En mi casa hay
un punto de oscuridad
que acecha.
No tiene cara
no tiene voz.
Acumula cosas
sin hacer
sin decir.
Todas las omisiones
en un solo lugar
de silencio encerrado
sin aliento.
Es un punto frío
impotente y cobarde
pero lastima.
En mi casa hay
un punto de oscuridad
que acecha.
No tiene cara
no tiene voz.
Acumula cosas
sin hacer
sin decir.
Todas las omisiones
en un solo lugar
de silencio encerrado
sin aliento.
Es un punto frío
impotente y cobarde
pero lastima.
La carne está llena de grasa y de nervios. Parece
linda del lado que se ve en el paquete y del otro meten la peor parte. Marina
se pregunta si los carniceros que trabajan en el supermercado se llevan algún
tipo de comisión o simplemente son unos resentidos hijos de puta. Cocina para
seis porque en un ataque de sociabilidad invitaron a los vecinos. No termina
más, si tuviera la procesadora podría cortar más rápido la verdura pero, aunque
la comprara, ¿dónde la metería? Con esa mesada de medio metro no tiene lugar
para nada. Da un paso atrás y se imagina cómo van a quedar los muebles de la bajomesada
cuando estén instalados. Los encargó en melamina roja, con cantos en acero
inoxidable, hermosos. A veces sueña con ellos. Está tan harta de tener la casa
sin terminar. Falta poco, pero ese poco parece infinito. Es como si Francisco creyera
que ya está, como si fuera ciego a los defectos, a los huecos, a las
desprolijidades por todas partes; entonces ella tiene que remar el doble para
que él haga la mitad. ¿Por qué siente esta ansiedad, esta insatisfacción por la
casa?, se pregunta. Porque lo que falta es lo más importante, lo que hace que el
lugar donde viven deje de ser una caja de cemento y se transforme en algo propio,
se responde. Pero su propia respuesta no la convence. Percibe que lo que falta
es algo parecido al ardor, que querría erizarse de deseo y satisfacerse
enseguida. Quiere erotizarse con la casa, poder mantener los ojos excitados y
gozando en una armonía de colores y formas. Eso quiere. Pero lo que tiene son
superficies interrumpidas por agujeros, cables saliendo como patas de araña y
revoques ásperos.
Sigue lloviendo, desde el jueves que llueve.
Pone la cacerola a fuego bajito y va a ver cómo andan los zorzales. Son tan
lindos. Hicieron el nido en el níspero. Espera que con la lluvia no se les
caiga. No, ahí está. Hay una rama que lo protege. Lo construyeron con pasto,
ramitas y barro. También distingue unas lanas azules que deben ser de las que
tiró la semana anterior. Ve a uno de los pájaros de la pareja y piensa que es
la hembra porque tiene el pico color gris. Come y come, con la lluvia el pasto
está lleno de lombrices.
Marina termina de hacer canapés combinando
colores. Hay incluso unos con caviar falso que le llevaron horas la noche
anterior. Pone el jerez en el freezer y saca las copas talladas que heredó de
su abuela. Después se da una ducha rápida y se pone el vestido nuevo. Es un
juego, uno lleno de ansiedad, de estrés. Juega a ser la dueña de casa, a ser su
madre cuando recibe a la familia en las navidades. Una versión mejorada de su
madre, una perfecta. Es difícil, porque su madre es muy buena en esto. Difícil,
pero no imposible, se dice Marina. Las dos parejas son puntuales. Primero entran los
de al lado, Vero y Gabriel, y después los de la esquina, Daniela y Alejandro,
al mismo tiempo que Francisco, que se retrasó otra vez. Marina tiene toda su fe
y su energía puestas en ser la anfitriona, no quiere ver ni oír ni saber nada
más. Atiende a los vecinos, que le son completamente indiferentes, como si
fueran los reyes de Inglaterra.
--¿Te sirvo otra copa? ¿Más hielo? ¿Un canapé?
Sienta a todos alrededor de la mesa redonda del
comedor. Sirve la entrada, un hojaldre muy elaborado con jamón crudo y hongos.
Usa los platos color lila, que son su orgullo y alegría. Sirve el vino blanco. Los
invitados hacen comentarios elogiosos y formales. En realidad toda la
conversación es una cadena de frases hechas, que se unen naturalmente unas con
otras, creando una burbuja hueca de sentido, amable, superficial y un poco siniestra.
--¿Hasta cuándo lloverá?
--Dicen que hasta el domingo.
--No soporto más la humedad.
--¿Cómo está Fabiancito?
--¿Y Ludmilla?
--¿Y Nair?
Marina retira la vajilla de la entrada y sirve
el plato principal. Colita de cuadril a la crema con verduras al vapor. Trae el
vino tinto y las copas más grandes para que se airee. La charla se dispersa. Gabriel
y Alejandro hablan de fútbol y Verónica y Daniela, de otros vecinos. El postre
es un tiramisú con trufas de chocolate.
Después de comer, se dividen definitivamente en
dos bandos. Los hombres se sientan en los sillones con la botella de whisky,
las narices y las caras enrojecidas. Las mujeres hablan bajo la luz fría y
fluorescente de la cocina y preparan café. Marina sirve bombones y licores, y lleva
hasta el final su intención de atiborrarlos, de que no puedan olvidarse
fácilmente de esa noche. Francisco cree entender, es difícil estar ahí, en el
barrio, en esa realidad. Estar
realmente. Hace falta llamarse todo el tiempo, traerse de vuelta. Marina lo
consigue a fuerza de platos y copas y gastronomía extrema. Pasa Verónica y le
hace un cumplido, a pesar de que es una mujer que le repugna, justamente para
disimularlo. Sus gestos se le escapan, son ajenos. Al final de la noche todos
tienen dolor de estómago.
