INTRODUCCION
En su obra Del amor y otros demonios, Gabriel
García Márquez define: “El amor es un sentimiento contranatura, que condena a
dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera
cuanto más intensa”[1].
Sin embargo, sería apresurado concluir de esto que el
amor es, para el colombiano, solamente una especie de enfermedad “inevitable,
dolorosa y fortuita”, al decir de Proust, porque en su obra
--abarcadora como pocas de las pasiones humanas-- hay espacio para toda clase de amor; desde el regido por sus propias leyes, incontenible, desbordado, hasta el deseo moldeado poco a poco, detenido, retaceado; desde la pasión por el saber, por el desciframiento, hasta la afirmación más absoluta de la praxis; desde el sentimiento definido por el sinsentido al sostenido por la lucidez más terrible; desde los bordes del incesto hasta el matrimonio mejor asentado en el consenso social. A pesar de esta proliferación, de esta fecundidad, pensamos que podemos postular y responder la pregunta de ¿cuál es la índole del amor masculino en Cien años de soledad?
--abarcadora como pocas de las pasiones humanas-- hay espacio para toda clase de amor; desde el regido por sus propias leyes, incontenible, desbordado, hasta el deseo moldeado poco a poco, detenido, retaceado; desde la pasión por el saber, por el desciframiento, hasta la afirmación más absoluta de la praxis; desde el sentimiento definido por el sinsentido al sostenido por la lucidez más terrible; desde los bordes del incesto hasta el matrimonio mejor asentado en el consenso social. A pesar de esta proliferación, de esta fecundidad, pensamos que podemos postular y responder la pregunta de ¿cuál es la índole del amor masculino en Cien años de soledad?
Creemos que el amor y la soledad constituyen un par
antitético y complementario. El mito del nacimiento de Eros, que surge de la
unión de la Pobreza con el Recurso, ejemplifica esta relación ya que amaremos
lo que no tenemos: el objeto de amor es el objeto que falta. Josefina Ludmer
retoma esta idea cuando habla de lo que le sucede en la obra a los sujetos que
desean: “en Cien años no se encuentra
lo que se busca ni aparece lo que se espera”[2]. Después de explicar que
el amor es amor a algo, Sócrates dice que quien está enamorado quiere “lo que
no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, algo que él no
es y aquello de lo que carece”[3].
Pero hay que dejar bien en claro que en la obra no se
representan solamente seres huidizos que se desean y se escapan
irremediablemente o que apenas unidos ya no se satisfacen, sino que se
establecen también relaciones como la que imaginaríamos en Romeo y Julieta
sobrevivientes y que son las de toda pareja que perdura, “de agresión y fusión,
de castración y gratificación, de resurrección y de muerte”[4].
La novela está construida como un árbol genealógico y
por ello adquiere “una dimensión de profundidad ... la red de relaciones de
parentesco y sus determinaciones multidimensionales transforman al libro en una
especie de monumento que se recorre en todas direcciones”[5]. Es por esto que los
personajes masculinos pueden agruparse en relación a sus búsquedas vitales y a
su capacidad y forma de amar.
Este es el trabajo que realiza Josefina Ludmer,
graduada en letras y crítica literaria que actualmente es profesora en Yale,
USA. Ella divide a los protagonistas varones en dos grupos antitéticos y
complementarios. Esta división comienza con la primera generación de hijos
“José Arcadio Buendía es entero y doble, pero sus hijos son dos, hasta el fin
de la estirpe; dos hombres cuyos contenidos son contrarios y duales como lo
eran en el padre (…) Cada uno de los hijos de José Arcadio Buendía asuma una de
las partes de su padre y la expresa sobresalientemente-"[6]
Para ayudarnos en la descripción de las formas de amar
de estos personajes, buscar en sus motivaciones y profundizar en su psicología
elegimos un libro que trata de hacer un análisis profundo del amor, desde el
punto de vista del psicoanálisis, pero también de la filosofía y de la
historia. Se trata de Historias de amor
y su autora, Julia Kristeva, psicoanalista y lingüista, dice al respecto:
“Nuestra sociedad no tiene ya código amoroso. En cada relato privado, íntimo,
buscamos descifrar los meandros de ese mal que tiene una relación tan extraña
con las palabras. Idealización, estremecimiento, exaltación, pasión; deseo de
fusión, de catástrofe mortal tendida hacia la inmortalidad, el amor es la
figura de las contradicciones insolubles, el laboratorio de nuestro destino”[7]
De hecho, Cien años de soledad es un universo
completo con sus integrantes múltiples y contradictorios unidos por lazos
familiares dispuestos en el tiempo --cien años-- y ubicados en la centralidad
de la casa (que es el título que, para la novela, había pensado en un
principio el autor[8]),
un sitio de donde se sale, pero al que siempre se retorna, un lugar que a veces
se ofrece limpio, luminoso y aromático y otras sucumbe bajo el peso de la
decadencia y los insectos.
García Márquez pasó su primera infancia en una casa
muy parecida a esa, grande y antigua con un patio perfumado de jazmines, donde
su abuela, Tranquilina Iguarán, lo embelesaba y aterrorizaba a un tiempo con
historias fantásticas que ella aseguraba que sucedían en realidad. Allí también
vivía su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, a quien el autor definió como “la
persona con quien mejor comunicación he tenido jamás”[9]. Su estadía en esta casa
fue un puente de paz tendido por sus padres hacia sus abuelos, que no aprobaban
el matrimonio de su hija con un telegrafista, uno de los “aventureros” de la
“hojarasca”, como llamaban despectivamente a los inmigrantes de la fiebre del
banano que habían llegado a Aracataca, el pueblo donde su madre y sus abuelos
eran una de las familias más antiguas y respetadas. Los recuerdos de su infancia, el abuelo como
prototipo del patriarca familiar, la abuela como portadora de un universo
sobrenatural y mágico, la vivacidad del lenguaje campesino, aparecen,
transfigurados por la ficción, en muchas de sus obras ( La hojarasca, Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera)
y el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de Aracataca se transforma en
Macondo, que en realidad era el nombre de una de las muchas fincas bananeras
del lugar.
