viernes, 22 de noviembre de 2019

Diccionario de mi deseo de escribir



Deseo de escribir

                Está ahí, en mí. Cartesianamente sé de su existencia porque lo siento. Lejos de las metáforas termodinámicas marxianas y freudianas (sobre todo freudianas) que nos hablaron de balances de energías y, sobre todo, de una supuesta entropía que desordena el sistema y que obedientemente deberíamos llamar "al orden" y que, por lo tanto, asumimos que sería reversible en su accionar; lejos de los maniqueísmos que oponen deseo y realidad o deseo y eficiencia, o proponen "canalizar", quizás disciplinar, esta inclinación (que me niego a llamar "energía"),  me encuentro más  próxima a la definición de Guattari quien "propondría denominar deseo a todas las formas de voluntad de vivir, de crear, de amar; a la voluntad de inventar otra sociedad, otra percepción del mundo, otros sistemas de valores" (2006: 255). Para este autor el deseo, en cualquier dimensión que se le considere, nunca es una energía indiferenciada, nunca es una función de desorden. El deseo sería el modo de producción de algo, el modo de construcción de algo, una forma productiva y creativa de vivir el mundo que está siempre profundamente distanciada del concepto de apropiación. Mi deseo de escribir es el deseo de producir escritura y, a través de esa producción, reunir de un modo efímero dimensiones de mí misma y del mundo. Querer escribir es esperanza, memoria, deseo, manía; es pulsión, amparo, supervivencia. "Querer escribir sólo puede decirse en la lengua del Escribir" (BARTHES, 2004: 43).

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Escritura

                Es un objeto social inmenso que no puede poseerse ni siquiera en ínfimos fragmentos.  Es un espacio de interrogación que te obliga a convivir con el dolor de la duda. Dice Barthes: "la escritura es el arte de plantear las preguntas y no responderlas ni resolverlas" (2005: 14). La escritura es la consecuencia de la actividad de escribir, actividad que depende para su práctica de saberes, de instrumentos y  de motivaciones. La escritura existe en un espacio; la actividad misma de escribir, que le da origen, se caracteriza por llenar un espacio en blanco con signos, se vincula con la materialidad, con el área que ocupa la letra en el papel, con el espacio de la letra en el blanco virtual de la pantalla, y que realiza la magia de inscribirse fuera del sujeto que escribe y ponerse en disponibilidad para la lectura de otro sujeto. La lectura es el revés de la trama que teje la escritura; ambas son, como sueño y vigilia, como luz y oscuridad, comple­mentarias. 
                Hay un proceso. Es el conjunto de mediaciones entre el sujeto que escribe y el objeto-escritura que resulta. A este proceso también lo llamamos escritura. Durante el lapso en que ocurre el proceso, el escritor realiza una multitud de elecciones que configurarán su escrito. Estas operaciones de selección y ordenamiento hablan de la relación entre el sujeto que escribe, el mundo y el lenguaje. Sassure lo dice así: "la razón de ser de la escritura es la de representar el sistema de la lengua" (1945: 72).
                La escritura ha sido conceptualizada como un objeto contradictorio, en el sentido que le da Walt Whitman a la contradicción: "Do I contradict myself?/ Very well then... I contradict myself;/ I am large... I contain multitudes" (2010: 137). Así Rancière dice que es el lugar: "donde el pasado y el porvenir, lo ideal y lo real, lo subjetivo y lo objetivo, lo consciente y lo inconsciente intercambian su poder. Es el pasado hecho presente y el presente lanzado hacia el futuro. Es lo invisible que se ha vuelto sensible y lo sensible espiritualizado. Es simultáneamente la presentación de sí mismo del sujeto-artista, la individualidad de la obra en la cual éste queda abolido y un momento del gran proceso de formación del mundo del espíritu" (2009: 82) y Barthes confirma en parte y agrega: "la escritura, históricamente, es una actividad continuamente contradictoria, articulada sobre una doble pretensión: por una parte, es un objeto estrictamente mercantil, un instrumento de poder y de segregación, tomado en la realidad más cruda de la sociedades; y, por otra parte, es una práctica de goce, ligada a las profundidades pulsionales del cuerpo y a las producciones más sutiles y más felices del arte" (2003: 88).
                La escritura, para mí, nunca resulta coherente y cerrada sobre sí misma, no es un escondite donde se tiene la impresión de que, dialécticamente o no, todo siempre estuvo bajo control. Busco una escritura conectada con el mundo, sus expectativas y sus contradicciones, una escritura ventilada, expuesta. La escritura es un campo de vibración donde las palabras surgen y se unen unas con otras, para después separarse, unirse nuevamente a otras y desaparecer al sabor de los flujos con los cuales el texto está conectado. La escritura es flujo que sin cesar se escapa y vuelve sin cesar.   

