Todo empezó así:
Queríamos cosas,
abrazando la almohada, esperábamos a viajar Stalingrado
y ver a Freddy Mercury.
Luego tuvimos nuestras primeras visiones
soñamos con la bendición de la multitud
soñamos con un auto completamente nacional
soñamos con príncipes que no querían una relación abierta.
Nos reuníamos a discutir estas visiones
recitando conjuros frente a la tabla huija
Nuestros esposos potenciales cayeron y están sepultados
cuatro o cinco para cada una, la tierra escupirá la estadística.
Todavía tenemos las trenzas francesas
pero los aros de papel maché
cayeron y fertilizaron la tierra.
Éramos chicas, sí,
pero no tan chicas como vos te creés.
Dijimos: nadie ordeña una cerda. En general las matan
con un tajo en la yugular, colgadas de los pies, aterradas.
Durante un tiempo fuimos básicas.
Tocamos el piano. Tiramos el I-Ching.
¿Quién olvidará lo que hicimos en el umbral, el baño del bar, la
habitación del hotel?
Creíamos que nunca había existido tanta curvidad como la de nuestra
cadera
y nadie había dicho aún una palabra sobre estrategia, excepto mamá.
A veces, al caer la noche, las orejas de conejo temblaban y por la tevé
pasaban un comunicado sobre el sorgo.
Nos pusimos manos a la obra en nuestro equipo táctico.
Un traje estaba hecho de plumas de paloma.
Otro estaba hecho de hojas de la revista Burda.
En todos había escamas de piel de los papás.
Al quinto lo prohibieron porque era ilegal
que hubiera amaneceres sexuales
en el vuelo de falda acampanada
cortada en evasé.
Todas juntas éramos como un galpón de bombas
y no nos dábamos cuenta,
para nada.
Éramos una ausencia de amo.
Teníamos en la garganta una canción de guerra
Pensábamos que el derramamiento de sangre
sería parecido a la crema pastelera
de vainilla
Pero sobreestimamos nuestra ventaja táctica sobre los profesores de
gimnasia.
Habíamos presentado una lista de demandas escritas sobre un papel con
purpurina
que nadie contestó jamás.
Estábamos en medio de otras clases: niños, pobres.
Estábamos en medio de otras clases: obreros, rebeldes.
Traicionamos a nuestras madres, por supuesto.
Cuando se enteraron que habíamos tomado las armas
nos mandaron libros para colorear.
Los policías que trajeron los libros
nos violaron por diversión.