viernes, 9 de noviembre de 2018

Sobre "Los leones rondaban la casa" de Marosa di Giorgio



El poema "Los leones rondaban la casa" de Marosa di Giorgio Medici cuenta una historia, pero la historia no sucede en un tiempo sino en un espacio. Dice José Lezama Lima “Un mito es una imagen participada y una imagen es un mito que comienza su aventura que se particulariza para irradiar de nuevo”. Comienza con una acción, un verbo en tercera persona en pretérito imperfecto, una acción continua en el pasado: Los leones rondaban la casa. Esta imagen de los leones caminando en los límites de la casa va a generar el mito: Los leones siempre rondaron./ Siempre se dijo que los leones rondaron siempre. “Siempre se dijo”, el tiempo impersonal del mito, de la leyenda.

Estos leones son el “correlativo objetivo” del poema: los leones que siempre rondaron, que entraron a la casa, que están “acá”. El peligro progresa, lo que creíamos afuera de la casa, está en la casa. Afuera y adentro.
Suceden cosas entre las mujeres y los leones, siempre en un tono alucinatorio. No se manifiestan sentimientos subjetivos, sino afectos impersonales. Los hechos que ocurren no terminan de entregar su secreto, y los testigos son un pronombre personal que anda por un borde roto (nosotros/as) y no puede hacer nada con respecto a estos hechos, ni huir de ellos ni detenerlos o alterarlos.
¿Se pone en cuestión el sujeto en este poema? ¿Hay aquí revuelta íntima? Yo creo que sí. Se expresa a través de, como diría Kristeva, una organización de su pulsación “en un orden no ya simbólico sino semiótico”. Explora justamente aquello que socava la unidad de la ley, la unidad del ser y de la identidad que es lo que Kristeva relaciona con la experiencia del goce. “La permanencia de la contradicción, (…) la puesta en evidencia de todo cuanto pone a prueba la posibilidad misma del sentido unitario (…) eso es lo que explora esta cultura re-vuelta.”
Es esta mutación en la relación con el sentido la que se expresa en versos como: Los leones eran al mismo tiempo presentes e invisibles, al/ mismo tiempo, visibles e invisibles.
Marosa cuestiona aquí también la oposición humanidad/animalidad. Los leones tienen actitudes propias de lo humano: roban y fingen: Se oía el rumor de la leche que robaban (...) Y la comieron fríamente. Como en un simulacro. La abuela, por su parte los trae a la casa, expresa la necesidad de aceptarlos: Los leones rondaron siempre. Están delante/de los paraísos y el rosal. Dijo: --Los leones están acá.  Se cuestiona en el poema la humanidad en los límites que ha construido para mantenerse separada de la animalidad. Giorgio Agamben dice:  “La división de la vida en vegetal y de relación, orgánica y animal, animal y humana pasa por el interior del viviente hombre como una frontera móvil; y sin esta íntima censura, probablemente no sea posible la decisión misma sobre lo que es humano y lo que no lo es”.   Marosa intenta desarmar esta censura.
Pero no solamente los animales se humanizan, también las cosas; “Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel/y la carne que cortaban”. En esta imagen sinestésica oímos el sufrimiento de las cosas que “claman”. El sujeto perceptor está por todas partes en este espacio mítico y siente en su cuerpo la sombra de los leones (presentes e invisibles) el dolor de las cosas que se esconden y claman y la presencia de la muerte que no llega a realizarse (los sudarios, el simulacro de devoración).
 El sujeto poético se construye en relación con su objeto y con el lenguaje. El sujeto que habla en el poema de Marosa es opaco. Hay un “nosotr@s” tácito que se expresa en un solo verso: Corrimos a esconder los floreros de sal (…) Allí creemos verla a ella, a Marosa, la que registra el suceso, pero se esconde, no la encontramos más que como una sombra moviéndose en la casa del lenguaje. Ese sujeto escondido parece impotente para alterar las circunstancias, pero no contempla impasible lo que pasa sino que se sorprende y se asusta.
Hay una abuela, de modo que podríamos creer que habla una niña o quizás habla una adulta que recuerda su niñez. Pero ninguna de estas posibilidades conviene realmente al poema. La enunciación evocatoria no se limita al recuerdo de un pasado remoto y perdido. La voz es a la vez adulta e infantil y también algo más, misterioso. La que esconde la colección de estampillas podría ser una niña, pero la que trae los sudarios parece adulta. La niña quizás ve los leones bellos con ojos como perlas, pero la que los describe al mismo tiempo presentes e invisibles se nos presenta adulta. Pienso que la aparición de una voz (la niña) ha sido saboteada por otra voz (la adulta) que aparece, y de ese estallido resulta una pluralidad, un descontrol.
Según Käte Hamburguer “el yo lírico es un sujeto enunciativo” de una especie particular, es decir un sujeto enunciativo lírico. Todo sujeto que enuncia se refiere a un objeto, en el caso de la relación sujeto-objeto lírica nos encontramos con relaciones particulares de este tipo de enunciación. El objeto principal del poema de Marosa son los leones, que incluso están en el título, pero está claro que no son leones comunes o “verdaderos leones”. Lo que ha sucedido es que “los enunciados han sido expulsados de la esfera del objeto y arrastrados al interior de la del sujeto (…) hacia un sentido que el yo lírico quiere expresar en ellos”. Por eso los leones eran sucios y dorados (…) con un broche brillante en el pecho y al mismo tiempo presentes e invisibles. ¿Son entonces los leones símbolos? Según Hamburguer serían símbolos en la medida en que son aprehendidos por el yo lírico y se metamorfosean en estados de ánimos, simbólicos para ese yo.

