ni siquiera la publicación logra amarrar, porque es una escritura casi sin significado, o sea abierta a todo significado, que se mete tan a fondo con el lenguaje que permanece abierta aun editada.

Libro

                El libro representa un ataúd para la escritura, pero una cuna para la lectura. El libro es un medio imprescindible para comunicar masivamente una escritura. Es la forma privilegiada en que una escritura accede al público lector en forma de mercancía. Personalmente, creo que Eco se equivocaba cuando dijo "la gente puede comunicar directamente sin la intermediación de las editoriales. Mucha gente no quiere publicar; simplemente quieren comunicarse entre sí. El hecho de que en el futuro lo harán por correo electrónico o por Internet será un gran beneficio para los libros, la cultura y el merado de libros" (2019). Pero si McLuhan estuviera todavía entre nosotros, escribiría un artículo titulado "Gutemberg strikes back". Está claro para mí que los libros no desaparecerán; solamente están redefiniendo su lugar en el sistema actual de medios.

E-book

                Inmediatamente después del cuerpo, el libro es el medio más antiguo para almacenar, recuperar y transmitir un mensaje. En él convergen lo fisiológico, lo material y lo tecnológico, entre otras variables. Robert Logan está convencido de que el libro sobrevivirá en su formato tradicional de códice y compartirá su existencia con el e-book o el smartBook y otras formas híbridas que pudieren aparecer (2009: 25) Esto es lo que sucede actualmente, ya que los lectores utilizan ambos modos simultáneamente según una serie de conveniencias de accesibilidad, tiempo, lugar, economía, estética y fisiología, como por ejemplo la posición del cuerpo y el cansancio visual. No solamente se comparte el tiempo de lectura sino que ambos modos de realizar esta actividad se influencian entre sí. Los libros en su formato de códice se han vuelto menos extensos, por ejemplo, porque los consumidores se han habituado a piezas de información más breves. Mientras tanto, el e-book nos retrotrae al pergamino, ya su forma es la de un rollo virtual.
                Propongo entonces que ambas formas del libro, en papel y digital, constituyen dos diferentes dispositivos y que, por serlo, no son automáticamente intercambiables ni mucho menos. Oscar Traversa, sostiene que los dispositivos “permiten pensar que entre medio y técnica se abre un espacio que requiere ser precisado –el del dispositivo, a nuestro entender―, lugar de soporte de los desplazamientos enunciativos” (2014: 30). Efectivamente, no "significa" lo mismo leer un libro en papel que un e-book. En primer lugar, el libro en papel ostenta un lugar más "prestigioso". Este prestigio proviene, fundamentalmente, del precio de uno y otro o, más bien, de la posibilidad de adquirir el segundo gratuitamente. Además, el e-book es intangible, no precisa del uso de las manos para su lectura, y esta intangibilidad junto con su gratuidad, hace que se lo viva como un objeto prácticamente inmaterial. El libro en papel permite apreciar el "trabajo" que ha sido depositado en él, su formato, el peso y color de la cartulina de la tapa y del papel del interior, las solapas y la contratapa con sus paratextos, generalmente inaccesibles en el e-book. Por otra parte, el e-book no puede atesorarse en esos muebles vistosos y ciertamente esnobs que son las bibliotecas personales y todo esto hace que se pierda de vista la inmensidad de las posibilidades masivas de lectura que comporta este dispositivo virtual.