Luego de la muerte de su abuelo y tras vivir un breve
tiempo con sus padres en Sucre García Márquez cursa el bachillerato en
Zipaquirá, lugar del que guarda recuerdos sombríos y dolorosos y donde,
paralizado por la nostalgia de Aracataca, nunca llega a integrarse. Prosigue
sus estudios de derecho en Bogotá, donde sus impresiones no son mejores que las
de Zipaquirá, pero allí empieza a escribir, para el periódico El Espectador, sus primeras obras: diez
cuentos, de los que abjurará después, que constituyen su “prehistoria” como
escritor. Enseguida abandona los estudios de derecho y en un viaje a
Barranquilla conoce a un grupo de periodistas que le fascinan y decide
instalarse allí, integrándose en el llamado “Grupo de Barranquilla” al que le
debe el descubrimiento de los autores que más tarde se convertirán en sus
modelos literarios: Kafka, Joyce y, muy especialmente, Faulkner, Virginia Woolf
y Hemingway.
A partir de esta vivencia, García Márquez se interna
más y más en su relación con la literatura y en la experiencia de escribir. Sus
primeras obras no son precisamente un éxito; algunas las publica él mismo con
ayuda de sus amigos o tienen tiradas muy reducidas y no salen de las fronteras
colombianas. La hojarasca, La mala hora,
El coronel no tiene quien le escriba y El otoño del patriarca son sus
primeros cuatro libros, escritos en casi veinte años. Mientras tanto, pasa la
vida. El escritor viaja a Europa como corresponsal, se casa, nacen sus dos
hijos, se compromete políticamente con la Revolución Cubana, viaja a Estados
Unidos y a México. Es precisamente Cien
años de soledad la bisagra que separa estos años de lucha del escenario
completamente diferente que la fama y el dinero le proporcionan a partir del
éxito inesperado de la novela en 1967. Recibe varios premios, entre ellos el
Nobel de literatura. A lo largo de 33 años escribe Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera,
Doce cuentos peregrinos, Del amor y otros demonios, Noticia de un secuestro,
Historia de mis putas tristes y Vivir para contarla, una autobiografía
aparecida en el año 2002. En sus obras, la creación de universos propios, el
desarrollo de facetas inéditas de lo maravilloso, lo fantástico o lo mágico se
entrelazan con claras connotaciones ideológicas y culturales. Logra establecer
una sorprendente mirada al mundo, una actitud, una visión, que permite que lo
sobrenatural y lo insólito dejen de serlo y se inserten en la realidad.
La idea de Cien
años de soledad, o mejor dicho la idea de cómo escribir Cien años… se le ocurre un día de enero
de 1965 mientras conduce su Opel por la carretera de México a Acapulco.
Inesperadamente descubre que va a narrar la historia que viene madurando con el
mismo tono en que su abuela le contaba sus historias fantásticas, de un modo en
el cual “con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano”[10], y partiendo de aquella
tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo. Logra reunir cinco mil dólares y le dice a su esposa que mientras tarde en
escribir su novela se ocupe de todo y no lo moleste bajo ningún concepto.
Cuando después de dieciocho meses de duro trabajo la concluye, Mercedes le
espera con una deuda doméstica que sobrepasa los diez mil dólares. Para enviar
el manuscrito a Buenos Aires, a la Editorial Sudamericana, deben empeñar los
tres últimos objetos de un cierto valor que les quedan: una batidora, un
secador de pelo y la estufa. Cien años de soledad aparece en junio de
1967. El éxito es fulminante: en pocos días se agota la primera edición y en
tres años se venden más de medio millón de ejemplares.
La historia relata la saga de la familia Buendía, comenzando
con el matrimonio entre Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía quienes
constituyen una unión incestuosa entre primos. Recién casados, Úrsula no se
entrega a su marido porque teme que su parentesco les traiga un hijo con cola
de cerdo. Un conocido del pueblo, Prudencio Aguilar, comete la torpeza de burlarse
de José Arcadio por no haber consumado el matrimonio y éste lo mata. Es este
crimen y la posibilidad de otros semejantes lo que los aleja de su pueblo de
origen y los lleva a fundar Macondo. La historia se estructura sobre el árbol
genealógico generado por ellos y también se asienta sobre la historia de
Macondo, tomado como un pueblo arquetípico del Caribe colombiano que podríamos situar
entre los años 1855 (unos treinta y cinco años antes de la Guerra de los Mil
Días[11]) y 1955 (unos veintisiete
años después de la Masacre de las Bananeras[12]).
En las primeras páginas se nos adelanta mucho de lo
que sucederá y aunque no llegamos a comprenderlo nos deja una clara sensación
de predestinación. En esos capítulos iniciales se narra la fundación de Macondo
y algo sobre el origen de los Buendía y los Iguarán, que se remonta a la Riohacha
del siglo XVI, cuando los bisabuelos de José Arcadio y de Úrsula se conocen. En Macondo ellos
consiguen la proeza de comenzar de cero, con un mundo tan estrenado que “muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo”[13].