Cuando los invitados se van, Francisco y Marina
intentan limpiar un poco.
--Comí demasiado –dice Francisco--. Me cayó muy
pesado.
Marina se da cuenta de que se manchó el vestido
nuevo. Siente un cansancio enorme, indescriptible. Se arrepiente de haberse
comprado esa ropa cara, de haber invitado a los vecinos, de haber trabajado
horas en la cocina, de haber comido y tomado tanto, de haber comenzado a
construir esa casa, de haberse casado, de haber tenido una hija. Vacila ante esta
última idea. Quizás de eso no se arrepienta tanto.
Pero igualmente siente un inmenso remordimiento, pesado y asfixiante como la
tarea de lavar ahora todas esas superficies engrasadas.
--Mejor lo dejamos así –dice--. Limpiemos
mañana.
Francisco asiente y para de recoger los platos.
Se toca el estómago hinchado.
--¿Por qué me dejaste comer tanto?
Marina lo mira con una mezcla de ternura y
asco. Los ojos llorosos por el alcohol, la boca relajada. Se responde a sí
misma la pregunta retórica de él. Te dejé porque me gusta mimarte, porque me
encanta que disfrutes mi comida, porque no quiero negarte nada. Pero, sobre
todo, te dejé porque no me importa, porque no es asunto mío lo que hacés o
dejás de hacer. Porque no fui ni soy ni seré tu madre y no lo querés entender.
Porque no te estoy prestando atención todo el tiempo aunque vos lo creas. Después
para de impulsar el reproche interno y lo deja caer, se siente demasiado
cansada para pensar acerca del poder que ganan y pierden todo el tiempo uno sobre
otro.
Se van a acostar. Ella odia cuando él está
borracho. Es como si fuera un desconocido asqueroso en su cama. Él trata de
abrazarla y ella lo rechaza con determinación. Él suspira frustrado y la hace
sentir culpable. Por suerte se duerme enseguida. Los ronquidos la tranquilizan,
dormido ya no puede reclamarle nada. Se relaja, se acomoda, pero el sueño no
llega. La habitación se va colmando con el olor de los pedos silenciosos de los
dos. Se levanta y va a tomar agua a la cocina. Sigue lloviendo. Se acuesta en
la habitación de su hija Nair y se abraza a los peluches. De a poco los
contornos de la colcha rosada se van oscureciendo.
Sueña que están pescando en el Tigre, en el
Carapachay, en medio de una tormenta de verano. En el río hay un cocodrilo. Se
ve el hocico plano en forma de U por encima de la línea del agua. Francisco lo
señala con el dedo y Marina distingue el ojo inconfundible del reptil, con su
pupila como un tajo horizontal. El cocodrilo no se mueve, pero su existencia
quieta tensa el aire, emana un vapor de peligro. El rio está erizado de juncos
y hojas que se deslizan con la corriente, es difícil saber qué es planta y qué
animal. Marina mira buscando serpientes en los árboles y encuentra una víbora
chica, una cinta amarronada entre las ramas del sauce. La serpiente extiende su
cuerpo escurriéndose sin un sonido. Marina quiere saltar al agua, nadar hacia
el cocodrilo, sin saber por qué. No sería tan horrible, necesita solamente un
poco de coraje. La lluvia es intensa y los empapa. Marina se toma el agua que
le cae por la cara, que sabe a manzana. Las gotas rugen suavemente sobre las
hojas. Ellos no se protegen, esperaran mientras el agua sube por encima del
muelle dejándolos al mismo nivel que al cocodrilo. Se abrazan en medio de la
pared de agua. Marina se da cuenta, con una lucidez inesperada, de que aceptó
una condición: que solamente uno de ellos podría ser feliz a la vez.
El cosquilleo de los dedos de él sobre la oreja
la despierta. Abre los ojos y la cara de Francisco le sonríe mañanera,
despejada, recién duchada. La besa con la boca blanda y amorosa. Le acerca un
mate. Ella se siente feliz sin explicación. Se siente enamorada. Se levanta y
lo abraza. Hacen planes en el nacimiento luminoso del día feriado. Planes para
el fin de semana, para el mes, para el año, para los próximos cinco años. Se
ríen. Se acarician. Hacen el amor despacio, con deleite. Se duchan juntos.
Llaman a la casa de la madre de Francisco y
hablan con Nair. Está contenta y les describe todos los juguetes que los
abuelos le compraron. Quedan para pasar a buscarla al día siguiente. Cada uno
comienza con las tareas planeadas. Marina lava la enorme pila de platos y
cacerolas, baldea el piso de la cocina. Después va por las habitaciones
pensando en pasar la aspiradora, cambiar todas las sábanas, lavar las cortinas,
ordenar los armarios. Lleva pilas y más pilas de ropa sucia al lavadero hasta
que se siente un poco descompuesta. Vuelve a la cocina para hacerse un té y
cuando prende la luz, la bombita explota. Francisco ve que en el techo del
pasillo está empezando a formarse una gotera. Se pone un impermeable y busca la
escalera para intentar encontrar la causa. Hay una teja salida de su lugar.
Quizás la golpeó una piedra de granizo. Coloca la escalera lo más cerca
posible, pero la teja está muy lejos del borde y cuesta encastrarla de nuevo. Un
tirón en la espalda lo inmoviliza. Trata de relajarse hasta que ceda el dolor,
baja muy despacio. Se apoya en la pared de la cocina y se siente un anciano. Odia
el trabajo después del trabajo. Insuflar energía, su propia energía, en las
cosas. Las cosas no le importan. Odia la casa, el auto, la palabra
mantenimiento. Algo revienta y toda la casa queda a oscuras. Escucha el grito
de Marina, llamándolo.