Autor

                En 1968, Barthes propuso la muerte del autor. Sus razones eran buenas, excelentes, pero las del capitalismo resultaron mejores. No hay un autor porque no hay un mensaje "no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito eternamente aquí y ahora" (1994: 68). No hay un único sentido, claro que no, hay "un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original" (69). Lo único que realmente existe es la intertextualidad, la circulación del sentido entre lectores-escritores y escritores-lectores;  el autor no es más que esa pequeña luz de intersección entre los discursos de su sociedad, "el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original" (69). No hay autor pero en su lugar no hay una ausencia: está la escritura, "la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco y negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe (...), el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura" (65) que por fin fluiría sin cortes, sin pesos, sin empaque, sin marcas, sin precios, como el amor mismo. Pero, como decía anteriormente, el capitalismo es más fuerte y el autor muerto sigue vivo.
                Al año siguiente, 1969, Foucault va a proponer cierta morigeración de los dichos de Barthes. El autor sería, para él, una función "característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad" (1985: 18). Estos discursos que portan la función autor tendrían ciertas características. En primer lugar pueden ser apropiados, tienen un valor material regido por las leyes del derecho civil y penal y por lo tanto existen los "derechos de autor". Los discursos de tipo "literario" portan (en el presente) necesariamente la función autor. Esta concepción que privilegia las ideas de individuo, don, inspiración, genio, etc.  es la que permite la transmutación de la escritura literaria en mercancía. Estos conceptos se encuentran con dificultades en la realidad, ya que ciertamente el escritor es siempre distinto de sí mismo en cada una de sus escrituras, pero la crítica, en connivencia con la industria editorial, estima que siempre existe "un punto a partir del cual las contradicciones de la autoría se resuelven, encadenándose finalmente los unos a los otros los elementos incompatibles u organizándose en torno a una contradicción fundamental u originaria" (20).
                Casi cincuenta años después de esta conferencia, la obra literaria sigue firmándose. La literatura está deviniendo abiertamente cada vez más autobiografía. Ha quedado abolida la frontera entre ficción y verdad y entre escritura y existencia. La dimensión mercantil de la escritura, íntimamente ligada a la función autor, no es puramente económica, es más bien una economía política del discurso. La actividad de la escritura, como casi todas, está atravesada y gobernada por una red de circuitos de poder y de saber que se entrecruzan y refuerzan mutuamente y el instrumento que concentra y permite medir el valor de una escritura (no sólo en dinero sino en prestigio, poder personal o institucional) es precisamente el autor, la marca que asegura calidad, difusión, rentabilidad y éxito. El mercado editorial no es un mercado de escrituras sino de nombres propios de autores.

Poesía

                En un capítulo de su libro Siete noches, Borges dice lo siguiente: "Se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Entiendo que es un error" (1993: 152). Yo también creo que es un error y también recuerdo los versos de Guillermo Boido: "La poesía no se vende / porque / la poesía no se vende". Quizás sea por esto que la poesía no se ve desmerecida por aparecer en formatos virtuales, o lo hace mucho menos, como atestigua el éxito de maravillosos blogs como el de Jorge Aulicino o el de Irene Gruss.
                La poesía nos deja sin protección alguna, en esa "intemperie sin fin" de la que habla Juanele Ortiz, en esa "desnudez de todo allí" que menciona Juárroz. No hay recetas ni caminos del héroe ni procedimientos para estar adentro del poema, simplemente hay que entrar.
                Como todas las cosas de valor, la poesía es muy difícil de asir (recordamos a Barthes, el agónico querer-asir del enamorado). Eagleton señala que no se puede determinar un poema ni por la  "rima, el metro, el ritmo, las imágenes, la dicción, el simbolismo o elementos semejantes" (2007: 35).  Todo lo que importa en la escritura de la prosa se potencia  en la del poema: la materialidad del lenguaje, el dibujo de blancos y signos en la página, el ritmo de la prosodia, las fuerza de las imágenes, la magia centelleante de las metáforas.
                Alguien dijo que la poesía es el intento de preguntarle a las palabras qué somos.
Al producir poesía el escritor se despoja de todo lo que no sea la palabra. Estoy convencida de que hay una suprema fraternidad de la poesía, de que el poema siempre se escribe para todos. Decía Edgard Bayley: "Todo poeta sabe que la palabra no es instrumento. Es vida con los demás. Y en común. Soledad común. La declamación y la ortopedia de espíritu quedan a sus márgenes. Imposibilidad, por lo tanto, del poema de acceder a la tierra de los hombres, de alimentar su viaje. Quehaceres de la poesía: hacer innecesaria toda justificación" (1983: 31).
            