Luego llegan, como era de esperarse, los hijos: José Arcadio,
Aureliano, Amaranta, y con ellos la vicisitud de los consortes, de los hijos,
de las amantes, de los amigos y de los enemigos. Los varones de la casa son de
dos tipos: atolondrados, monumentales, tipos viriles, expansivos, como José
Arcadio; o retraídos pero batalladores, minuciosos, aunque casi siempre osados,
lúcidos y a la vez delirantes, como el coronel Aureliano Buendía, responsable
de numerosos alzamientos y de muchas guerras civiles perdidas. Las mujeres de
la familia permanecen en la casa, sosteniéndola con su infatigable trabajo, su
decisión y terquedad. En El olor de la guayaba, García Márquez
dice que es justamente de este modo como ve a los dos sexos “las mujeres
sostienen el orden de la especie con puño de hierro, mientras los hombres andan
por el mundo empeñados en todas las locuras infinitas que empujan la historia”[14]. Durante la infancia de los
hijos de la pareja fundadora es cuando cobran una gran importancia los gitanos,
que cumplen la función de unir al pueblo con el mundo, y traen sus inventos y
novedades (por ejemplo el hielo). Entre ellos, Melquíades, quien más que un
gitano es un sabio, traba una gran amistad con José Arcadio y en su vejez
escribe largos pergaminos que los personajes posteriores se empeñarán en
descifrar sin éxito.
Los dos hermanos terminan dejando descendencia con la
misma mujer, Pilar Ternera, que es la prostituta-pitonisa que da a luz a
Arcadio y a Aureliano José. Arcadio se une a Santa Sofía de la Piedad, una
mujer sacrificada y silenciosa a quien su nuera luego habría de confundir con
“una sirvienta eternizada”[15] y tienen, como sucede
tres veces en la novela, tres hijos: José Arcadio Segundo, Aureliano Segundo y
Remedios, apodada “la bella”. Los hermanos son mellizos y se divierten
cambiando sus identidades, al punto que llegan a compartir (aunque sin saberlo
uno de ellos) una amante. Tanto reiteran este intercambio que en algún momento
quedan trocados, siendo José Arcadio un “aureliano” y Aureliano un “josé
arcadio” y así continúan hasta la muerte cuando por un error los entierran en
tumbas equivocadas y les devuelven la identidad perdida. Es Aureliano Segundo
quien se casa (los únicos dos matrimonios constituidos son éste y el de Úrsula-José
Arcadio Buendía) y su mujer es Fernanda del Carpio, un personaje que García
Márquez utiliza para criticar a la aristocracia bogotana y que vive pendiente
de las formas y los ritos, intoxicada de prejuicios y sueños aristocratizantes.
Son ellos los que tienen los últimos tres hijos de la dinastía: José Arcadio,
Renata Remedios (Meme) y Amaranta Úrsula. En los dos mayores los Buendía
depositan sueños de grandeza: José Arcadio está destinado a ser Papa, según su
tatarabuela centenaria y ciega que le vuelca agua perfumada en la cabeza para
reconocerlo en la casa; Remedios no puede aspirar a menos que un noble para
compartir su vida. Ambos personalizarán profundamente la caída de la familia;
el primero se transformará en una especie de “Adonis decadente”[16] y Meme, enamorada de un
obrero de la más baja extracción social, tendrá un hijo bastardo y terminará
sus días, muda, en un convento de clausura.
Amaranta, escapará del peso de las ambiciones frustradas de sus
ancestros y se transformará en la mujer más libre, bella y plena de todo el
libro. El destino la une a su sobrino, el hijo bastardo de su hermana, sin que
ninguno de ellos conozca el parentesco, y se enamoran locamente hasta concebir
el temido “hijo con cola de cerdo” prometido desde el comienzo de la historia.
Cumplido el presagio, los nudos se desatan, se descifran los pergaminos de
Melquíades y el huracán se lleva al último sobreviviente junto con lo que queda
del pueblo; es el fin.
DESARROLLO
Destino y
propósito de los personajes masculinos en Cien años de soledad
Antes de analizar la forma en que
los protagonistas varones de la historia aman y son amados, queremos hacer una
breve descripción de su papel dentro de la novela. En los comienzos de Macondo
nos encontramos con una primera pareja incestuosa: José Arcadio Buendía y
Úrsula Iguarán, quienes fundarán la estirpe de los Buendía, a pesar de ser
primos. Después de vencer la resistencia de Úrsula y asegurar su descendencia,
José Arcadio se dedicará por completo a la búsqueda del conocimiento y la
verdad. Lo hará a través del personaje de Melquíades, quien le llevará las
noticias del mundo y quien le legará los manuscritos que contienen las
respuestas definitivas del destino de Macondo. Los dos grupos masculinos (los
Aureliano y los José Arcadio) son los encargados de hacer avanzar la historia.
Ellos van desarrollando a través de etapas las tareas planteadas desde el
comienzo: el desciframiento de los manuscritos y la consumación de una nueva
cópula incestuosa que traerá al mundo al temido hijo con cola de cerdo[17]. Para García Márquez la
voluntad masculina es la encargada de realizar los dos trabajos esenciales de
construcción de la realidad: el del saber y el de la reproducción. Son los
hombres los que trabajan para conocer la verdad y son nuevamente ellos los que
quiebran la resistencia femenina y siembran su semilla.