Publicación

                "Primero publicar, después escribir” no es un chiste. Decía Osvaldo Lamborghini: "Publicar o no escribir. Quiero: publicar. (…) Pero los inteligentes, los hombres sabios (…) me oponen una muralla inexpugnable: ahítos o hartos, es lo mismo, de mi charlatanería y de mi mala fe de homosexual contrariado, quieren mi texto, quieren Sonia (o el final) y no este par de ojos procedentes de mis íntimos cuadernos: estas palabras que sin ironía me renueven el corazón, perdido y feliz en la entrega al peor postor, al primero, ¿todo dicho Almas muertas y Gógol? Yo: Primero publicar; después, escribir” (2008: 345). Es que para publicar hace falta una clasificación, un género, como diría Steimberg "un horizonte de expectativas" para el lector. Porque publicar es querer vender y no se puede vender lo que no se puede definir, lo que no se sabe qué es.  Pensando en la edición, Lamborghini comprendía el carácter fragmentario de su obra. Rebelde como Macedonio, sus papeles de reciénvenido  eran “los papeles póstumos de un escritor genial” y Lamborghini primero debía morirse para editarlos, porque después de su muerte aquello que fuera “publicado” al fin sería escrito, sería un escrito. Escribir es un acto incoordinado, plagiario, sucio cuyo producto es difícilmente vendible. El papel de la publicación, para la escritura, es nefasto e imprescindible a la vez. La escritura no es tal sin una lectura y la lectura es (casi) imposible sin la publicación. La "gramática de la legibilidad" a la que se refiere Emilia Ferreiro, esa exigencia de un tipo de texto "con título y autor claramente visibles al comienzo, con páginas numeradas, con índice, con división en capítulos, secciones y parágrafos" (2008: 48), forman parte de la transformación de la escritura al ser publicada. Esta transmutación no es simplemente formal, es ontológica. La escritura cambia al ser editada.
                Kafka podría ilustrarnos sobre esto. Poco antes de morir seguía recomendando la destrucción de sus papeles. ¿Por qué no lo hizo él mismo? Porque él no quería romper sus escritos sino evitar que se publicasen. Sabía que, al editarse, se perderían ciertas formas de creación. En los Diarios hay una frase que dice algo así como que todo puede escribirse, que ése es el desafío: semiotizar cada parte de la existencia. En relación con esto, acabar una novela o un cuento, ponerle un final o darle una estructura no le interesaba. La publicación necesita cerrar la obra, atarla a sí misma. Algunos autores logran, sin embargo, evitarlo. Por ejemplo Joyce en Finnegans Wake produce un tipo de escritura que ni siquiera la publicación logra amarrar, porque es una escritura casi sin significado, o sea abierta a todo significado, que se mete tan a fondo con el lenguaje que permanece abierta aun editada.