Buscan los repuestos para cambiar los tapones.
Lo intentan varias veces, pero no consiguen encontrar el cortocircuito.
Finalmente lo logran desenchufando el lavarropas. ¿Y ahora? ¿Qué hacemos con la
ropa? Se sientan en la cocina, hartos de todo. Marina dice que no piensa
ponerse a cocinar otra vez. Que no lo soporta.
Deciden escapar de la casa y caminar hasta el
restaurante de la avenida con sus paraguas negros y la garúa insistiendo sobre
la realidad empapada. El lugar no es muy lindo, pero está limpio. El agua corre
a los costados de la calle tan rápidamente que parece detenida.
Piden vino blanco frío y la panera.
--¿Ves esa mujer en la vereda de enfrente?
–pregunta Marina.
--¿Esa que está vestida de blanco?
La mujer es como una aparición, como un sueño.
Tiene un vestido claro, sedoso y liviano, casi un camisón, y el pelo a la
altura de los hombros completamente blanco.
--Sí –dice ella--. La que está debajo del toldo
de la panadería. Te pregunto porque de pronto me pareció que podría ser un
fantasma.
--Yo también la veo –dice Francisco-- pero eso
no significa que no sea un fantasma. A lo mejor los dos podemos ver el mismo
fantasma.
La miran juntos, tomando de a sorbos el vino
blanco. La mujer está inmóvil, y el viento le mueve el dobladillo del vestido, acariciándole
las rodillas. El pelo blanco le ondea sobre la cara.
--No puede ser un fantasma --dice de pronto
Franscisco--. Mirá, tiene un celular. Creo que es posible que los dos veamos un
fantasma, pero no que tenga celular. Los fantasmas no pueden tener celulares.
Marina ve las manos de la mujer fantasma
apretando el pequeño cuadrado electrónico, moviendo los dedos, leyendo los
signos.
--¿Qué creés que está haciendo? ¿Manda un
mensaje?
--Creo --diceFrancisco— que le escribe a su
marido para decirle que lo perdona, que quiere que vuelva a casa.
--¿Él la engañó?
--Sí, pero no con otra, la engañó porque la
dejó que se hiciera demasiadas expectativas sobre él.
Marina está segura de que el fantasma es una
viuda. Percibe cómo la tristeza y la pérdida la rodean, intangibles pero
espesas. El marido tuvo un accidente. Ella le está escribiendo aunque sabe que
él nunca va a contestar.
Francisco reparte los canelones que pidieron y
le da las mejores partes. Le sonríe. Ella siente el impulso de acariciarlo y lo
toca con el pie por debajo de la mesa.
Vuelven caminando con optimismo. Llegan hasta
la casa y bordean el barrial en que se convirtió el jardín hasta la puerta de
atrás. El nido de los zorzales esta caído al pie del níspero. Los dos huevos
celestes con pequeñas pintitas negras están rotos. Los pájaros dan vueltas a la
copa del árbol, pero de pronto se alejan juntos en dirección al sur.
Se quedan parados, enfrentados a la puerta,
dándose la mano y sosteniendo el paraguas con la otra. Miran fijamente hacia la
casa.La lluvia es tan real que parece un decorado.
Traje a mi mundo
seguro y aburrido
seres extraños
para domesticar
llenos de púas,
espinas y plumas
gorjeos,
relinchos y luceros del alba.
Compré en viveros
y encargué por mercado
libre
y también ilegalmente
huevos de dragón,
flema del diablo
diademas de rabia
verdosa.
Hago espacio para
todos
y mi casa
templada
se vuelve
ordenadamente
salvaje
Estos misántropos
estas gárgolas
estimulan el
santuario en mí
son la prueba de
que el paraíso
está rodeado de
fealdad y vicio
que la perfección
necesita
defectos.
Por la noche
recorro con las manos
mi mundo de
trolls
paganos e
infieles
sonriendo en la oscuridad.
Todo está bien
en esta cosa que
llevo
que parece gracia
o reserva o
gusto
pero se asienta
en mi piel
como una mancha o
un
pecado
esta cosa que
llevo y
no puedo nombrar.
Ponencia presentada
en el Congreso Internacional Territorios de la Educación
Artística en Diálogo,
15 de diciembre de 2022.
Resumen
Se propone un género
de escritura, el ensayo, como vehículo apropiado en el presente para
desarrollar la crítica y la investigación en artes. En particular se postula la
necesidad de nuevas epistemologías en un contexto de problematización de la figura tradicional del artista, del estatuto de
la obra artística y del rol del crítico y del espectador. El trabajo se enmarca
en el concepto de “Hibridación” desarrollado por Néstor García Canclini para
incluir en el saber lo mestizo y lo contradictorio.
Palabras clave: ensayo, hibridación, epistemología del arte,
producción de conocimiento.
Introducción
Si le preguntamos a
nuestros estudiantes cómo es el mundo que vivimos, posiblemente recibamos
alguna o varias de las siguientes respuestas: acelerado, injusto, efímero,
superficial, global, no comprometido, multicultural, confuso, fragmentario,
incierto. Es muy posible que estemos de acuerdo con algunas de estas
apreciaciones.
Para representar un
mundo como éste y conseguir la transmisión de la clase de experiencia que
deviene de vivir en él, necesitamos un lenguaje con determinadas
características y una de ellas parece ser la que García Canclini denominó
hibridación. Hibridación, para este pensador, es un concepto que “abarca
diversas mezclas interculturales (...) y es diferente al de mestizaje, limitado
a las que ocurren entre razas, o al de sincretismo, fórmula referida casi
siempre a funciones religiosas o de movimientos simbólicos tradicionales”
(1997: 109) García Canclini pensó que era necesario un concepto más flexible y
al mismo tiempo más incluyente, que abarcara la combinación entre lo
tradicional y lo moderno, lo popular y lo culto.