Según dice Ludmer, para expresar
estos dos aspectos fundamentales García Márquez realiza una división de sus
personajes masculinos en pares irreconciliables.[18] El primer grupo, los José
Arcadio, llevarán a cabo los trabajos referentes a la reproducción. El segundo
grupo, los Aureliano, realizarán las tareas mentales que llevarán al
desciframiento de los manuscritos. Este esquema nace con el primer dúo de
hermanos y continúa de ese modo hasta el final, generando tres pares opuestos
“mente - cuerpo”.[19] Los varones que no participan de esta
separación y en cambio representan una unidad dual, que contiene ambos grupos
en un solo personaje, son José Arcadio Buendía, al abrir la ficción, y
Aureliano Babilonia, al cerrarla.[20] De un modo marginal,
tampoco participa de esta división funcional el último José Arcadio, que revela
claras tendencias homosexuales, aunque García Márquez es reticente a
explicitarlas.
José Arcadio
Buendía. Pasión y desmesura
Contiene acabadamente los dos
mundos masculinos: mente y cuerpo. La unión inicial con Úrsula Iguarán está
condenada por incestuosa, es perseguida y rechazada por su familia y por su
medio social. Los primeros meses de la pareja en los que no pueden consumar el
matrimonio, la prohibición los persigue y “forcejaban varias horas con una
ansiosa violencia”[21]. José Arcadio Buendía
impone su voluntad, aunque tenga que ser a través de un crimen, el de Prudencio
Aguilar, y una huida, hacia Macondo. En esta primera parte, el patriarca
pertenece definidamente al grupo “cuerpo”: seduce y preña a Úrsula, mata a
Prudencio Aguilar, se desplaza, funda Macondo, tiene tres hijos.
En la segunda parte, que comienza
con la llegada de Melquíades, se revelará como un integrante decidido del grupo
“mente” tomando todas sus características: pasión por el conocimiento,
curiosidad, soledad, liderazgo político, frialdad.
Sus relaciones amorosas estarán
signadas por esta desviación de su personalidad. En el comienzo se revela como
un amante decidido, pero luego abandona este rol y se retira a desentrañar el
mundo y sus leyes. Pero lo que nos llama la atención en este personaje es su
pasión, su desvelo, la intensidad de su deseo. San Agustín decía “el deseo es
la concupiscencia de la cosa ausente”[22] y José Arcadio no parecía
tolerar fácilmente la ausencia del objeto de su deseo “habiendo abandonado por
completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio
vigilando el curso de los astros y estuvo a punto de contraer una insolación
por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía”[23]. Si tenemos problemas
para amar es porque tenemos problemas para idealizar, dice Kristeva[24], y éstos son justamente
los inconvenientes que José Arcadio no tenía: erotizaba los objetos deseados
con toda la desmesura de la que era capaz. Por último no debemos olvidar que él
es el único personaje que se volvió loco, que se alejó definitivamente de la
realidad, que no consiguió manejar su descomedimiento y aunque ya estaba muy
viejo “se necesitaron diez hombres para
tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del
patio”[25]
El grupo “mente”
y la necesidad de saber
Los Aureliano son los destinados
por el autor a realizar el trabajo mental. Son silenciosos, solitarios,
intuitivos, y fríos de corazón.[26] Son los que dejan una
herencia cultural y no física,[27] son los que trabajan y
acumulan, son los que subliman.
El primer Aureliano. El amor por
sí mismo
En la historia de Aureliano, el
segundo hijo de Úrsula Iguarán y José
Arcadio Buendía, encontramos una descripción acabada de un narcisismo
secundario[28],
una estructura psíquica que experimenta el amor a sí mismo, como fundamento, a
la vez necesario y limitativo, de todo amor.
Veamos cómo esto se expresa en la
novela. En la primera etapa, en su juventud, Aureliano se enamora de una niña.
Esta pasión, que es claramente pedófila, se reitera en otras novelas de García
Márquez y puede reconocerse como una obsesión del autor.[29]
Restaurar la pasión de ser padre
y hacer de ésta el modelo de la pasión amorosa, eso es lo que está radicalmente
en juego en la pedofilia. Es la razón por la que el pedófilo está íntimamente
persuadido de hacer el bien a los niños con los que tiene relaciones amorosas o
sexuales. También es por lo que está convencido de ser mejor educador --mejor
porque más verdadero-- que el padre legal. Una pasión que no rechaza ni reprime
lo que implica de sensualidad y de erotismo. Hay que señalar --es un criterio
decisivo para distinguir al pedófilo del homosexual pederasta -- que el
pedófilo elige al niño pre-púber. En efecto, a lo que apunta la perversión
pedófila es al niño cuyo cuerpo o cuyo espíritu no han elegido aún
verdaderamente su sexo. La exigencia de que el niño sea elegido antes de la
manifestación de la pubertad significa que el pedófilo busca, en el niño que le
atrae, el desmentido de la diferencia de sexos. El niño elegido por el pedófilo
es el tercer sexo. O más exactamente es el sexo que une, confundiéndolos, los
polos opuestos de la diferencia sexual.
En todo caso, el psicoanálisis
del pedófilo permite poner en claro que, lo que el pedófilo busca encontrar y
hacer aparecer en la figura infantil elegida por su pasión es
a él mismo. Ahí es donde se
manifiesta hasta qué punto él mismo se ha quedado convertido en un eterno niño
imaginario.[30]
Efectivamente, Aureliano se enamora de Remedios, una niña de nueve años que era
impúber, cosa que el novio “no consideró como un tropiezo grave”[31]. Luego de un breve
matrimonio, Remedios muere y comienza una segunda etapa de Aureliano, dedicada
a la política y a la guerra.