Bibliografía

BARTHES, Roland (1994) El susurro del lenguaje. Paidós. Barcelona.
-------------------  (2003).  Variaciones sobre la escritura. Paidós. Buenos Aires.
-------------------  (2004). La preparación de la novela. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-------------------  (2005)El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-------------------  (2006) El grado cero de la escritura. Siglo XXI Editores. Ciudad de México.
BAYLEY, Edgard (1983) La vigilia y el viaje. CEAL. Buenos Aires.
BORGES, Jorge Luis (1993) Obras completas. Emecé Editores. Buenos Aires.
EAGLETON, Terry (2007) Cómo leer un poema. Ediciones Akal. Madrid.
ECO, Umberto (2019) De la estupidez a la locura. Debolsillo. Madrid.
FERREIRO, Emilia (2008) Pasado y presente de los verbos leer y escribir. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
FOUCAULT, Michel, (1985) Qué es un autor. Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ciudad de México.
GUATTARI, Félix y ROLNIK, Suely (2006) Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de sueños. Madrid.
LAMBORGHINI, Osvaldo (2003) “La Causa Justa”, en Novelas II. Editorial Mondadori. Buenos Aires.
LOGAN, Robert (2009) "¿Qué es un libro? Pasado presente y futuro" en El fin de los medios masivos; Carlón, M. y Scolari C., editores. La crujía ediciones. Buenos Aires.
RANCIÈRE, Jacques (2009) La palabra muda : ensayo sobre las contradicciones de la literatura. Eterna Cadencia. Buenos Aires.
SAUSSURE, Ferdinand (1945) Curso de lingüística general. Editorial Losada. Buenos Aires.
WHITMAN, Walt (2010) Song of myself. Counterpoint. Berkeley.


Poleas y vísperas


Todo lo que conocemos se mueve
hacia la servidumbre.  
Busco un signo-ábside
a mi alrededor. Los días
bélicos
las  noches entrelazadas  
tan agriamente se transpira
no se acaba inagotable.
Yo estrofizo el desorden
su insistencia se transforma
en arco y altar.






Cuando él
el marinero sin litoral se tambalea
parece que
apenas
puede mantener la herida en los
pies y palidece
el cuello se le vuelve irritable
cree que nos hemos saciado
debe decir
poleas y vísperas
con voz susurrante húmedo oído
han de venir con regocijo.
Es una reunión de avivamiento que él dirige
y el mundo surge a sus pies
resistir dice debemos
resistir todo lo que es
vil lo que haya
caído bajo un hechizo
posiblemente atormentado
dice que deberíamos injuriar
todas las cosas por igual
miedo a la lluvia
miedo al agua
solo moho
en el púlpito se balancea se 
ve desconcertado
como si fuera un caballo
tímido por los golpes
busca algo que rompa
los bordes atrevidos  
de la luz donde se esparce
y deforma en azul
todo lo que podamos desear
hasta el final
lo proveerá
nuestro lisiado 
sordomudito
nuestro marinero señor
eieieio.

viernes, 26 de julio de 2019

¿Hay cultura latinoamericana?


Crear la historia con los detritos mismos de la historia
Walter Bejamin

La pregunta sobre la existencia de la cultura latinoamericana es, en realidad, una pregunta por la identidad. Las producciones culturales de todos y cada uno de los países de la América hispana son evidentes e innegables, pero esas producciones ¿están unidas por algún lazo invisible y tenaz?, ¿existe alguna marca, alguna esencia que las diferencie de otras y que permita hermanarlas? ¿O somos una simple copia, una “emanación de Europa” como decía Bolívar?
José Martí, escritor cubano nacido en 1853, va a proponer en su ensayo “Nuestra América” el concepto del mestizaje como ese atributo específico de lo latinoamericano. Dice al respecto Roberto Fernández Retamar: “Existe en el mundo colonial, en el planeta, un caso especial: una vasta zona para la cual el mestizaje no es el accidente, sino la esencia, la línea central” (1974, 9). Ese mestizaje es pensado por Martí, tanto en su aspecto físico como espiritual y cultural, como un lugar donde la identidad latinoamericana consigue incluir la permanencia de las tradiciones y modos de vida de los pueblos autóctonos. Sin embargo, esta idea va mucho más allá de una reivindicación de estos pueblos, el mestizaje funciona aquí como una síntesis que imposibilitaría la grieta: “No hay odio de razas, porque no hay razas” (Martí 2000, 211). Todos somos mestizos.