El arte recurre hoy a
territorios mestizos, no clasificables, que operan mediante préstamos, mixturas
y combinaciones de diferentes lenguajes y colocan a la obra siempre en una
frontera que niega antiguas dicotomías, en un “entre” lo público y lo privado,
lo individual y lo colectivo, lo pictórico y lo documental, lo performativo y
lo instalativo, la ficción y la no-ficción.
Existen numerosos
ejemplos de estas formas artísticas. Por dar solamente dos ejemplos que conocí personalmente
entre cientos posibles, en la exposición del ceramista español Xohan Viqueira (Museo
Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, 19
de octubre de 2016 al 15 de enero de 2017), el artista recurrió al barro cocido
como material expresivo, pero no como un fin, y lo añadió tanto en lienzos como
en esculturas. Las obras combinaban así materiales y técnicas muy diversas.
Incrustando unos materiales con otros, grabó, serigrafió, utilizó metales preciosos o recicló obras
anteriores. El título de la muestra: “¡No borders!” reivindica la creación sin
categorías estéticas, sin fronteras, sin etiquetas.
La
muestra de Christian Mohaded en el museo de Arte Decorativo, en febrero y marzo
de 2022, “Territorio híbrido”, exploró la frontera entre arte y diseño, arte y
artesanía, sur y norte de nuestro país. El estilo aristocrático del museo establecía
un diálogo con las piezas contemporáneas diseñadas por Mohaded. En la sala Especies
híbridas, encontramos distintos tipos de mobiliarios, luminarias, jarrones
y textiles, que permitían un acercamiento a la geografía y fauna de diferentes
provincias, a la vez que proponían un recorrido emocional, relacionado con las
raíces familiares (sillas Toribio & Alcira) y la hermandad (jarrón Hermanos).
En esta sala, se destacaron piezas en cerámica, barro, maderas nativas y el uso
de minerales, como el ónix blanco y la mica. A su vez, los sillones J. M.
Frank eran reversiones de los diseñados por Jean-Michel Frank (diseñador y
colaborador de Comte) para el emblemático hotel Llao Llao (Bariloche) en 1930.
En esta apropiación, Mohaded combinó las maderas de la Patagonia con materiales
y recursos artesanales propios del norte argentino.
Hacia formas
híbridas en los escritos sobre investigación en artes
¿Cómo dar cuenta de estos fenómenos
desde la crítica en un lenguaje que permita un acercamiento cabal al objeto de
la investigación en su estado actual?
Creemos que es necesario considerar
la dimensión epistémica del arte y realizar una revisión del marco conceptual
en el que la modernidad construyó las nociones de arte, realidad, racionalidad,
conocimiento y verdad. La modernidad pensó el conocimiento como el reflejo
interno en el sujeto de un mundo externo y objetivo. Esta forma dicotómica, que
escinde al sujeto del objeto, implica pensar cada uno de los polos de manera
independiente del otro. Esto conlleva a la ilusión totalizadora de un
conocimiento universal, válido para todos los tiempos y lugares, en el que el
sujeto nunca es una presencia corporal, afectiva, socializada, interactiva y
múltiple, y la búsqueda de la claridad y la distinción descarta todo lo
borroso, difuso, irregular y ambiguo del mundo. Vemos que los
instrumentos conceptuales de la modernidad hoy resultan insuficientes para
pensar nuestro mundo en acelerada mutación y, por ello, es necesario construir
otros. Si admitimos que la relación de conocimiento se inscribe dentro de una
dinámica vincular no dualista, situada, dinámica e interactiva de un sujeto
social en intercambio con un mundo en permanente transformación, no es posible
sostener la existencia de un mundo independiente del sujeto, posible de ser
descrito completa y objetivamente. En este nuevo marco, la emergencia, el
devenir, el azar, lo multidimensional y relacional, lo polifónico y dialógico,
la interacción de redes complejas, constituyen algunos de los rasgos centrales.
Con esta luz podemos ver que el arte
no es un concepto definible y atemporal a partir de una acción de reducción y
simplificación, sino que es un proceso en el que nosotros, como críticos, como
investigadores o como educadores, estamos involucrados y aportado en la
transformación.
La
variedad de materiales, soportes, contextos, temáticas, la disolución de los
límites disciplinares, la irrupción del arte en contextos cotidianos, la
transformación de objetos utilitarios en obras y el desarrollo de propuestas
multimediales, son solo algunos de los aspectos en los que se advierte la
ampliación de las fronteras de lo artístico en nuestra época. Las obras
conviven con productos e imágenes que circulan en canales como el diseño, la
publicidad y los medios de comunicación de masas, y en este marco se le plantea
al arte una encrucijada. El panorama propicia sin duda una intensa
problematización de la figura tradicional del artista, del estatuto de la obra
artística y del rol del crítico y del espectador.
En
síntesis, el arte implica objetos (la obra de arte), procesos (la producción de
arte) y contextos (el mundo del arte: recepción, entorno cultural e histórico,
etc.); pero, al mismo tiempo, es una práctica estética, por lo que aspectos
como el gusto, la belleza y otras categorías similares pueden formar parte del
tema de estudio. Además, es un ejercicio hermenéutico en tanto su sentido
desemboca en múltiples interpretaciones que ponen en movimiento y alteran
nuestra interpretación y visión del mundo (Borgdhoff, 2010:
17).
En
la contemporaneidad, no son pocas las obras que lanzan al espectador la
pregunta acerca de su propio estatuto artístico. En tal sentido, el objeto
ambiguo es el paradigma de la situación problemática del arte a la que debe
enfrentarse en nuestros días el espectador. El arte no es una sola cosa ni está
sujeto a una definición única, no podemos responder de una vez a preguntas
como: “¿Qué es el arte?” o “¿Qué objetos son (permanentemente) obras de arte?”.
