El despertador suena a las seis en punto. Enseguida va a venir papá a buscarme para hacer los ejercicios de la mañana. Hoy me duele mucho la panza, pero ya sé que no puedo quedarme en la cama. Una vez se me ocurrió esconderme para no hacer los ejercicios de la mañana y papá me encerró en el bañito de abajo casi dos días. Silvina me hablaba a través de la puerta, me decía que no estuviera triste, que papá no era eterno y que algún día podría hacer lo que quisiera.
Damos dos
vueltas al parque corriendo y después empezamos con los ejercicios de fuerza.
Me cuesta muchísimo levantar las pesas porque papá les pone demasiada carga.
Grita: ¡Vamos! ¡Una más! ¡Son tres series de diez!
Llegamos a casa
y me baño. Me visto y papá viene a revisar lo que me puse. Como siempre, no
está de acuerdo. Estas bermudas parecen de maricón, dice. Tenés que bajar esas
caderas de mierda. Le digo que tiene razón, para qué discutir. Me pongo un
pantalón de fajina y una camisa azul.
Silvina es mi
hermana mayor, cumplió nueve el año que yo nací. Tenía otro hermano, Jorge,
pero se murió de cáncer. Papá siempre dice que se enfermó porque le saqué la
pelota y después se me cayó en un pozo de la calle, de los que hacen los
obreros del gas. Eso le bajó las defensas, dice y sacude la cabeza. Silvina me
consuela, me explica que papá está obsesionado con Jorge y me pide que lo
perdone.
A Jorge le
encantaban los deportes. Era muy bueno jugando al fútbol y papá lo acompañaba a
todos los partidos. Decían que iba a ser profesional y una vez vinieron los de
Independiente a verlo jugar. Papá habló con ellos y estaba contentísimo. Esa
noche comimos helado de chocolate.
Ahora no puedo
comer nada dulce, papá dice que en seguida engordo, que un deportista que está
gordo, está equivocado. Así dice.
Cuando Jorge
estaba enfermo, Silvina se ocupaba de mí. Papá y mamá estaban todo el tiempo
atrás de él. Al principio lo llevaban al médico casi todos los días. Yo entraba
a veces en su pieza a la noche para jugar y él no quería; se le cayó el pelo y
después lo internaron y no volvió más. Antes papá fue a ver un curandero y lo
contrató para que viniera a casa a sacar las malas energías. Quemó una planta
que dejó un olor muy fuerte, también puso piedras negras y vasitos con aceite
por todas partes. Silvina me contó que le pagaron muchísima plata, pero Jorge
se murió igual.
Ahora casi nunca
vemos a mamá. Se queda encerrada en la pieza y sale de noche cuando estamos
durmiendo. Después del entierro, papá empezó a llamarme Jorge. Me sacó de mi
habitación y me cambió a la de él e hizo achicar su ropa para que yo me la
pusiera. Me cortó el pelo al ras y me llevó a jugar a la pelota. Para que yo
aprenda más de fútbol, también vemos juntos partidos en la compu. Ayer vimos
uno del mundial de Italia del 90. A mí me gusta jugar a la pelota, pero no me
sale tan bien como a Jorge y papá se enoja.
Después del
desayuno me mide los músculos de los brazos y las piernas con un centímetro
—¡Qué cosa con
vos! —protesta— ¡No te crecen!
Yo pido
disculpas, como si los músculos fueran mi responsabilidad. Tengo muchas ganas
de hacer pis. Voy al baño y me siento a orinar y veo que hay sangre en el
calzoncillo. A pesar de las pastillas, sigo menstruando. Papá se va a poner
furioso.