domingo, 5 de abril de 2020

Madame Bovary y Orlando: el amor, el amor


El amor tiene infinitas formas. Una de ellas puede ser la tenacidad casi sobrehumana en la persecución de su objeto y otra el frenesí y el deleite de la entrega. Ejemplos de amor hacia la creación literaria, Madame Bovary y Orlando pueden leerse como dos extrañas biografías que a su vez se presentan estrechamente conectadas con lo que se ha escrito sobre la vida de los artistas que las crearon.

Gustave Flaubert se propuso un tema que le repugnaba: la pequeña burguesía de provincia. Quería hablar sobre el ser humano sin atributos, ni heroico ni monstruoso, que pulula y se hunde en la indiferencia: "La vulgaridad de mi asunto me da a veces náuseas, y la dificultad de escribir bien tantas cosas tan comunes, me espanta.", confesó (1989: 298). Pero la conciencia de la tosquedad y trivialidad de sus materiales trajo como consecuencia una mayor lucidez frente al problema de la forma y fue entonces que el estilo se convirtió, de manera amorosamente obsesiva, en el centro de gravedad de su literatura.  Comienza a describir utilizando lo que Levin consignó como una "casi cinematográfica manipulación de los detalles" (1973: 312).  Así nos encontramos en las primeras páginas con la gorra de Charles Bovary: "uno de esos tocados de orden heterogéneo donde aparecen los elementos del morrión, del chascás, del sombrero hongo, de la gorra de nutria y del gorro de dormir, uno de esos objetos lamentables, en pocas palabras, cuya fealdad callada alcanza las mismas honduras expresivas que el rostro de un imbécil" (2012: 5). Esta gorra, de la que luego se nos aclara que era nueva, está en consonancia con toda la vida futura de Charles, desacertada y desagradable. De detalle en detalle avanzamos por la trama. La torta de tres pisos de la boda con Emma: "donde había rocas con lagos de mermelada" (23) o la casa de Tostes donde estaban "Los tomos del Diccionario de las ciencias médicas, con las páginas sin cortar cuya encuadernación en rústica había padecido en las sucesivas ventas por las que había ido pasando" (26). Cada minuciosa descripción proyecta significado y emoción y se constituye a veces en contrapunto con la realidad o en símbolo premonitorio de ella.
Oculto por la riqueza de su mundo, el narrador desaparece completamente de la escena.  Flaubert intenta (y logra) despersonalizar la obra: “Ningún lirismo, nada de comentarios, la personalidad del autor está ausente” (1989: 168). Si este nuevo modelo rompe con la manera de trabajar de la escritura burguesa hasta ese momento, es porque Flaubert en algún momento de este proceso deja de tomar a la forma como un instrumento al servicio del pensamiento, como “la vestimenta última de las ideas y de las pasiones” (BARTHES, 2006: 193). El arduo trabajo de la forma comienza a ser la condición de posibilidad del pensamiento. Dice Barthes: “a los ojos de Flaubert, desaparece la oposición misma de fondo y forma: escribir y pensar son una sola cosa” (2006: 193).
Dicen que una heredera cincuentona de la ciudad de Angers, Mademoiselle Leroyer de Chatenpie le escribió una carta a Gustave Flaubert. Quería decirle lo acertado que era el retrato de Madame Bovary, que la había reconocido y querido como si se tratara de una amiga. Era una admiradora y Flaubert no sabía qué pensar de ella después de que su novela había recibido un rechazo casi universal. Escribe Ricardo Piglia citando a Sartre: "Hay algo que falta en la vida de la persona que lee y esto es lo que se busca en el libro. El sentido es evidentemente el sentido de la vida que está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual, al mismo tiempo, quienes la viven saben bien que podría ser otra cosa" (2014: 142). Las mujeres sin duda encarnaron ese malestar durante los siglos xIx y xx, siendo definidas por los hombres que escriben sus historias. Quizás por una paranoia constitutiva del género masculino, la salida de estas "protagonistas" ha sido, tradicionalmente, el adulterio: Anna Karenina, Madame Bovary, Molly Bloom. En El idiota de Dostoievski, en la pieza de la apasionada, lujuriosa y rebelde Natasha Filippovna "Había un libro abierto encima de una mesita, era una novela francesa, Madame Bovary" (2012: 417).
Por su parte, Virginia Woolf se sentía tan cercana, tan comprometida con su amor por la escritura que se pensaba como escritora más allá de su propia vida e incluso organizaba la publicación de sus diarios post mortem, como si para ella no solo no fuera posible vivir sin escribir, sino que tampoco se pudiera morir sin dejar algo más para publicar. Este compromiso amoroso con la escritura se mezcló, a partir de 1925, con la pasión por una mujer: Vita Sackville-West, a la que va a intentar retratar en su obra Orlando.