A estos cambios se suma que el público tiene en la actualidad un carácter
intensamente plural y heterogéneo. La idea de “públicos”, pone así en cuestión
la homogeneidad y la búsqueda de la universalidad del gusto, propias del
pensamiento ilustrado. Esta situación además no resulta ajena a los diversos
ámbitos o canales de la circulación del arte. Mientras algunas obras circulan
dentro de los espacios tradicionales (museo, galería, bienales o ferias) otras
lo hacen fuera de los mismos, especialmente en el espacio urbano.
El ensayo como
lenguaje híbrido
En su etapa de consolidación, las
ciencias sociales procuraron deslindarse del ensayo. Sin embargo hoy nos
encontramos con que el discurso de los estudios culturales o de género se
aproxima mucho al del ensayo, ya que enfatiza ciertos rasgos, como la
experiencia y el testimonio autobiográfico o la memoria.
La
ciencia ha debido enfrentar el problema del lenguaje, porque en su creciente
proceso de formalización y especialización se encontró con el desafío de
encontrar un lenguaje depurado, abstracto, unívoco y universal.
En
el siglo XX, se intentó encontrar un discurso específico en el ámbito de las
disciplinas sociales y humanísticas, y se produjo una tensión entre
esquematizaciones y desarrollos literarios. Se exigió una reducción de la
escritura literaria y surgió un fuerte debate entre formalización y
relato como normas de escritura en dos registros epistemológicos diferentes: el
modelo de la cientificidad de las ciencias de la naturaleza y la especificidad
hermenéutica de las ciencias humanas.
Sin
embargo, actualmente en las textualidades ligadas a las ciencias sociales
existe una mayor densidad en las redes intertextuales, un marcado interés por
los guiños, las referencias, las alusiones, los juegos de palabras, en cuanto
se considera que ellos mismos abren nuevas resonancias y sentidos. Hay un
resurgir del discurso autobiográfico, del testimonio, de la narrativa de la
propia experiencia y de la subjetividad, que los aproximan al ensayo.
El
ensayo es un género en el cual el proceso interpretativo es fundamental.
Consigue incluir al lector en esta experiencia a través de ese elemento
afectivo, que consiste en leer “la intelectualidad, la conceptualidad como
vivencia sentimental, como realidad inmediata, como principio espontáneo de
existencia; la concepción del mundo en su desnuda pureza, como acontecimiento
anímico, como fuerza motora de la vida”, como lo expresó Lukács (1970:23).
El
arte ofrece una forma de comprensión donde el componente emotivo y cognitivo
van de la mano. La emoción estética posee así, y precisamente por (no a pesar
de) contar con elementos emotivos, un carácter epistémico. El arte tiene un
valor epistémico, porque hay una inteligibilidad de la realidad que nos rodea,
gracias a la cual las cosas y las situaciones no nos aparecen como caóticas y
faltas de sentido, sino significantes y expresivas. Así, las propiedades
estéticas o artísticas les confieren a los objetos significación. La
experiencia estética ofrece una forma de comprensión en la que las obras de
arte cumplen al mismo tiempo un papel emotivo y cognitivo.
Por
todo esto podemos pensar el ensayo como un nuevo modo de estructuración
argumentativa, de reconstrucción de los conceptos o como otra forma de integrar
lo particular con lo general-. Podemos representarla como una especie de “caja
negra”, donde se cifra la clave del proceso interpretativo, y es una clave que
permite entender qué pasó dentro y fuera del ensayo, en cuanto el proceso
discursivo que en él se despliega se apoya en una narrativa postulada como
exterior u objetiva y replicada como interior o subjetiva. Para argumentar en
favor de su interpretación el ensayista aporta datos ya interpretados, que su
propio ejemplo confirma y expande como forma de retroalimentación de un horizonte
ya postulado. El ensayo representa una “poética del pensar” postula una forma
de conocer activo, recoge el momento enunciativo del pensar. Al leer un ensayo
asistimos al pensar del pensador, al escribir del escritor, en un presente
activo.
En
esta época acelerada, individualista, de corto plazo, en la que cada vez
charlamos menos y escuchamos menos la posición del otro, el ensayo resulta un
desafío, una forma de lectura problemática y problematizadora.
Arte y vida
Tomemos
un texto del escritor argentino Alan Pauls en colaboración con otros artistas: El
factor Borges. Se trata de una serie de ensayos singulares, en los que el
texto propiamente dicho se pone en diálogo con fotografías familiares,
manuscritos, dibujos, cartas personales, fragmentos de textos de Borges
—ensayos, artículos, etcétera—, de tal modo que el sentido del ensayo no surge
sólo de lo escrito por Pauls, sino también del diálogo con lo que lo acompaña,
con lo que se mixtura con él, conformando nuevas redes de sentido. ¿Qué actitud
asumía Borges ante sus entrevistadores? ¿Qué imagen construía a partir de sus
apariciones mediáticas? ¿En qué medida esto afectaba la lectura de sus textos?
¿Cómo era su relación con su madre, con su padre? ¿Cómo construía esos linajes
literariamente? ¿En qué medios ponía a circular sus escritos? ¿Qué importancia
le daba al aparato institucional literario (mercado, circulación, lectores)?
¿Hablaba esto de lo que entendía por literatura? ¿Hablaba su literatura, a la
vez, de la institución? En esa ida y vuelta de interrogantes —de la vida a la obra,
de la obra a la vida— se van desdibujando las fronteras que dividen una de otra
y va tornándose improcedente la distinción. La ensayística de Pauls parece
sustentarse en esta deliberada confusión entre arte y vida.