Libro

                El libro representa un ataúd para la escritura, pero una cuna para la lectura. El libro es un medio imprescindible para comunicar masivamente una escritura. Es la forma privilegiada en que una escritura accede al público lector en forma de mercancía. Personalmente, creo que Eco se equivocaba cuando dijo "la gente puede comunicar directamente sin la intermediación de las editoriales. Mucha gente no quiere publicar; simplemente quieren comunicarse entre sí. El hecho de que en el futuro lo harán por correo electrónico o por Internet será un gran beneficio para los libros, la cultura y el merado de libros" (2019). Pero si McLuhan estuviera todavía entre nosotros, escribiría un artículo titulado "Gutemberg strikes back". Está claro para mí que los libros no desaparecerán; solamente están redefiniendo su lugar en el sistema actual de medios.

E-book

                Inmediatamente después del cuerpo, el libro es el medio más antiguo para almacenar, recuperar y transmitir un mensaje. En él convergen lo fisiológico, lo material y lo tecnológico, entre otras variables. Robert Logan está convencido de que el libro sobrevivirá en su formato tradicional de códice y compartirá su existencia con el e-book o el smartBook y otras formas híbridas que pudieren aparecer (2009: 25) Esto es lo que sucede actualmente, ya que los lectores utilizan ambos modos simultáneamente según una serie de conveniencias de accesibilidad, tiempo, lugar, economía, estética y fisiología, como por ejemplo la posición del cuerpo y el cansancio visual. No solamente se comparte el tiempo de lectura sino que ambos modos de realizar esta actividad se influencian entre sí. Los libros en su formato de códice se han vuelto menos extensos, por ejemplo, porque los consumidores se han habituado a piezas de información más breves. Mientras tanto, el e-book nos retrotrae al pergamino, ya su forma es la de un rollo virtual.
                Propongo entonces que ambas formas del libro, en papel y digital, constituyen dos diferentes dispositivos y que, por serlo, no son automáticamente intercambiables ni mucho menos. Oscar Traversa, sostiene que los dispositivos “permiten pensar que entre medio y técnica se abre un espacio que requiere ser precisado –el del dispositivo, a nuestro entender―, lugar de soporte de los desplazamientos enunciativos” (2014: 30). Efectivamente, no "significa" lo mismo leer un libro en papel que un e-book. En primer lugar, el libro en papel ostenta un lugar más "prestigioso". Este prestigio proviene, fundamentalmente, del precio de uno y otro o, más bien, de la posibilidad de adquirir el segundo gratuitamente. Además, el e-book es intangible, no precisa del uso de las manos para su lectura, y esta intangibilidad junto con su gratuidad, hace que se lo viva como un objeto prácticamente inmaterial. El libro en papel permite apreciar el "trabajo" que ha sido depositado en él, su formato, el peso y color de la cartulina de la tapa y del papel del interior, las solapas y la contratapa con sus paratextos, generalmente inaccesibles en el e-book. Por otra parte, el e-book no puede atesorarse en esos muebles vistosos y ciertamente esnobs que son las bibliotecas personales y todo esto hace que se pierda de vista la inmensidad de las posibilidades masivas de lectura que comporta este dispositivo virtual.