Como vamos a ver luego reformulado en otros autores, la idea de Martí no es la de rechazar lo europeo sino la de “apropiárselo” y mestizarlo, condensarlo, para lograr lo americano: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas” (2000, 206). Este injerto funciona como un proceso creativo; los elementos ajenos tienen que devenir propios. No es de ningún modo lo mismo ser influenciados o imitar que apropiarse: “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación” (2000, 209), y luego: “(los hombres nuevos americanos) leen para aplicar, pero no para copiar (…) Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena (…) La prosa, centelleante, va cargada de ideas. Los gobernadores en las repúblicas de indios, aprenden indio” (2000, 210).
Sin embargo, el hombre americano tiene una dificultad insoslayable: sus instrumentos para conocer, para nombrar, son ajenos, han sido impuestos por la colonización. Para lograr una forma propia, primero tiene que haber una conciencia que cree, que sintetice, una realidad americana: “No hay letras que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispanoamérica. (…) Lamentémonos ahora de que la gran obra nos falte, no porque nos falte ella, sino porque ésa es señal de que nos falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo” (2011, 164). Siendo una obra escrita en 1891, “Nuestra América”, más que una reflexión o una respuesta sobre la identidad de la cultura hispanoamericana, es un programa político para alcanzar tal identidad.
José Carlos Mariátegui, escritor peruano nacido en 1894, escribió “Heterodoxia de la tradición” en 1927. Mariátegui va a oponer el concepto “tradición” al de “tradicionalista” y va a caracterizar a la tradición como “viva y móvil”. “Hablo, claro está de la tradición entendida como patrimonio y continuidad histórica” (1988, 161). Para Mariátegui la historia y el pasado se encuentran condensados en la expresión del presente, por eso: “la facultad de pensar en la historia y la facultad de hacerla o crearla, se identifican (…) Quien no puede imaginar el futuro, tampoco puede, por lo general, imaginar el pasado” (1988, 164). La tradición, en el sentido enfático que le da Mariátegui, se reinventa permanentemente a través de la incorporación para las luchas de su  “espíritu” y su “sangre”, y no de los dogmas de la historia cultural momificada.
En el último de los “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, “El proceso de la literatura”, Mariátegui ve al Perú como una nacionalidad en formación, en la cual el “Proceso de la literatura” cumpliría un papel fundamental.  Al tomar esta posición contradice al marxismo dogmático de su época concibiendo la elaboración de una historia de la literatura como un trabajo lleno de implicaciones políticas: “La unidad de la cultura europea, mantenida durante el Medioevo por el latín y el Papado, se rompió a causa de la corriente nacionalista, que tuvo una de sus expresiones en la individualización nacional de las literaturas. El ‘nacionalismo’ en la historiografía literaria, es por tanto un fenómeno de la más pura raigambre política” (2013,145). La necesidad de hacer una nueva historia de la literatura es la necesidad de encontrarse con la tradición viva y móvil, ya que la historia oficial no incluye todos los elementos: “La flaqueza, la anemia, la flacidez de nuestra literatura colonial y colonialista provienen de su falta de raíces. (…) El arte tiene necesidad de alimentarse de la savia de una tradición, de una historia, de un pueblo. Y en el Perú la literatura no ha brotado de la tradición, de la historia, del pueblo indígena. Nació de una importación de literatura española; se nutrió luego de la imitación de la misma literatura. Un enfermo cordón umbilical la ha mantenido unida a la metrópoli” (2013, 148). Para Mariátegui el aporte del indigenismo, o sea los autores que escriben sobre el pasado indígena es fundamental: “el indigenismo literario traduce un estado de ánimo, un estado de conciencia del Perú nuevo” (2013, 204). Mariátegui postula que a través de la inclusión del indigenismo a la práctica literaria podría por fin romperse la visión monolítica del colonialismo y verse el carácter multiétnico y multicultural del Perú real, el de la tradición viva y móvil.
Al igual que Martí, Mariátegui cree que la cultura latinoamericana está en construcción: “Me parece evidente la existencia de un pensamiento francés, de un pensamiento alemán, etc., en la cultura de Occidente. No me parece igualmente evidente, en el mismo sentido, la existencia de un pensamiento hispano-americano. Todos los pensadores de nuestra América se han educado en una escuela europea. No se siente en su obra el espíritu de la raza. La producción intelectual del continente carece de rasgos propios. El espíritu hispanoamericano está en elaboración” (2017, 73).
Oswald de Andrade, escritor brasileño nacido en 1890, escribió el “Manifiesto Antropofágo” en 1928. Este texto declamativo y poético se inspira en el rito de algunos grupos originarios del Brasil de comerse al enemigo para incorporar sus virtudes. En el manifiesto, de Andrade hace la crítica del Estado, la sociedad patriarcal, el moralismo, la estética y las creencias; la crítica de todo lo heredado de Europa: “Contra las catequesis. Y contra la madre de los Gracos (..) Contra todos los importadores de conciencia enlatada (…) Contra el padre Vieira. Autor de nuestro primer préstamo para ganar su comisión (…) Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas” (1928, 1-3). Opone a estos conceptos “cadaverizados” una figura: la del indio.
Rechaza al “Indio vestido de senador del Imperio. Fingiendo que era Pitt. O figurando en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses” (1928, 3) porque “Queremos la Revolución Caraiba. Más grande que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en la dirección del hombre” (1928, 2). Se trata de pasar violentamente de un paradigma a otro y de ahí la necesidad del acto vanguardista: del indio que está subordinado al Estado-Padre al indio que moviliza la sociedad contra el Estado.
En su ataque a la “civilización” utiliza la sátira y el humor intercambiando los lugares de la cultura dominante y dominada: “Tupí or not tupí that is the question” y  “sin nosotros, Europa ni siquiera tendría su pobre declaración de los derechos del hombre” (1928, 2). Así de Andrade postula la presencia activa del indio en la historia europea e intenta desmontar los supuestos “universales” que esa historia nos vende. Los universales de la Revolución Francesa no son lo suficientemente universales, no llegan a reconocer al otro, aunque sin ese otro (sin el descubrimiento de América) ese proceso de emancipación nunca se hubiera producido.
El objetivo es cuestionar la tradición dada, buscar lo propio en esa materia que se resiste a ser eliminada, esa dimensión loca y pujante que se revela y se rebelafrente a la racionalización dominadora y patriarcal: “El espíritu se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo. El antropomorfismo. Necesidad de la vacuna antropófaga. Para el equilibrio contra las religiones del meridiano. Y las inquisiciones exteriores” (1928, 2)