Pauls
afirma que ciertos autores contemporáneos como Mario Bellatin, César Aira o
Héctor Libertella ponen en crisis la idea de literatura al trasladar, casi como
artistas performáticos, sus lógicas a la vida real. Ni el biografismo, que
busca explicar la obra con una lógica causal a partir de los episodios de la
vida del autor, ni el textualismo, que se desprende de todo episodio de vida
por considerarlo nimio para entender un texto en su pura interioridad, sirven
para explicar —afirma Pauls— las escenas de vida en las que estos escritores se
muestran: las performance de Bellatin, la polimorfa incontinencia
editorial de Aira, el desquiciado stock infinito de publicaciones con
las que Libertella llenaba el depósito de la universidad. Ambas concepciones de
la literatura, biografismo y textualismo, que en apariencia son opuestas,
convergen en “una solidaridad profunda a la hora de pensar, delimitar y
repartir los territorios y las economías de la vida y de la obra” (Pauls, 2022:
172). La vida vivida artísticamente, en cambio, une ambas esferas porque ambas
devienen manifestaciones de una misma práctica, es decir, de un mismo
“modo de hacer, un modus operandi, un conjunto de reglas, instrumentos y
protocolos que definen un tipo de experiencia específico” (173), y que
constituye una idea de literatura expandida. La vida es “la continuación
de la obra por otros medios” (173). Y viceversa.
Pero el ensayo también abarca otros lenguajes, no solamente el
literario. Una definición posible de la escritura de crítica de arte es que
se trata de “una traducción literaria de experiencias sensitivas e
intelectuales fruto de un diálogo de ‹tú a tú› entre el crítico y la obra
de arte [son textos que pretenden] atrapar con palabras la totalidad de lo
visible (...) ‹hacer lisible lo visible›» (Guasch: 211).
Existen los ensayos documentales en los que el cineasta o realizador
también establece un diálogo con la pintura y logra atraparla, no sólo con
palabras, sino también con imágenes en movimiento, sonidos y música.
Quizás
haya un nuevo formato de la crítica y la investigación en arte en estas
creaciones fílmicas, porque lo que se busca en ellas no es explicar,
documentar o contextualizar, sino principalmente se intenta traducir, digerir,
cinematizar lo pictórico. Un ejemplo de este tipo de ensayo es Passion
de Godard, en la que el director juega a materializar pinturas (de Rembrandt,
Goya, Delacroix y otros) y las pone enacción. Consigue así una verdadera
cinematización de la pintura, un hacerse-cine, no simplemente hacerse
movimiento. Godard se plantea preguntas y problemas de pintor, mientras en
paralelo, cinematiza lo pictórico. El tema central aquí parece ser la
‹transformación›, de una forma o sistema textual a otro.
Conclusiones
El
ensayo es un “modo de escritura”, un género normalmente excluido del espacio
del saber tal como le sucede también al arte. Ahora bien, los dispositivos de
control del saber son también dispositivos de control del lenguaje y de nuestra
relación con el lenguaje, es decir, de nuestras prácticas de leer y escribir,
de hablar y escuchar. Es por eso que el conformismo lingüístico está en la base
de todo conformismo, que hablar “como Dios manda”, y escribir “como Dios manda”,
y leer “como Dios manda” es, al mismo tiempo, pensar “como Dios manda”.
Y podríamos agregar que no hay revuelta intelectual que no sea también, de
alguna forma, una revuelta lingüística, una revuelta en el modo de relacionar
la lengua con nosotros mismos y con aquello que la lengua nombra. Porque no hay
modo de “pensar de otro modo” que no sea también “leer de otro modo” y
“escribir de otro modo”.
El
ensayo consigue romper esa vieja diferenciación entre ciencia, lógica,
universalidad, por una parte, y experiencia, subjetividad, imaginación por la
otra. Lo que hace el ensayo es desafiar las fronteras. Y las fronteras, como
todos sabemos, “son gigantescos mecanismos de exclusión” (Larrosa, 2003).
Prestemos
entonces atención a este género que no procede ni por inducción ni por
deducción, ni por análisis ni por síntesis, cuya forma es orgánica y no
mecánica y en eso se parece a las obras de arte y produce un tipo de conocimiento
similar al que ellas producen: en la experiencia, en aquello que comienza en el
medio del objeto y termina cuando se siente llegado al final y no cuando ya no
queda nada, porque no posee ninguna pretensión de totalidad.
Bibliografía
BORGDORFF, Henk (2010) “El debate sobre la investigación en
artes”. En Cairon: revista de ciencias de la danza, págs. 25-46. Universidad de Alcalá, Alcalá de
Henares, España.
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las culturas contemporáneas, Vol. III, Nro. 5. Universidad de Colima,
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Jorge (2003) “El ensayo y la escritura académica”. En revista Propuesta
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PAULS, Alan
y HELFT, Nicolás (2019) El factor Borges. Random House, Buenos Aires.
Argentina.
PAULS, Alan
(2022) Temas lentos. Random House, Buenos Aires. Argentina.
El sol entra por la ventana que da a la
calle Nicasio Oroño y rebota contra la
mesa de madera destartalada, pintada de turquesa. Mi prima Claudia es de
Paternal y quiso que nos encontráramos en el Café de los Patriotas. Las paredes
están casi completamente cubiertas de pequeñas imágenes. Desde acá distingo a
Bolívar, al Che, a Güemes, a Tosco y a Néstor.
—No es una historia alegre, ¿sabés? —me
advierte Claudia apuntándome con el dedo índice. Lleva el pelo casi blanco,
corto y bien peinado. Los más de setenta años no le quitaron ni un poco de
vivacidad ni le cascaron la voz que es grave y cadenciosa.