En esta segunda parte, Aureliano
encuentra una nueva forma de amarse a sí mismo a través de sus convicciones
morales. Es una búsqueda del bien y de la verdad que él encuentra depositados
en él mismo y que a partir de esta convicción trata de socializar. Esta forma
de amor no tiene, para él, nada de malo y se parece mucho a la concepción de
Santo Tomás que piensa que el amor a sí
mismo, a lo propio, es lo que demuestra la presencia del bien y es la única
posibilidad que permite un intercambio amoroso posterior. Uno se ama, según el
tomismo, porque tiene la experiencia propia e inmediata de participación en el
bien y porque está más próximo a sí mismo que a cualquier otro. Esto proviene
de la naturaleza, porque todas las cosas se aman a sí mismas más que a las
otras.[32] En el Tratado de la caridad, dice Santo Tomás
que el amor a sí mismo, liga al hombre consigo, pero además le procura “algo
más”, porque al amarse consigue unirse y ser una unidad. Y sólo una vez
consumada esta unidad se puede realizar la unión con el otro en la amistad o en
el amor. El ser inteligente, por lo tanto, no se deja mover por el objeto
deseado (y aquí parece haber una respuesta para los períodos de febril
actividad o de quietud total de Aureliano) sino que juzga si el objeto conviene
a la idea del bien antes de moverse.[33]
Úrsula se da cuenta de que
Aureliano “no le había perdido el cariño a la familia a causa del
endurecimiento de la guerra (…) sino que nunca había querido a nadie” y
pensamos que en esto acierta con el carácter de su hijo pero también cree que
“no había hecho tantas guerras por idealismo (..) sino que había ganado y
perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia”[34] y creemos que en esto se
equivoca porque Aureliano no se considera mejor ni peor que los otros, ni
necesita probarse en una lucha; es que simplemente el amor por sí mismo lejos
de ser un fin mortal o un engaño desastroso resulta para él una vía de
salvación. Queda al amparo de los sentimientos, refugiado en la dureza de la
razón, que es el motor de su ética política, y en los ritos de la costumbre y
del trabajo que lo envuelven hasta su muerte.
Aureliano José. El Edipo y la
muerte
Este Aureliano es una sombra de
su padre. Su vida se truncó dos veces: la primera, al enamorarse de Amaranta;
la segunda y definitiva, cuando la muerte lo encontró a través de una bala
imprudente del capitán Aquiles Ricardo.[35]
A primera vista no parece
pertenecer al grupo “mente”. No lo vemos buscando el saber ni relacionándose
con los demás a través de sus ideales o de sus valores. Sin embargo, está
ubicado en una etapa anterior y si su vida no se hubiese tronchado quizás no lo
habríamos visto casado con Carmelita Montiel sino descifrando los pergaminos de
Melquíades o siguiendo en la guerra los pasos de su padre.
Creemos esto porque es justamente
la prohibición de la relación edípica la que lleva al hombre a desplazar su
objeto de deseo de la madre vedada al saber, objeto que se aureola para el niño
pequeño de la energía y sabiduría maternas[36]. Calco de la madre ideal,
este objeto del saber permite al hombre construir su yo ideal y buscar con
entusiasmo un objeto inmortal e inmutable. Es a través de la fecundidad
simbólica, que crea objetos de sabiduría, que el hombre soslaya lo femenino y
la muerte.[37]
Pero nuestro Aureliano José no
pudo eludir ni lo uno ni lo otro.
Amaranta como madre sustituta le permite los juegos sexuales, aunque no su
consumación. De este modo sigue siendo “madre” en lo simbólico, pero sin que un
corte, claramente establecido, le permita a Aureliano acceder a un nuevo objeto
de deseo. Cuando la prohibición se produce, ya es tarde y sobreviene la muerte.
Con esta interpretación
rechazamos la lectura que Ludmer hace de este personaje en el sentido de que su
personalidad está invertida y es, en realidad, un integrante del grupo “cuerpo”[38]. Como veremos más
adelante, los Arcadio tienen una personalidad completamente diferente que está
sustentada en la transgresión y en la alegría y el goce de vivir.
José Arcadio Segundo. Sublimación
y melancolía
Se trata, en realidad, de Aureliano Segundo. El cambio de personalidad,
en este caso, es solamente confusión de nombres debida a la costumbre de los
gemelos de intercambiárselos.
Es un integrante absoluto del
grupo Aureliano: trabaja, participa en las huelgas, es dirigente gremial, se
salva de la muerte, se encierra, trata de descifrar los manuscritos.[39]
Su inclinación política es más
profunda que la de su tío abuelo. No solamente participa activamente en las
luchas en pos de sus ideales y de la justicia sino que asume el papel de
historiador dotando a estas luchas de una perspectiva temporal.
José Arcadio Segundo nunca se
enamoró. Si participó en actividades tan diversas como la sodomía con burras,
las riñas de gallos o la asistencia al párroco como monaguillo todo lo hizo
bajo el signo de una misma pasión: la curiosidad, la necesidad de saber.