Mestizaje, apropiación, antropofagia. Todas posiciones que, al mismo tiempo, rechazan y unen. Se trata de un modo de leer la realidad, de un estilo en la acción emancipadora, de una particular relación con el poder. La tradición ya no está quieta, el pasado cambia a medida que lo hace el presente. El mismo manifiesto antropófago comienza hablando de lo que une y no de lo que separa, aunque lo que une sea la devoración del otro. Buscamos la cultura de la “patria grande” aunque sepamos que no la encontraremos y, precisamente, porque sabemos que nunca dejaremos de buscar. Con los “detritos” de la historia cultural, usando una dialéctica solamente nuestra, vamos creando una historia nueva que nunca quedará terminada.

Bibliografía

Martí, José. José Martí y el equilibrio del mundo. México DF: Fondo de Cultura Económica, 2000.

Mariátegui, Juan Carlos. Peruanicemos al Perú. Lima: Empresa Editora Amauta, 1988.
--. Temas de Nuestra América. Tomo 12. Lima: Biblioteca Amauta, 2013. Disponible en Internet: http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/mariategui_jc/s/Tomo12.pdf
-- Obras. Barcelona: Ed. Lingkua Digital, 2017. Disponible en Internet: https://books.google.com.ar/books?id=b9TuIpY1Rj8C&pg=PA73&lpg=PA73&dq=#v=onepage&q&f=false
de Andrade, Oswald. Manifiesto Antropófago. Revista de Antropofagia, Año 1, No1, 1928. 

Monte






Ni para atrás 
ni para adelante
en enero
en la ruta.
Papá fuma
comisuras abajo
mamá se calla
y yo pienso en matar
a mi hermana de una vez.
No importan la inflación y López Rega
acá estamos en el 75
y nadie pregunta
qué nos impide avanzar.

