Aurora Venturini recuerda cuando Eva
Duarte era una nena y correteaba en los baldíos de su pueblo: “Jugaba un juego
peligroso de pobres contra ricos; ella estaba con los pobres” (2014: 23),
cuenta Venturini. En ese cuerpo en crecimiento, con voz aguda y prepotente, ya
se encarnaban cuestiones culturales y sociales. No es que la fuerza política
fuera perceptible en ese entonces, pero de algún modo estaba inscripta en la
corporalidad del juego una forma pragmática de entender el mundo. Ese juego, al
igual que el cuento de David Viñas “La señora muerta”, pueden leerse como una articulación
entre el deseo, el cuerpo, la ideología y las relaciones de clase.
Un hombre, Moure, quiere un cuerpo de
mujer, un objeto para saciar su deseo, pero de pronto ese cuerpo lo sorprende, se
manifiesta como sujeto, con sus propias apetencias, sus límites y sus
identificaciones. Dijo Beatriz Sarlo “antes que una ideología, antes que un
sistema de ideas, el peronismo fue una identificación” (2003: 91-92) y parecía
creer que había algo malo en eso, quizás porque no le gustaba la facilidad con
que esa identificación permitió que se traspasaran a otras mujeres las
prácticas sociales que el cuerpo de Eva encarnó. Por ejemplo lo que pasó con
“esa mujer”, la de la cola, que frustró y enojó a Moure como antes había asombrado
y horrorizado a la oligarquía. El texto de Viñas puede leerse apuntando a esa
transformación producida en las mujeres argentinas, que encarnan a Eva y se
identifican con ella, cada una en un cuerpo diferente, todos femeninos. O al
menos eso se pretende demostrar.
Formas
plebeyas
Es de noche. Llovizna y hace frío a
fines de julio de 1952. La gente espera para rendir honores a una mujer muerta,
a la que llaman “la Señora”. El texto es impreciso, hay poca luz porque telas
negras envuelven los faroles, nada se distingue con claridad, inclusive se
confunden los olores. Hay una mujer en la cola, que cree que lo que siente es
olor a goma quemada y un hombre la saca de su error. El narrador va a llamarla
“esa mujer”. No es una referencia al cuento de Walsh, que fue escrito después,
pero sí lo es a la forma en que la oligarquía denominaba peyorativamente a Eva
Perón. Al llamarla así, el narrador está marcado dos cosas, una identificación
de esta mujer con Evita (con la Eva viva, mal vista, denostada) y su sexualidad
liberal. Cortés Rocca y Kohan señalan: “en el cuento se produciría una especie de
desdoblamiento de la figura de Eva Perón: ‘la señora’ que está muerta y ‘esa
mujer’ (…) que alegorizaría la imagen de Eva joven, antes de encontrarlo a
Perón” (1998: p.76).
Moure, el protagonista de este relato,
ya la viene observando, y encuentra que el gesto con que se apoya contra la
pared es a la vez “resignado e insolente”. Esto le otorga confianza, se siente
seguro de que puede “levantarse” a esa mujer. El personaje asocia la insolencia
con la libertad sexual, lo que nos retrotrae al imaginario de Eva del
antiperonismo.
Poe otra parte, unidas, la resignación y
la insolencia pueden entenderse también como resentimiento, la “forma plebeya
del odio” según Beatriz Sarlo (2003: p.28): el sentimiento de los postergados
que tienen conciencia de tales.
Sólo
negocios
Moure, por su lado, también encarna a un
imaginario social. Quiere sacar ventaja de la situación, para eso fue a la
cola. Es un personaje machista, sin duda, pero aquí está representando también
un arquetipo mercantilista, explotador hacia los humildes que esperan.
Finalmente lo que quiere es ahorrarse unos pesos, levantarse una mina que no le
salga tan cara y para eso está dispuesto a juntarse con estas personas por las
que siente desconfianza, desprecio y asco. A su presunta conquista la trata de
una manera básica, casi animal, solamente le pregunta si tiene hambre, si tiene
sueño, si siente dolor. En cambio ella le
hace una pregunta más compleja, cuando le cuestiona si le gustaba la Señora. Él
queda sorprendido y duda, se queda mirándola y apreciando su belleza y su
juventud y responde por asociación: “era joven”. Así reafirma el nexo entre la
muerta y la mujer viva de la que pretende servirse.
Creemos que Moure representa el cinismo
infantil y soberbio de la clase media, que quiere hacer negocios con el sentimiento
popular. Ese egoísmo, esa ceguera que Rodolfo Fogwill recreó en el cuento “La
cola” cuando su protagonista repite sin cesar una misma acción: “Yo calculo”
(2009: 45). Mientras otros lloran, él estima la inversión publicitaria de
cámaras, sindicatos, reparticiones públicas e instituciones diversas en esa
otra fila, la que despide a Perón. Evalúa su poder material y simbólico:
información, dinero, mujeres. Sabedor de una superioridad social, el
protagonista de “La cola” se pregunta: con esto que tengo, ¿qué puedo conseguir?
y quizás por eso se acuerda del su otro yo, Moure. “Trato de comparar esta cola
con mi vago recuerdo de la de Eva Perón. Yo entonces tenía diez años y no estuve
presente, pero la vi filmada. Las imágenes de aquellos films se confunden en mi
memoria con las de un cuento que publicó Viñas en tiempos de Aramburu” (2009:
46).