En el retrato de Sackeville-West que Woolf hace en este libro, se mezcla información verificable de la vida de Vita, y de los muchos estudios sobre su familia y estirpe con lo extraordinario y portentoso, conformándose así la imagen que Woolf percibía de su amante.
Antes de realizar este experimento que es la escritura de Orlando, la autora ya había pensado críticamente sobre la biografía como género y había escrito: "El biógrafo (...) produce una masa amorfa, una vida de Tennyson, o de Gladstone, en la que habremos de buscar con desconsuelo la voz o la risa, la maldición o la ira, cualquier rastro de que ese fósil alguna vez fue un hombre vivo" (2016: 215). Se plantea una biografía completamente distinta de las habituales en su tiempo y consigue un texto que es en parte metaliterario. El hilo conductor de toda la narración es un poema y hay continuas idas y vueltas desde la vida a su escritura: "Cuando la fiesta estaba en su apogeo, Orlando solía retirarse a la intimidad de su cuarto. Con la puerta cerrada y la seguridad de estar solo, sacaba un viejo cuaderno, cosido con una seda robada del costurero de su madre, y rotulado con letra redonda de colegial: «La Encina, Poema». Escribía en él hasta mucho después de la medianoche" (2013: 44). Las relaciones entre vida, amor y literatura aparecen en todo el texto, influyéndose la unas a la otras. Por momentos es muy difícil diferenciarlas: "Y luego le escribirá una esquelita (y con tal que escriba esquelitas, a nadie le parece mal que una mujer escriba), (...) y el guardabosque silbará bajo su ventana —lo cual, naturalmente, constituye la esencia de la vida y el único tema de la literatura" (2013: 104).
A su vez, Orlando también se mete en la vida y complejiza las relaciones amorosas entre Vita y Virginia. Al concluir el libro, Virginia le escribe: "Ahora la pregunta es la siguiente: ¿cambiarán mis sentimientos por ti? He vivido en ti todos estos meses; ahora que he salido, ¿cómo eres realmente? ¿Existes? ¿Te he inventado?" (CHKIAR BAUER, 2010: 620).
En Orlando, Woolf crea, con gran placer y frenesí, un mundo fantástico donde puede celebrarse un carnaval sobre un Támesis congelado. La fantasía se yuxtapone con la ironía sobre la sobriedad del tono biográfico y su uso de fechas precisas. Esta yuxtaposición cumple una importante misión temática, subraya que la experiencia de la realidad se construye tanto a partir de hechos como de construcciones e interpretaciones mentales y destaca la insuficiencia de las convenciones biográficas. En cuanto al estilo, Woolf se burla de la flaubertiana creencia en la "mot juste", de la suposición de que cada palabra lleva en sí misma connotaciones insustituibles. Establece que "las expresiones más comunes bastan, ya que ninguna expresión basta; por eso la conversación más vulgar es a menudo la más poética, y la más poética es precisamente la que no se puede escribir" (2013: 98).
Para los lectores argentinos de la obra es significativo que la traducción haya sido realizada por Jorge Luis Borges (por pedido de Victoria Ocampo). Como la obra llegó a nosotros, a través de Borges, se leyeron en ella los motivos de la circularidad del tiempo, la invalidez de la historia “oficial” y la ficcionalidad de las biografías. Por otra parte, la crítica al tratamiento de las mujeres, la duda sobre la las diferencias inherentes entre los sexos, la bisexualidad y el travestismo, temas de ambiguo interés literario para Borges, fueron dejados a un lado durante mucho tiempo. Borges hizo cambios en el texto que apuntaron en ese sentido Una de las frases claves del texto relata el momento en que Orlando se encuentra convertido en mujer: “we have no choice left but to confess— he was a woman”. Borges simplifica y quita emoción: “Debemos confesarlo: era una mujer” (1951:90). Es solamente una de las muchas intrusiones similares que realiza la traducción borgeana. Dado el prestigio del traductor, no se realizó una nueva versión hasta 1993, la de Enrique Ortenbach que nos permite acceder a la complejidad revolucionaria del mensaje de Virgina Woolf.


Bibliografía:
AUERBACH, Erich, Mimesis. Mexico DF, Fondo de Cultura Económico, 1996.
BARTHES, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso. Madrid, Siglo XXI, 1993.
BARTHES, Roland “Flaubert y la frase”. En: Nuevos ensayos críticos. México DF, Siglo XXI, 2006.
CHIKAR BAUER, Irene, Virginia Woolf, la vida por escrito. Taurus, Madrid, 2015
DE BEAUVOIR, Simone, El segundo sexo. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.
DOSTOIEVSKI, Fiodor, El idiota. Barcelona, Griffin Epub, 2012.
FLAUBERT, Gustave, Madame Bovary. Barcelona, Ediciones Alba, 2012.
PIGLIA, Ricardo, El último lector. Madrid, Debolsillo, 2014.
WOOLF, Virginia, Horas en una biblioteca. Madrid, Seix Barral, 2016.
WOOLF,  Virginia, Orlando: una biografía. Buenos Aires, Lumen, 2013.
WOOLF, Virginia, Orlando: una biografía. Traducción de Jorge Luis Borges. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1951.

La mesa puesta


Entonces, ¿qué hacemos ahora?
este mundo, este otoño incierto,
las gerberas aguantan bien en el jarrón
rojas, anaranjadas, amarillas, rosadas,
el color luce así una semana
después palidecen y se descomponen
se transforman, llegan a no
ser gerberas.
¿Hay un orden en esto? Yo creo que no.
Este otoño es precario. Los sistemas grandes
y los más chicos tienen defectos, se desintegran.          
El techo necesita otra capa de pintura y tenemos
menos dinero, trabajo, amor
que el que querríamos.
Me gusta este anhelo universal
hacia el orden. Poner la mesa así
las gerberas en el medio, en el jarrón alto.
El científico por la televisión nos dice
que estemos en casa, que estemos
en el universo,
que la vida es inevitable.
No es una mentira, es un plan.
Busquemos una forma de acomodar la cosas
en la mesa, las gerberas,
las copas y tu plato y el mío
juntos.