Este tercer integrante del grupo
“mente” realiza acabadamente lo que Aureliano José no pudo lograr: desplazar el
deseo edípico hacia el saber. En El banquete, Diotima, la gran sacerdotisa de
Mantinea, la sabia extranjera cuyos sacrificios habían salvado a Atenas de la
peste, dicta a Platón la concepción ideal del amor.[40] La clase de amor que
Diotima explica está en total consonancia con los Aureliano. Se funda en la
procreación o en la creación, la generación de cuerpos o de obras que aspiran a
la inmortalidad. En el primer caso, a través del amor físico, se deja
descendencia; en el segundo, la energía física se sublima y se transforma en
creación. Esto es lo que hace José Arcadio Segundo: sublimar, y lo hace de un
modo no exento de melancolía –definiendo melancolía como lo hace Kristeva: como
una preocupación permanente en el plano moral y un rechazo doloroso en el plano
sexual.[41]
El grupo
“cuerpo” y una posición amoral
Los integrantes de este grupo
poseen características físicas descomunales, cuerpos enormes, penes
extraordinarios. Son extrovertidos, apasionados y seductores[42] Su falta de apego, su
insolencia, su risa con y contra lo prohibido los hacen parecer sin
interioridad, desprovistos de moral. Para ellos la vida es más bien un juego,
un goce, hasta un objeto artístico si se quiere.
El primer José Arcadio.
Transgresión y goce
Dueño de un cuerpo inmenso y de
una “masculinidad inverosímil”, su función primordial parece ser la de gozar.[43] No trabaja ni acumula
riqueza, solamente vive o toma de la vida todo lo posible. Esta libertad no es
un valor para él; no es más que un juego, un desahogo más que una
reivindicación. Es la gloria del gasto, del derroche, como si el autor quisiera
mostrar el reverso gozoso del cristianismo. Su brío desenvuelto, extravagante,
lo adorna con un misterio en el que se mezclan la fascinación con una pizca de
ternura ante la fragilidad infantil del que no sabe posponer lo que desea.
José Arcadio no sabe y no quiere
renunciar a lo que desea. Su vida es un constante desafío a la Ley: no trabaja,
vive de las mujeres, come carne humana, se apropia de tierras ajenas, se casa
con Rebeca, su hermana adoptiva.
Esta pasión que sintió por Rebeca
y que lo llevó a dejar su vida errante y a atenerse a ciertas obligaciones,
¿hubiese sido posible si ella no era una mujer prohibida por el parentesco?
Lo cierto es que José Arcadio
realiza una apología de la transgresión que culmina en el misterio de su
muerte, que es un asesinato ¿Quién lo mata? ¿Es Rebeca consciente de alguna
infidelidad? ¿Es alguno de los hombres de Macondo, que son, en tanto hombres,
sus rivales? No lo sabremos. Nos queda el recuerdo del gozador que se sostiene
en la afirmación de la posibilidad del gasto, de la pérdida, hasta el infinito,
para nada, por la gloria, por la vida.[44]
Arcadio. Transgresión y
procreación
A pesar de que tiene la fuerza
brutal de su padre, José Arcadio, y su
nombre, creemos que este personaje se coloca en una posición equívoca, similar
a la de su contraparte Aureliano José. Los dos se desarrollan poco y mueren
tempranamente. El también tiene una atracción
irresuelta con su madre verdadera, Pilar Ternera, de la cual, como el
verdadero Edipo de Tebas, desconoce la identidad. Sin embargo logra una pareja
con Santa Sofía, una mujer cuya existencia solamente se conoce a través de sus
hijos (“tenía la rara virtud de no existir por completo sino en el momento
oportuno”[45])
y que es una relación que desarrolla muy poco amor y menos pasión. Aquí también
discrepamos con Ludmer que dice que Arcadio cumple funciones de Aureliano[46]. Creemos que es un claro
integrante del grupo “cuerpo” porque no solamente tiene la fuerza y el tamaño
físicos sino que también tiene una clara tendencia a la transgresión
característica de los Arcadio y que no existe en el grupo Aureliano.
Arcadio desarrolla su
enfrentamiento con la ley en el campo de la política, ya que no puede hacerlo
en el de la sexualidad. Como gobernante se apropia de lo ajeno y se hace rico
ilegalmente, encontrando allí su posibilidad de desafiar y transgredir. También
es dado a los excesos en este terreno: fusila al trompetista, castiga con
desmesura a los que enfrentan su autoridad. En el terreno de la sexualidad
también se expresa físicamente ya que tiene los hijos que permiten la
continuidad de la familia Buendía.
Aunque tiene que atravesar
frustraciones y dificultades, Arcadio también ama la vida y goza de ella como
los integrantes de este grupo, cuando lo condenan a muerte no le importó porque
“en realidad no le importaba la muerte sino la vida, y por eso la sensación que
experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación de miedo sino
de nostalgia”[47].
Aureliano Segundo. Amor y placer
Es un Arcadio totalmente acabado.
Es alegre, no trabaja, ama, es bígamo, tiene hijos, goza, come con desmesura.[48]
Encarna la alegría del seductor
que conquista tanto a hombres como a mujeres. En su generosidad, en su
derroche, radica el origen de su fortuna.
Su relación con los demás hombres
ha mellado el filo que caracterizaba al primer José Arcadio y realiza más bien
un efecto de grupo, de complicidad con ellos, que no rechaza el cuerpo a cuerpo con su hermano (a través
de la mujer compartida). Este hombre gozoso, eternamente ávido, se acerca más a las mujeres que cualquier
otro personaje de la novela, las comprende y finalmente es el único que las ama
generosamente con o sin pasión de por medio. Con Petra Cotes, su amante de toda
la vida, en la vejez estaban “locamente enamorados (…) gozaban con el milagro
de quererse tanto en la cama como en la mesa y llegaron a ser tan felices que
todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y
peleándose como perros”[49]. Cuidó de Fernanda, su
mujer, perdonándole sus delirios de grandeza, sus crueldades y su melancolía
eternamente frustrada y con Petra Cotes “pensaban en Fernanda como en la hija
que hubieran querido tener y no tuvieron, hasta el punto de que en cierta
ocasión se resignaron a comer mazamorra por tres días para que ella pudiera
comprar un mantel holandés”[50].