Desfasadas
y fugitivas
La política y la literatura, como dos
redes de enunciación, se han entrecruzado en el cuerpo y la identidad de Eva
Perón. En estos cruces podemos encontrar algunas regularidades, algunos puntos
que retornan. Por ejemplo el concepto de su “excepcionalidad” que, más que
ponerla como ejemplo, subraya ese estar “fuera de lugar” permanente en el que
Eva se movía. Interesada por la realidad social entre actores narcisistas,
justiciera entre las damas de la beneficencia, una primer dama que por primera
vez hace política, Eva diverge en todos los grupos sociales, habitada por la
contradicción. ”No sé jugar al bridge, no me gusta el té con masitas”
(Martinez, 1996:188), les dice a las damas de beneficencia. “Si los hombres de
gobierno, los dirigentes, los políticos, los embajadores, los que me llaman
‘Señora’ me llamasen ‘Evita’ me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar
como que un ‘pibe’, un obrero o una persona humilde del pueblo me llamara
‘Señora’.” (Perón, 2008: 64)
Esa mujer del cuento de Viñas también se
encuentra fuera de lugar en la cola. No está acompañada, no pertenece a ninguna
familia o grupo, y está vestida con un tapado de piel, indumentaria que la
distingue de otras mujeres que esperan.
Otro punto reiterativo en la descripción
de Eva es el “escape”. Eva se mueve y no se sabe dónde está, cambia de posición
con rapidez. Este movimiento la lleva de niña pobre y provinciana a aspirante a
actriz, de actriz a amante del vicepresidente, de amante a esposa y a primera
dama, de primera dama a candidata a vicepresidenta, de candidata frustrada a
mujer santificada y de cuerpo durmiente y embalsamado a cuerpo desaparecido:
cuando se la cree conocer, ubicar, hay algo de ella que siempre huye. “La
esposa de Perón, Eva Duarte, no va a seguir ocupando el tradicional lugar de la
Primera Dama sino que, muy por el contrario va a ir cambiando los lujosos
vestidos y las joyas por los trajes sastre. Según la mayoría de sus biógrafos
(Navarro, Dujovne Ortiz, Borrón-Vacca) y en gran parte de las
ficcionalizaciones (como por ejemplo en las novelas de Abel Posse y Tomás Eloy
Martínez), este cambio fue notable al regreso de su viaje por Europa, en 1947”
(Rosano, 2006: 19).
Lo propio sucede con la protagonista de
nuestro cuento: cambia de opinión, se va; no estaba donde creíamos, escapa hacia
otro lugar.
El
cuerpo y la voz
Muchos opinan que el atributo más
importante que le permite a Eva triunfar como mujer es la belleza. Sin embargo,
una lectura de sus múltiples biografías nos indica que Eva surge mucho más
identificable en relación con la voz. Posse la define como mujer “bella y
hablante” en un país en el cual las mujeres no tenían ni voz ni voto. “La voz
fue importante, sí. Yo fui sólo mi voz, políticamente, digo” (Posse, 1994: 132)
Eva encuentra una voz y la proyecta
contra el ideal de la voz femenina, que es el acatamiento silencioso y sumiso.
Eva habla, “Se desapropia de su cuerpo para darse toda a través de la voz (…)
Así concibe un proyecto social más allá del deseo del amo Perón”, dice Claudia
Soria (2005:114).
Algo parecido le sucede a la mujer del
cuento de Viñas. En el taxi ella toma conciencia de ser un cuerpo-objeto: “las
manos de Moure que le oprimían las piernas, pero no como para acariciarla, como
si ella fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un pañuelo
o una baranda o la propia ropa de Moure”. Ante esto, ella todavía no habla sino
que se ríe. La risa, productora de una significación incierta, igualmente
irrita a Moure que “pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en
silencio”. Cuando ella finalmente habla es para poner el límite definitivo. Al
proyectar su voz es finalmente sujeto y no un cuerpo definido por el deseo del
otro: “Eso sí que no se lo permito”.
Justamente cuando este cuento sucede, el
cuerpo de Eva ha pasado a ser “el cuerpo espiritual de la Nación”. Según Soria:
“el cuerpo espiritual es el ambiguo espacio en el que el goce fálico y el goce
femenino se superponen, se solidarizan y se dan la mano al tiempo que se
rechazan, se repelen y se distancian” (2005: 199). Mujeres que se resisten a un
cuerpo espiritual, ni putas ni santas, que intentan hacer emerger su identidad,
que tratan de proyectar su voz y lo consiguen, caminan, como “esa mujer”, por
la huella de Evita, y la vivifican. Evita vive, por eso, en ella, en nosotras.
Bibliografía
Cortés Rocca, Paola; Kohan,
Martín. Imágenes de vida, relatos de
muerte. Eva Perón: cuerpo y política. Rosario: Beatriz Viterbo Editora,
1998.
Fogwill, Rodolfo. Cuentos completos. Madrid: Editorial Alfaguara, 2011
Martínez, Tomás Eloy. Santa Evita. Buenos Aires: Grupo Planeta, 1996.
Perón, Eva. La
Razón de mi Vida. Buenos Aires: Ediciones Peuser, 2008
Posse, Abel. La
pasión según Eva. Buenos Aires: Emecé, 1994
Rosano, Susana. Rostros y
máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y
representación. Rosario:
Beatriz Viterbo Editora, 2006.
Sarlo, Beatriz. La pasión y la excepción. Buenos Aires:
Siglo XXI, 2003
Soria, Claudia. Los
cuerpos de Eva. Anatomía del deseo femenino. Rosario: Beatriz Viterbo
Editora, 2005.
Venturini, Aurora. Eva. Alfa y Omega. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2014
Viñas, David. Las malas costumbres. Buenos
Aires: Peón negro, 2007.
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