Los leones rondaban la casa

Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa
Halley, las queridísmas sábanas nevadas, la colección
de estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles. al
mismo tiempo, visibles e invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y --¡como si hubiese sido un simulacro!-- ella tornó a la
casa y dijo: --Los leones rondaron siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: --Los leones están acá.




miércoles, 7 de noviembre de 2018

Todos mis marineros




Mis amigos abandonaron el barco. Hace horas. Las ratas
           escapan ahora en pequeños 
botes salvavidas grises, sus colas anulares cambian la marea, sus ojos plateados.
            deletrean el  flujo. 

El violinista toca el otoño de Vivaldi, nenúfares en el 
           campo del mar. 

Lo que siempre quise saber: pararme 
           junto a la popa y, 
con coraje, dejar ir. El 

amor venenoso se extiende como un mazo de fotografías, memoria sin sangre, 
           un ancla alzada, 
deshecha. La línea que se rompe cuando llega la tormenta, la verdad que los 
           marineros saben:
Cielos rojos, 
una mala señal. Para navegar, se debe saber a dónde se va, con un 
           gráfico exacto, 
fijado con puntos suspensivos, pequeñas chinches de colores. Accidentes, tifones, las estacas filosas de los 
           monstruos marinos, las puntas de diamante, los 

milagros que han cambiado de rumbo, los pasajes tallados en los nuevos 
           mundos, donde 
surgen los marineros. En la espuma blanca, las 

páginas vienen como gaviotas planas en la cresta de las olas, el encaprichamiento a la deriva, 
           como una ciencia del caos, 

aparecen escozores del hielo, fantasmas intermitentes, para recordarme 
           que el amor es espectral, 
imprevisto. 

Los rápidos fueron turbulentos hacia el corredor asiático, navegando hacia 
           Lachine.  O China, un país ordinario, después de todo. 
Raras y frágiles, las cosas estimadas desde una gran distancia, 

protegidas en la plataforma de hielo. 

Toco esta porcelana de borde a tallo, y siento sus flores elevadas, 
           traídas desde el fondo de la memoria.
A pesar del peligro, los marineros han adornado las velas 


fuertes, tontos, ágiles, me sacan del naufragio.