Lo que presenta Aureliano Segundo
que no tienen los demás Arcadio es una “parte femenina” que le permite tomar a
la mujer en todas su formas, agradables o no, como algo deseable que incita a
jugar con él, que hace posible y mejor a la vida. Cuando Fernanda lo recibe en
el lecho nupcial completamente tapada y con un camisón que tenía un ojal a la
altura del vientre para permitir la cópula, lejos de enojarse Aureliano “no
pudo reprimir una explosión de risa”[51] Mientras su hermano
recordaba a Petra Cotes como una mujer “completamente desprovista de recursos
para el amor”[52],
él sólo pensaba en “morirse con ella, sobre ella y debajo de ella”[53].
Otra característica única de este
personaje es su capacidad de ser feliz, a través de la libertad que permite la
suspensión de las represiones y los resentimientos. Es la primacía del
principio del placer, capaz de hacer participar a otros de su propio goce, y
que se expresa en el derroche y en la alegría.
El último José
Arcadio. Decadencia y dolor
Hijo de Aureliano Segundo, tomado
bajo su férula por Úrsula que quería hacer de él un Papa, pertenece al grupo
“cuerpo”, pero de un modo completamente diferente que sus antecesores. Tiene
una fijación edípica con Amaranta, pero también desarrolla una relación intensa
con su propia madre y con su tatarabuela. Si bien es dado al goce físico y a la
transgresión y no presenta ninguna característica del grupo Aureliano, este
José Arcadio no disfruta de la vida; es un exponente de la decadencia de la
familia. Tiene asma y tiene miedo “de todo cuanto Dios había creado en su
infinita bondad y el diablo había pervertido”[54]. Su afición por los niños
y los adolescentes junto a sus características lánguidas y afeminadas lo hacen
parecer un pederasta.
Dice Kristeva: “En el hundimiento
del entusiasmo, en el reino del abismo, es donde se lee la influencia
insuperable de una madre asfixiante (…) que lo sume en la tristeza de la
inacción y la desesperación”[55]. Portador no solamente de una sino de tres
figuras maternas asfixiantes, José Arcadio goza de las angustias de este abismo
en el dolor moral de la decadencia tan deseada como condenada.
Aureliano
Babilonia. Pasión y muerte
Como personaje de cierre del
relato une los rasgos de los dos grupos, es intelectual y luego es un amante
desaforado. Realiza el incesto (no el Edipo, que está estrictamente prohibido
en el libro), y solamente así logra comprender los manuscritos.[56] El cuerpo le franquea la
entrada al saber, pero también a la muerte, que anidaba precisamente allí.
La relación que mantiene con Amaranta Úrsula, su
tía, aunque ambos ignoran el parentesco, está signada por una doble
prohibición: es incestuosa y adúltera. “Era una pasión insensata, desquiciante,
que los mantenía en un estado de exaltación perpetua.”[57] Su amor es transgresor,
ilegal. Hay muchos autores que creen que esta característica infractora,
violadora de normas hace a la definición del amor. Así lo entendió Shakespeare
en la obra que inmortaliza la pureza de este sentimiento, Romeo y Julieta. El matrimonio, por el contrario, su legalización,
hace de ese estado de deliciosa inestabilidad un conjunto coherente, reglado,
un pilar de la reproducción o un
contrato social.
Visto de este modo, como lo ve
Shakespeare, y como creemos que también lo ve García Márquez, los amantes
clandestinos son el paraíso de la pasión amorosa. Hay, en la felicidad de los
amantes secretos, el intenso sentimiento de acercarse cada vez más al castigo.
El secreto garantiza el idilio y el peligro lo inflama.[58]
Pero si su amor está prohibido y
el matrimonio no garantiza la continuidad del amor, entonces la muerte es la
única salida. Lo es en Romeo y Julieta y
lo es en Cien años de soledad.
Filtrada por la pasión, idealizada, la muerte adquiere así un carácter
decididamente gótico[59]. “Me quedaré contigo
todavía y ya no saldré jamás de este palacio de la noche oscura ¡Aquí me
quedaré con los gusanos que son tus servidores!”[60]
Al respecto dice Ludmer “Lo
esencial es que nunca hay sexo ni amor apasionado con la mujer que es madre de
los hijos (propios) (…) el amor (la
pasión sexual) sólo existe con mujeres
que todavía no son madres o con mujeres que no llegarán a serlo. (…) A todo lo
largo de Cien años se diferencian netamente las funciones de las mujeres madres
y de las mujeres como objeto de deseo”[61].
En este amor-pasión se realiza el
realce del presente, del instante, en contraposición con la perspectiva
histórica del amor matrimonial “perdieron el sentido de la realidad, la noción
del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos”[62]. Como en Romeo y Julieta,
la muerte espera al final de la obra. Muere Amaranta Úrsula en el parto, muere
su hijo abandonado, y muere Aureliano Babilonia llevándose consigo al mismo
Macondo. La muerte lo destruye todo y, de este modo, lo perpetúa, lo hace
historia y relato.
CONCLUSIONES
En resumen, los personajes
masculinos de Cien años… se dividen
en dos grupos que encarnan las dos tareas que permiten la supervivencia humana:
la reproducción y la creación. Estos dos trabajos que García Márquez confía a
la voluntad masculina conforman en la novela dos tipos de personalidad y dos
formas de amar.