Miranda, una de las dueñas, se acerca y
nos saluda. Nos sirve dos cafés grandes con olor a canela.
—Empecemos por el principio. Vos sabés
que yo iba a un taller literario con L.
Asiento con la cabeza. Claro que sé, yo
también hice taller con él. Un tipo alto, joven, seductor, desbordante de
halagos, hiperactivo y chanta. Uno de estos escritores de sexo masculino con
los que hacés negocio si los comprás por lo que valen y los vendés por lo que
creen que valen.
—Él me convenció de que la novela era
buena. Buenísima, dijo. Me pidió que le llevara una copia porque me la iban a
editar en la Biblioteca Nacional. Me explicó que lo hacían como parte de la
actividad de los talleres que dan ahí. Yo fui a varios de esos talleres y
después seguí en uno privado con L. Pero pasaba el tiempo y nada. Seis meses,
un año, nada.
Que hay relaciones entre los talleres
literarios dirigidos por escritores medianamente conocidos y las editoriales
chicas de Buenos Aires es verdad. Que consigue publicar uno de cada cien
alumnos, también. Que algunos de estos escritores usan eso para enganchar a sus
alumnos en un taller en el que quizás ya no estén aprendiendo nada... No lo sé,
pero lo veo muy posible.
—Es una estupidez, pero me había
ilusionado, ¿me entendés? A mi edad la idea de dejar algo escrito es muy
poderosa. A cualquier edad, pero más a la mía. Entonces yo, dale insistir y él
me inventaba excusas: Ahora no hay plata, pero les interesa; la voy a llevar a
esta editorial o a aquella otra. Y yo seguía enganchada.
Claudia me mira fijamente y sacude la
cabeza como si quisiera espantar el recuerdo de lo que me está contando como a
un moscardón.
Los rechazos son los ladrillos con que
se arma una carrera literaria. Según la página web https://lithub.com/ el libro más rechazado
de la historia es la novela Irish Wine, del estadounidense Dick
Wimmer: se la rebotaron ciento sesenta y dos veces. Se publicó por fin en 1989,
más de veinticinco años después de que Wimmer comenzara su búsqueda de editor.
Superó así los veintidós años que pasó
Gertrude Stein hasta que encontró alguien que quisiera publicar sus poemas.
Arthur C. Fifield, dueño de la editorial inglesa que llevaba su nombre, le
escribió una misiva de rechazo el 19 de abril de 1912, un año antes de que ella
escribiera su verso más famoso, el que dice: “Rosa es una rosa es una rosa es
una rosa”. En la carta escribió: “Solo soy uno, solo uno, uno solo. Solo un
ser, uno al mismo tiempo. Ni dos, ni tres, sino uno solo. Una sola vida que
vivir, solo sesenta minutos en una hora. Un solo par de ojos, un solo cerebro.
Solo un solo ser. Siendo uno solo, teniendo solo un par de ojos, un solo
tiempo, una sola vida, no puedo leer su manuscrito tres o cuatro veces. Ni siquiera
una. Un solo vistazo es suficiente, solo uno. A duras penas se vendería un solo
ejemplar. Uno solo. Muchas gracias. Le devuelvo el manuscrito por correo
certificado. Un solo manuscrito en un solo correo”.
—Yo sabía con qué editoriales trabajaba
L. porque él las nombraba. Así que cuando, después de tres años, por fin me
harté de esperar y dejé el taller, decidí llamarlas para llevarles la novela.
No tenía mucha esperanza, pero quería decirme a mí misma que había hecho todo
lo que había podido. Resulta que una de las editoriales me contestó, me dijeron
que les interesaba. Que la iban a mandar a corrección de estilo y me pasaron el
mail de la correctora.
—Te habrás entusiasmado...
—¡Imaginate! Estaba eufórica. Pero
enseguida me enteré de que la corrección la tenía que pagar yo.
Claudia pide otro café y le pregunto cuánto hace que escribe.
—Siempre leí, escribía cositas y las
rompía. Hace unos diez años que empecé a hacer talleres. Me gusta mucho escribir,
pero tengo este problema: no me banco que sea solamente para mí, que nadie me
lea.
En Buenos Aires escribe mucha gente y
los que leen son pocos para absorber semejante producción. Cuando se lanzó la
Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes,
en 2016, se inscribieron mil ochocientas personas. Todos ellos creían que les
interesaba la escritura lo suficiente como para cursar una carrera de cinco o
seis años con una perspectiva de empleo más que dudosa. Tanto es así que su
director, Roque Larraquy declaraba: "Esta carrera no tiene salida
laboral".
Me encuentro con M., que estudia esta
licenciatura y trabaja en una editorial chiquita propiedad de su padre, quien
además posee librerías en zona norte. Tiene una sonrisa muy dulce y una voz
súper amable y por eso casi no le creo cuando me cuenta:
—Yo escribo los mails de rechazo, me
ocupo de ese trabajo.
—¿En serio? Debe ser horrible —me quedo pensando en que
yo no podría hacerlo. Que siempre encontraría la manera de arreglar el escrito
para publicarlo. Me doy cuenta de que como editora sería un fracaso.
—No creas, lo hago medio en automático.
—¿Cómo son los mails?, ¿qué dicen?
—Este año son todos iguales. Ponen que
agradecemos que nos hayan mandado el texto, pero que en este momento no estamos
leyendo nada. Y es verdad.
—¿Antes sí leían?
—Sí, pasamos de editar veintidós libros
en un año a dos.
—¿Y alguna vez ganaron algo de plata con
la editorial?
—Nunca, es puro amor al arte. Dicen que
cuando tenés sesenta títulos editados llegás a cero. Así dicen, pero nosotros
todavía no pudimos comprobarlo.