Lágrimas de aceite en la laguna sucia
barro tibio
algo sin disolver
algo queriendo flotar.
La próxima vez
prometimos
será el mar
la próxima vez.
Una inmensidad salada
aire limpio
horizontes para gritar y entender.
Atrás está la laguna pantanosa,
como un mal sueño,
demasiado lejos para que importe.

sábado, 26 de enero de 2019

El sueño de Sor Juana


Vuestra Reverencia quiere que me salve ignorando:
Pues amado Padre mío, ¿no puede esta hacerse sabiendo?
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, “CARTA A SU CONFESOR”




                Sor Juana Inés de la Cruz escribe su obra El sueño en el año 1690, a los treinta y nueve años de edad, en la cumbre de la evolución de su pensamiento, cinco años antes de su muerte y en el inicio del quinquenio en el que lo perdería todo. Se trata del mismo año en que Sor Juana compone “Crisis de un sermón” por pedido del obispo de Puebla, Don Manuel Fernández de Santa Cruz, una crítica al “Sermón del Mandato” del padre jesuita Antonio Vieyra de 1650, en el marco de una disputa política con el arzobispo Aguiar y Seijas, quien era gran admirador de Vieyra. Fernández publica el texto sin autorización de Sor Juana, con el nombre de “Carta Atenagórica”,  pero se ocupa de limpiar su nombre, pues la acompaña de una respuesta, que firma como Sor Filotea, y que contiene un llamado de atención a la monja, a la que le reprocha entre otras cosas su excesiva curiosidad e interés en asuntos profanos. Sor Juana ya había recibido estas críticas, particularmente de su confesor, el Padre Antonio Nuñez de Miranda. La acción del obispo deja a Sor Juana en una posición muy delicada pero no duda en reaccionar con la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, fechada el primero de marzo de 1691. En este texto la escritora demuestra firmeza al defender sus convicciones intelectuales y entre otros conceptos expresa que sólo Dios puede juzgarla y que su inclinación al conocimiento proviene del impulso divino.
                Existen diferentes versiones de lo que sucedió después, la que encontramos más creíble es la que dice que el 2 de abril de 1693 el provisor eclesiástico del arzobispado, Antonio de Aunzibay y Anaya, inició lo que de hecho fue un proceso episcopal secreto contra Sor Juana, acusada de diversas culpas: sospecha de herejía, desacato a la autoridad y actividades incompatibles con su estado monacal (TRABULSE, 1995: 31). El proceso culminó con una sentencia rigurosa que obligaba a la monja a abjurar de sus errores, a confesarse culpable, a desagraviar a la Purísima Concepción, a no publicar más y a ceder su biblioteca y sus bienes al arzobispo Aguiar y Seijas, lo que equivalía además a la anulación expresa de testamento. Los documentos de la abjuración, las dos protestas de fe y la Petición Causídica de 1694 fueron firmadas con sangre. Después de que la hubieran silenciado para siempre, no resulta extraño que Sor Juana muriera al poco tiempo, en abril de 1695.
                En las producciones textuales mencionadas, producidas en el quinquenio 90/95, el yo de la autora, así como sus modelos de intervención, toman diferentes formas: velado, transparente y enmascarado. Velado en “El Sueño”, apareciendo solamente en los versos  617, “de esta serie seguir mi entendimiento”; 690, “el Hombre digo, en fin, mayor portento” y el verso final 975, “el Mundo iluminado, y yo despierta” (subrayados míos).  Transparente en “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, por ejemplo: “Así, yo, Señora mía, sólo responderé que no sé qué responder” (2018, 36). Enmascarado en las protestas de fe que se vio obligada a escribir.
                El poema apareció en el segundo y último tomo de sus obras completas, editadas en 1692 en Sevilla, con el nombre de “Primero Sueño” y con un epígrafe que decía: “que así intituló y compuso la madre Juana Inés de la Cruz imitando a Góngora”. Esta alusión a la “Soledad Primera” es un movimiento de adscripción y legitimación del poema, que se coloca  así a la sombra del texto de Góngora.  Es una silva de 975 versos. Esta métrica que se utilizaba habitualmente en la poesía barroca en poemas lírico-descriptivos, reflexivos, narrativos y didácticos es una combinación de heptasílabos y endecasílabos, de rima consonante libre, con versos no rimados y sin división en estrofas. El Padre Calleja, primer biógrafo de Sor Juana, hace el siguiente resumen: “Siendo de noche, me dormí. Soñé que de una vez quería comprehender todas las cosas de que el Universo se compone. No pude, ni aun divisas por sus categorías, ni aun solo un individuo. Desengañada, amaneció y desperté” (1996, 23).
              En el texto podemos encontrar diversas series temáticas que se encadenan bajo la ficción del sueño: mitológica, filosófica, teológica, fisiológica, físico-astronómica y jurídico-política.  En la serie mitológica el poema trae a colación personajes que tienen en común, casi todos ellos, el haber sido castigados por su atrevimiento o su desobediencia. En la serie filosófica se ocupa de las vicisitudes del alma en busca el saber y se refiere a los pensamientos de Platón y Aristóteles y junto con ellos a los neoplatónicos y tomistas. Encontramos también una serie teológica que refiere, en diferentes zonas del poema, al apocalipsis, a Evangelio de San Juan y a la Torre de Babel. Cuando comenta los procesos del dormir y el despertar hay una serie fisiológica que menciona los humores sin nombrarlos (serían la sangre, la melancolía, la flema y la cólera), el quilo, el corazón “vital volante”, el pulmón “imán del viento”, el estómago “científica oficina”, etc. Hay también una serie físico-astronómica, en la que se ocupa de los cuerpos celestes y sus movimientos. Todas las series confluyen en  la político-jurídica que refiere a los accesos o vías hacia el saber, sus riesgos y castigos, pero también alude a un mundo sin jerarquías donde equipara a todos: el rey, el campesino e incluso el Papa y llega a una teoría del buen gobierno.