Autor

                En 1968, Barthes propuso la muerte del autor. Sus razones eran buenas, excelentes, pero las del capitalismo resultaron mejores. No hay un autor porque no hay un mensaje "no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito eternamente aquí y ahora" (1994: 68). No hay un único sentido, claro que no, hay "un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original" (69). Lo único que realmente existe es la intertextualidad, la circulación del sentido entre lectores-escritores y escritores-lectores;  el autor no es más que esa pequeña luz de intersección entre los discursos de su sociedad, "el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original" (69). No hay autor pero en su lugar no hay una ausencia: está la escritura, "la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco y negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe (...), el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura" (65) que por fin fluiría sin cortes, sin pesos, sin empaque, sin marcas, sin precios, como el amor mismo. Pero, como decía anteriormente, el capitalismo es más fuerte y el autor muerto sigue vivo.
                Al año siguiente, 1969, Foucault va a proponer cierta morigeración de los dichos de Barthes. El autor sería, para él, una función "característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad" (1985: 18). Estos discursos que portan la función autor tendrían ciertas características. En primer lugar pueden ser apropiados, tienen un valor material regido por las leyes del derecho civil y penal y por lo tanto existen los "derechos de autor". Los discursos de tipo "literario" portan (en el presente) necesariamente la función autor. Esta concepción que privilegia las ideas de individuo, don, inspiración, genio, etc.  es la que permite la transmutación de la escritura literaria en mercancía. Estos conceptos se encuentran con dificultades en la realidad, ya que ciertamente el escritor es siempre distinto de sí mismo en cada una de sus escrituras, pero la crítica, en connivencia con la industria editorial, estima que siempre existe "un punto a partir del cual las contradicciones de la autoría se resuelven, encadenándose finalmente los unos a los otros los elementos incompatibles u organizándose en torno a una contradicción fundamental u originaria" (20).
                Casi cincuenta años después de esta conferencia, la obra literaria sigue firmándose. La literatura está deviniendo abiertamente cada vez más autobiografía. Ha quedado abolida la frontera entre ficción y verdad y entre escritura y existencia. La dimensión mercantil de la escritura, íntimamente ligada a la función autor, no es puramente económica, es más bien una economía política del discurso. La actividad de la escritura, como casi todas, está atravesada y gobernada por una red de circuitos de poder y de saber que se entrecruzan y refuerzan mutuamente y el instrumento que concentra y permite medir el valor de una escritura (no sólo en dinero sino en prestigio, poder personal o institucional) es precisamente el autor, la marca que asegura calidad, difusión, rentabilidad y éxito. El mercado editorial no es un mercado de escrituras sino de nombres propios de autores.

Poesía

                En un capítulo de su libro Siete noches, Borges dice lo siguiente: "Se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Entiendo que es un error" (1993: 152). Yo también creo que es un error y también recuerdo los versos de Guillermo Boido: "La poesía no se vende / porque / la poesía no se vende". Quizás sea por esto que la poesía no se ve desmerecida por aparecer en formatos virtuales, o lo hace mucho menos, como atestigua el éxito de maravillosos blogs como el de Jorge Aulicino o el de Irene Gruss.
                La poesía nos deja sin protección alguna, en esa "intemperie sin fin" de la que habla Juanele Ortiz, en esa "desnudez de todo allí" que menciona Juárroz. No hay recetas ni caminos del héroe ni procedimientos para estar adentro del poema, simplemente hay que entrar.
                Como todas las cosas de valor, la poesía es muy difícil de asir (recordamos a Barthes, el agónico querer-asir del enamorado). Eagleton señala que no se puede determinar un poema ni por la  "rima, el metro, el ritmo, las imágenes, la dicción, el simbolismo o elementos semejantes" (2007: 35).  Todo lo que importa en la escritura de la prosa se potencia  en la del poema: la materialidad del lenguaje, el dibujo de blancos y signos en la página, el ritmo de la prosodia, las fuerza de las imágenes, la magia centelleante de las metáforas.
                Alguien dijo que la poesía es el intento de preguntarle a las palabras qué somos.
Al producir poesía el escritor se despoja de todo lo que no sea la palabra. Estoy convencida de que hay una suprema fraternidad de la poesía, de que el poema siempre se escribe para todos. Decía Edgard Bayley: "Todo poeta sabe que la palabra no es instrumento. Es vida con los demás. Y en común. Soledad común. La declamación y la ortopedia de espíritu quedan a sus márgenes. Imposibilidad, por lo tanto, del poema de acceder a la tierra de los hombres, de alimentar su viaje. Quehaceres de la poesía: hacer innecesaria toda justificación" (1983: 31).
                La poesía es contemporánea, está en las paredes, en los comunicados, en MoMa, en The New Museum, en las galerías, en los subtes. Es objeto, instalación, libro de artista, experiencia digital. El arte contemporáneo es veloz, pero la poesía es lenta; el arte es rico, pudiente, y la poesía es marginal. El arte innova y la poesía recicla. No tiene amnesia histórica, no tiene miopía geográfica. Es la superficie brillante y opaca de sencillez alfabética, escaparate numinoso, banal y grotesco, extravagancia multimedia: parar y repetir y otra vez: parar y repetir. Sabemos y no sabemos qué esperar de una lectura de poesía: Sext, confesión de YouTube, hipérbole y letargo, epifanía de lo cotidiano o el peligro de una cadencia adolescente ansiosa hecha poesía confesional para la era de la vigilancia masiva. Las palabras poéticas parpadean con el ritmo extraño, inhumano, confuso, fugitivo, de la escasez fetichizada del arte contemporáneo. Esas palabras son capaces de desmaterializar la pobreza, sin  usar máscaras  y sin lógica curatorial difusa. Con poco que perder, los poetas se mantienen contemporáneos y fuera de sintonía.