Según los datos de la Cámara Argentina
del libro http://www.camaradellibro.com.ar/index.php/panorama-editorial/estadistica
en 2018 se editaron casi 23.000 volúmenes, de los cuales el 27% son obras
literarias, alrededor de 6.200. Solamente 2.500 de ellos fueron producidos por
editoriales, 3.200 fueron costeados por los mismos autores y el resto, 500,
fueron editados por entidades públicas, universidades o fundaciones. Además, el
mercado está en crisis y se achica cada día. La Cámara informa una caída del
23% respecto a 2017 y del 30% respecto de 2016. Esto implica que la cantidad de ejemplares
cada 10.000 habitantes pasó de 6.300 en 2016 a 4.400 en 2018.
—La correctora, S., cobraba por horas —me
explica Claudia— y quiso que cambiara cinco de los capítulos y el final.
Estuvimos un año trabajando y la novela terminó totalmente transformada,
sinceramente creo que empeoró mucho. Pero, de todos modos, habíamos terminado y
yo creía que por fin me la iban a editar. Entonces S. me anunció que necesitaba
un "coach".
—¿Un coach? ¿Como los que asesoran
empresas?
—Ni idea, era la primera vez que
escuchaba esa palabra. Estuve días y días deprimida, casi sin levantarme de la
cama. Era como una pesadilla, ¿me entendés? Yo nunca alcanzaba el objetivo,
siempre había algo que no me dejaba seguir.
Yo entiendo, claro que entiendo. Editar
es esa materialidad tan deseada. El libro es un objeto totémico, un símbolo
hecho de símbolos. Pero editar también es la transa pura. Hay que adaptarse al mercado, adaptarse al editor,
adaptarse hasta el punto en que tu libro se aleja de vos y ya no lo reconocés.
Y sin embargo, seguimos defendiendo la autoría aunque el escrito haya salido de
un taller en el que todos intervinieron y modificaron, aunque el editor le haya
cambiado el final, la mitad de los capítulos y el título, aunque la crítica lo
haya leído de un modo que traiciona toda nuestra intención original.
En la página inglesa Mentalfloss, http://mentalfloss.com/article/91169/16-famous-authors-and-their-rejections,
se lee: "En mi opinión, la muchacha no posee una especial percepción o
sensibilidad que eleve ese libro por encima del nivel de una curiosidad.” Eso
escribió uno de los quince editores que pensaron que el Diario de Anna Frank no debía ser publicado. “Antes que nada, para
saber, ¿tiene que ser una ballena? Entiendo que sea una óptima herramienta
narrativa, en ciertos aspectos incluso esotérica, pero quisiéramos que el
antagonista tuviese un aspecto potencialmente más popular entre los jóvenes
lectores”, le dijo Peter J. Bentley a Herman Melville y por eso Moby Dick fue publicada recién dos años
después. “No estamos interesados en la ciencia ficción distópica. No vende”, le
respondió un editor a Stephen King sobre su primera novela Carrie. Casi cincuenta años después lleva vendidos diez millones de
ejemplares y todavía nos preguntamos qué tiene que ver el terror con la ciencia
ficción distópica.
—Por suerte, lo de la coach fue muy
breve. Tuve que pagarle para que leyera el libro y después mi hizo ir hasta la
casa ¡En Pilar! —a Claudia la indignación le hace temblar las manos—. Decime,
¿vos harías ir hasta Pilar a alguien que no conocés solamente para humillarlo?
—¿Qué te dijo? —pregunto con miedo de
averiguarlo.
—Que la novela no servía para nada. Que
no se podía leer, que la escena de las dos mujeres era "muy
desagradable".
—¿La escena lésbica? —pregunto yo que
leí la novela y, entre paréntesis, pienso que es muy buena— No entiendo, ¿qué
clase de coaching es ese?
—Te juro que yo tampoco entiendo. Pero
me dejó hecha pelota.
—En vez de coach, esa mina era la
censura.
—Absolutamente, quería sacar todas las
escenas que tuvieran sexo y, como es imposible, porque el tema atraviesa toda
la novela, simplemente la rechazó.
—Pero ya habías hecho la corrección, no
tiene sentido. Si era por el tema tendrían que haberla rechazado desde el
comienzo.
—Eso es lo que pensé. A menos que haya
sido solamente para sacarme plata, pero es tan perverso que no puedo creerlo
del todo. La coach prácticamente me insultó, me dijo que buscara otra cosa para
entretenerme. Que podía ser porcelana fría.
No cabe duda de que el hecho de que
grandes libros hayan sido rechazados alguna vez no quiere decir que todos los
manuscritos rechazados vayan a ser grandes libros. Los editores se equivocan
mucho, pero eso no significa que se equivoquen siempre. Rilke dijo que si
alguien puede vivir sin escribir, entonces no vale la pena que escriba y
Rodolfo Walsh pensó que la frase era un “chiste idiota". En medio de las
dos posiciones, creo simplemente que la escritura no debería tener que ver con
conseguir dinero, fama o autoestima. No debería tener que ver con apurarse ni
con mostrarse ni con adaptarse. Y sí, es muy duro, como decía Vila-Matas hay pocas profesiones que debiliten tanto el
ego como esta de escribir.
Le agradezco a
Claudia por su tiempo y su paciencia y le pido formular una última pregunta.
Ella asiente vigorosamente sacudiendo el pelo.
—¿Vas a seguir
escribiendo?
Se queda
mirándome como si buscara en algún lugar de mi cara algo que decir.
—Había
decidido que no, que nunca más. Pero no sé...
Sonríe y
repite que no sabe, pero le brillan los ojos y mientras agarra la cartera y
sale por la puerta y me saluda con la mano, yo ya sé la respuesta.