En el grupo “mente” o grupo
Aureliano encontramos la creación de conocimiento, la búsqueda del saber, el
liderazgo político y una forma de amor sublimado que se concentra en estos
objetos culturales y se proyecta hacia ellos desde el yo que es el principal
destinatario de este amor. Es el amor por ellos mismos lo que les otorga la
seguridad y disposición necesarias para
construir culturalmente y producir ideas y realidades de tipo social.
En el grupo “cuerpo” o grupo
Arcadio hallamos por el contrario la transgresión de la ley como la vía para la
reproducción física y un desarrollo de sus integrantes en tanto individuos
mucho más pleno. Los Arcadio desafían y
gozan y llegan a amar al otro como parte del amor por la vida misma.
En el libro de García Márquez así
como en la literatura toda encontramos un espacio privilegiado para hablar del
amor, ya que la práctica literaria es una experiencia amorosa, un lugar donde
los ideales con su forma metafórica construyen su sentido. También es un
espacio de identificaciones que nos lleva a vivir innumerables acontecimientos
transformados en metáforas de nosotros mismos. Quizás esta aventura, este viaje
a Macondo, nos sirva entonces para
construir algo de nuestra identidad.
BIBLIOGRAFIA
André,
Serge. (1999) La significación de la pedofilia. Madrid: Siglo XXI.
García Márquez, Gabriel. (1967) Cien años de soledad, Buenos Aires: Sudamericana.
García Márquez, Gabriel. (1985) El amor en los tiempos del cólera. Buenos Aires: Sudamericana.
García Márquez, Gabriel. (1994) Del amor y otros demonios. Buenos Aires: Sudamericana .
García Márquez, Gabriel. (2004) Historia de mis putas tristes. Buenos Aires: Sudamericana.
Kristeva, Julia. (1987) Historias de amor. Madrid: Siglo XXI.
Laplanche, Jean y Pontalis, Jean Bertrand (1967) Diccionario de psicoanálisis, Buenos
Aires: Paidós
Ludmer, Josefina. (1972) Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro
Editor de América Latina.
Platón. (2006) El
Banquete. Madrid: Tecnos.
Shakespeare, William. (1966) Romeo y Julieta, Buenos Aires: Losada
NOTAS
[1] Gabriel García Márquez. (1994) Del amor y otros demonios. Buenos Aires: Sudamericana (p. 89).
[2] Josefina Ludmer. (1972) Cien
años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina (p. 89).
[3] Platon. (2006) El Banquete.
Madrid: Tecnos (p.45).
[4] Julia Kristeva. (1987) Historias
de amor. Madrid: Siglo XXI (p.194).
[5] Josefina Ludmer. Op.cit.
(p. 19).
[6] Josefina Ludmer. Op.cit.
(p. 42).
[7] Julia Kristeva. Op. Cit.
Madrid: Siglo XXI (p. 3)
[8] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. (1982) El olor de la guayaba. Buenos Aires:
Sudamericana. (p.105).
[9] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.18).
[10] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.106).
[11] La Guerra de los mil días fue una guerra civil que asoló a la República
de Colombia entre 1899 y 1902 . El conflicto fue un enfrentamiento entre
miembros del Partido
Liberal Colombiano contra el gobierno conservador
del presidente Manuel
Antonio Sanclemente y el vicepresidente José
Manuel Marroquín,
a quienes se acusó de gobernar de forma autoritaria, excluyente y poco
conciliadora
[12] La Masacre de las Bananeras es un
episodio ocurrido en la población colombiana de Ciénaga en 1928 cuando las fuerzas armadas de Colombia abrieron
fuego contra un número indeterminado de manifestantes, trabajadores de la United
Fruit Company.
[13] Gabriel García Márquez
(1967) Cien años de soledad. Buenos
Aires: Sudamericana (p.20).
[14] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.24).
[15] Gabriel García Márquez (1967) Cien
años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana (p.473).
[16] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.110).
[17] Josefina Ludmer. (1972) Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor
de América Latina (p. 129).
[18] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 49).
[19] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 131).
[20] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 116).
[22] Julia Kristeva. (1987)
Historias de amor. Madrid: Siglo XXI
(p.140).
[23] Gabriel García
Márquez. Op. Cit. (p.14).
[24] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.150).
[25] Gabriel García
Márquez. Op. Cit. (p.111).
[26] Josefina Ludmer. Op.cit. (ps. 45, 50, 107, 111, 125).
[27] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 48).
[28] Laplanche y
Pontalis (1967) Diccionario de
psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós (p.264)
[29] En Memoria de mis putas tristes, relata la
historia de un anciano periodista de 90 años que se enamora de una adolescente
virgen de dieciséis a la que apoda Delgadina por su figura andrógina y en El
amor en los tiempos del cólera, Florentino Ariza, de setenta y seis años
sostiene una relación con América Vicuña, su discípula de catorce años.
[30] Serge André.
(1999) La significación de la pedofilia. Madrid: Siglo XXI
(p.82).
[31] Gabriel García
Márquez. Op. Cit. (p.99).
[32] Julia Kristeva. Op. Cit. (p.163).
[33] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.160).
[34] Gabriel García
Márquez. Op. Cit. (p.331).
[35] Gabriel García
Márquez. Op. Cit. (p.208).
[36] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.65).
[37] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.66).
[38] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 51).
[39] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 113).
[40] Platón. (2006) El Banquete. Madrid: Tecnos (p.21).
[41] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.67).
[58] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.187).
[59] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.190).
[60] William
Shakespeare. (1966) Romeo y Julieta,
Buenos Aires: Losada (p.112)
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