Bibliografía

BARTHES, Roland (1994) El susurro del lenguaje. Paidós. Barcelona.
-------------------  (2003).  Variaciones sobre la escritura. Paidós. Buenos Aires.
-------------------  (2004). La preparación de la novela. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-------------------  (2005)El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-------------------  (2006) El grado cero de la escritura. Siglo XXI Editores. Ciudad de México.
BAYLEY, Edgard (1983) La vigilia y el viaje. CEAL. Buenos Aires.
BORGES, Jorge Luis (1993) Obras completas. Emecé Editores. Buenos Aires.
EAGLETON, Terry (2007) Cómo leer un poema. Ediciones Akal. Madrid.
ECO, Umberto (2019) De la estupidez a la locura. Debolsillo. Madrid.
FERREIRO, Emilia (2008) Pasado y presente de los verbos leer y escribir. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
FOUCAULT, Michel, (1985) Qué es un autor. Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ciudad de México.
GUATTARI, Félix y ROLNIK, Suely (2006) Micropolítica. Cartografías del deseo. Traficantes de sueños. Madrid.
LAMBORGHINI, Osvaldo (2003) “La Causa Justa”, en Novelas II. Editorial Mondadori. Buenos Aires.
LOGAN, Robert (2009) "¿Qué es un libro? Pasado presente y futuro" en El fin de los medios masivos; Carlón, M. y Scolari C., editores. La crujía ediciones. Buenos Aires.
RANCIÈRE, Jacques (2009) La palabra muda : ensayo sobre las contradicciones de la literatura. Eterna Cadencia. Buenos Aires.
SAUSSURE, Ferdinand (1945) Curso de lingüística general. Editorial Losada. Buenos Aires.
WHITMAN, Walt (2010) Song of myself. Counterpoint. Berkeley.


Poleas y vísperas


Todo lo que conocemos se mueve
hacia la servidumbre.  
Busco un signo-ábside
a mi alrededor. Los días
bélicos
las  noches entrelazadas  
tan agriamente se transpira
no se acaba inagotable.
Yo estrofizo el desorden
su insistencia se transforma
en arco y altar.






Cuando él
el marinero sin litoral se tambalea
parece que
apenas
puede mantener la herida en los
pies y palidece
el cuello se le vuelve irritable
cree que nos hemos saciado
debe decir
poleas y vísperas
con voz susurrante húmedo oído
han de venir con regocijo.
Es una reunión de avivamiento que él dirige
y el mundo surge a sus pies
resistir dice debemos
resistir todo lo que es
vil lo que haya
caído bajo un hechizo
posiblemente atormentado
dice que deberíamos injuriar
todas las cosas por igual
miedo a la lluvia
miedo al agua
solo moho
en el púlpito se balancea se 
ve desconcertado
como si fuera un caballo
tímido por los golpes
busca algo que rompa
los bordes atrevidos  
de la luz donde se esparce
y deforma en azul
todo lo que podamos desear
hasta el final
lo proveerá
nuestro lisiado 
sordomudito
nuestro marinero señor
eieieio.