                Se ha insistido en leer al poema como la historia del fracaso de un intento de saber. Roberto Echevarren dice: “El sueño es apoteosis y derrota” (2014, 155) y Arias de la Canal: “consciente de su fracaso metafisico, se resigna humildemente al ‘ignoramos e ignoraremos’ por la vía racional el ser del Cosmos” (1998, 47). Sin embargo en las numerosas referencias de la serie mitológica del poema, Sor Juana levanta un panteón de mitos profanos subversivos, que no son otra cosa que figuras de la audacia: Nictimene, las Mineidas, el Ascáfalo, Alcione, Acteón, Dedalo, Icaro y Faetón. La monja desarrolla una trama alegórica de la temeridad y el desafío y sus personajes se refugian en la noche pero solamente para poder mostrar su cualidad transgresora.  Del mismo modo que a los audaces se los ha confinado a la noche, es la protección de esa oscuridad y del soñar la que parece permitir al poema pensar de manera transgresora, y la llegada del día no solamente no traerá el escarmiento sino que nos dejará problematizando la naturaleza misma del castigo. Lo que da lugar a este tipo de interpretaciones es que Primero Sueño es un texto alegórico y oscuro. El conocimiento no es visto como culminación o epifanía, sino que es identificado con un tránsito, con un  viaje intelectual. Ese conocimiento no busca el triunfo definitivo sobre el saber del mundo sino que se constituye como primer eslabón de una praxis cognitiva que atraviesa los límites del poder.
                Nictímene, Ícaro y Faetón vienen a complejizar y hasta a negar la posibilidad de una lectura meramente punitiva del impulso intelectual osado. Dice Sor Juana sobre la primera: “la avergonzada Nictímene acecha/ de las sagradas puertas los resquicios/ o de las claraboyas eminentes/ los huecos más propicios / que capaz a su intento le abren brecha / y sacrílega llega a los lucientes/ faroles sacros de perenne llama/ que extingue sino infama/ el licor claro, la materia crasa/ consumiendo, que el árbol de Minerva/ de su fruto, de prensas agravado/ congojoso sudó y rindió forzado.”(vv. 27-38) La hija de Nicteo es sigilosa y es sacrílega, pero consigue llegar hasta la luz, hasta los faroles de que son alimentados nada menos que por el aceite del olivo, el árbol de Minerva, la diosa de la sabiduría.
                Por su parte Ícaro es víctima de un castigo, que al mismo tiempo que es ejemplar es famoso, tanto que nombra al mismo mar donde cae: mar de Icaria. Este doble valor le servirá a Sor Juana más adelante en el texto para establecer relaciones entre escarmiento, fama y deseo de imitación. Así, la osadía revela su faz útil o provechosa, porque la fama que gana genera en su público una voluntad de emulación. El adjetivo que culmina los versos dedicados a Ícaro: “(necia experiencia que costosa tanto/ fue, que Icaro ya, su propio llanto/ lo anegó enternecido)” (vv. 466-68, subrayado mío), indica que Ícaro, y metonímicamente su público, no están indignados por la desobediencia o satisfechos del castigo, sino que sienten empatía, ternura y compasión.
                El modelo definitivo del poema es Faetón. Sobre él dice Sor Juana: “y al ejemplar osado/ del claro joven la atención volvía/ —auriga altivo del ardiente carro—,/ y el, si infeliz, bizarro/ alto impulso, el espíritu encendía” (vv. 785-89) La simpatía es evidente: el impuso es alto, el joven es claro, el espíritu se enciende.  Continúa luego: “—más que el temor ejemplos de escarmiento—/ abiertas sendas al atrevimiento,/ que una vez trilladas, no hay castigo/ que intento baste a remover segundo/ segunda ambición, digo,” (vv. 791-95). Este trillar, estas sendas, están indicando claramente que la osadía, que la audacia abren caminos, que no traen temor al escarmiento sino que muestran la senda a seguir en ese mismo atrevimiento. Los castigados son entonces mártires. Son figuras ejemplares que permiten iluminar la ruta. Sor Juana  resalta la ejemplaridad de la acción intelectual infractora: “Ni el panteón profundo/ —cerúlea tumba a su infeliz ceniza—,/ ni el vengativo rayo fulminante/ mueve, por más que avisa,/ al ánimo arrogante/ que, el vivir despreciando, determina/ su nombre eternizar en su ruina,” (vv. 796-802). Ese eternizarse no es entonces tanto condena como fama.  El “ejemplar pernicioso” no engendrará censura, sino “alas a repetido vuelo,” y se puede deducir que conseguirá en sus seguidores perjudicar a la misma política represiva del escarmiento. Así triunfa en su derrota esta ambición cognitiva que: “del mismo terror haciendo halago/que al valor lisonjea—/las glorias deletrea/ en los caracteres del estrago”. (vv. 803-10).
                Esta perspectiva se completa cuando la divulgación induce la posibilidad de una imitación; lo que debería ser “vergüenza pública” se convierte en “fama gloriosa,” que puede producir la emulación futura. El develamiento de un acto, inconcebible antes de la transgresión inaugural, lo hace posible, lo hace materia de circulación pública y, como tal, modelo de acción: “que del mayor delito la malicia/ peligra en la noticia,/ contagio dilatado trascendiendo;/ porque singular culpa solo siendo,/ dejara más remota a lo ignorado/ su ejecución, que no a lo escarmentado.” (vv. 821-26). Es entonces que la dualidad éxito-fracaso se vuelve líricamente secundaria y se desprecia el resultado para destacar la pasión de saber, la verdadera virtud que continuará pugnando por abrir nuevas fronteras al conocimiento.

 Bibliografía

ARIAS DE LA CANAL, Fredo (1998). Las fuentes profanas de Primero sueño y otros ensayos sorjuanistas, Ciudad de México, Frente de Afirmación Hispanista.

CALLEJA, Diego (1996). Vida de Sor Juana, Ciudad de Mexico, Instituto Mexiquense de Cultura.
DE LA CRUZ, Juana Inés  (2014). "El sueño", en El sueño, Amazon libros.
DE LA CRUZ, Juana Inés (2018). Carta Atenagórica y Respuesta a Sor Filotea, Barcelona, Red Ediciones SL.
ECHEVARREN, Roberto (2014). "El sueño: una lectura" en De la Cruz, Juana Inés, El sueño, Amazon libros.
TRABULSE, Elías (1995). Los años finales de sor Juana: una interpretación (1688-1695), Ciudad de México, Centro de Estudios de Historia de México Condumex.

Simetrías




Las primeras penas crean el molde
como un bebé nautilus
construyen
el modelo opalescente.
                                    
Mi tortuga. Su pequeña vida eterna
ahora en el  hueco
excavado con una cuchara del cajón de la cocina,  
por donde la
tristeza me traga.
Las diminutas garras
contra mi palma
las piernas rechonchas.
Por la cúpula panal
la cabeza escamada nunca volverá
a salir.
Delicia de
la primera vez, cuando vi las cuerdas
debajo de la piel plisada
y las mandíbulas en miniatura 

se abrieron.

Los dolores más nuevos crecen
su forma se mantiene.
Las grandes angustias ya vienen. 
Sus bocas se abren más
y más, crean
la estructura para abergar
la pérdida,
criaturas marinas dentro de un universo
de perlas en espiral.

Llevá esa apertura
hasta tu oído y escuchá
los palacios vacíos.