martes, 27 de noviembre de 2018

EVITA VIVE. La señora según David Viñas



Aurora Venturini recuerda cuando Eva Duarte era una nena y correteaba en los baldíos de su pueblo: “Jugaba un juego peligroso de pobres contra ricos; ella estaba con los pobres” (2014: 23), cuenta Venturini. En ese cuerpo en crecimiento, con voz aguda y prepotente, ya se encarnaban cuestiones culturales y sociales. No es que la fuerza política fuera perceptible en ese entonces, pero de algún modo estaba inscripta en la corporalidad del juego una forma pragmática de entender el mundo. Ese juego, al igual que el cuento de David Viñas “La señora muerta”, pueden leerse como una articulación entre el deseo, el cuerpo, la ideología y las relaciones de clase.
Un hombre, Moure, quiere un cuerpo de mujer, un objeto para saciar su deseo, pero de pronto ese cuerpo lo sorprende, se manifiesta como sujeto, con sus propias apetencias, sus límites y sus identificaciones. Dijo Beatriz Sarlo “antes que una ideología, antes que un sistema de ideas, el peronismo fue una identificación” (2003: 91-92) y parecía creer que había algo malo en eso, quizás porque no le gustaba la facilidad con que esa identificación permitió que se traspasaran a otras mujeres las prácticas sociales que el cuerpo de Eva encarnó. Por ejemplo lo que pasó con “esa mujer”, la de la cola, que frustró y enojó a Moure como antes había asombrado y horrorizado a la oligarquía. El texto de Viñas puede leerse apuntando a esa transformación producida en las mujeres argentinas, que encarnan a Eva y se identifican con ella, cada una en un cuerpo diferente, todos femeninos. O al menos eso se pretende demostrar.




Formas plebeyas

Es de noche. Llovizna y hace frío a fines de julio de 1952. La gente espera para rendir honores a una mujer muerta, a la que llaman “la Señora”. El texto es impreciso, hay poca luz porque telas negras envuelven los faroles, nada se distingue con claridad, inclusive se confunden los olores. Hay una mujer en la cola, que cree que lo que siente es olor a goma quemada y un hombre la saca de su error. El narrador va a llamarla “esa mujer”. No es una referencia al cuento de Walsh, que fue escrito después, pero sí lo es a la forma en que la oligarquía denominaba peyorativamente a Eva Perón. Al llamarla así, el narrador está marcado dos cosas, una identificación de esta mujer con Evita (con la Eva viva, mal vista, denostada) y su sexualidad liberal. Cortés Rocca y Kohan señalan: “en el cuento se produciría una especie de desdoblamiento de la figura de Eva Perón: ‘la señora’ que está muerta y ‘esa mujer’ (…) que alegorizaría la imagen de Eva joven, antes de encontrarlo a Perón” (1998: p.76).
Moure, el protagonista de este relato, ya la viene observando, y encuentra que el gesto con que se apoya contra la pared es a la vez “resignado e insolente”. Esto le otorga confianza, se siente seguro de que puede “levantarse” a esa mujer. El personaje asocia la insolencia con la libertad sexual, lo que nos retrotrae al imaginario de Eva del antiperonismo.
Poe otra parte, unidas, la resignación y la insolencia pueden entenderse también como resentimiento, la “forma plebeya del odio” según Beatriz Sarlo (2003: p.28): el sentimiento de los postergados que tienen conciencia de tales.

Sólo negocios

Moure, por su lado, también encarna a un imaginario social. Quiere sacar ventaja de la situación, para eso fue a la cola. Es un personaje machista, sin duda, pero aquí está representando también un arquetipo mercantilista, explotador hacia los humildes que esperan. Finalmente lo que quiere es ahorrarse unos pesos, levantarse una mina que no le salga tan cara y para eso está dispuesto a juntarse con estas personas por las que siente desconfianza, desprecio y asco. A su presunta conquista la trata de una manera básica, casi animal, solamente le pregunta si tiene hambre, si tiene sueño, si siente dolor. En cambio  ella le hace una pregunta más compleja, cuando le cuestiona si le gustaba la Señora. Él queda sorprendido y duda, se queda mirándola y apreciando su belleza y su juventud y responde por asociación: “era joven”. Así reafirma el nexo entre la muerta y la mujer viva de la que pretende servirse.
Creemos que Moure representa el cinismo infantil y soberbio de la clase media, que quiere hacer negocios con el sentimiento popular. Ese egoísmo, esa ceguera que Rodolfo Fogwill recreó en el cuento “La cola” cuando su protagonista repite sin cesar una misma acción: “Yo calculo” (2009: 45). Mientras otros lloran, él estima la inversión publicitaria de cámaras, sindicatos, reparticiones públicas e instituciones diversas en esa otra fila, la que despide a Perón. Evalúa su poder material y simbólico: información, dinero, mujeres. Sabedor de una superioridad social, el protagonista de “La cola” se pregunta: con esto que tengo, ¿qué puedo conseguir? y quizás por eso se acuerda del su otro yo, Moure. “Trato de comparar esta cola con mi vago recuerdo de la de Eva Perón. Yo entonces tenía diez años y no estuve presente, pero la vi filmada. Las imágenes de aquellos films se confunden en mi memoria con las de un cuento que publicó Viñas en tiempos de Aramburu” (2009: 46).

Desfasadas y fugitivas

La política y la literatura, como dos redes de enunciación, se han entrecruzado en el cuerpo y la identidad de Eva Perón. En estos cruces podemos encontrar algunas regularidades, algunos puntos que retornan. Por ejemplo el concepto de su “excepcionalidad” que, más que ponerla como ejemplo, subraya ese estar “fuera de lugar” permanente en el que Eva se movía. Interesada por la realidad social entre actores narcisistas, justiciera entre las damas de la beneficencia, una primer dama que por primera vez hace política, Eva diverge en todos los grupos sociales, habitada por la contradicción. ”No sé jugar al bridge, no me gusta el té con masitas” (Martinez, 1996:188), les dice a las damas de beneficencia. “Si los hombres de gobierno, los dirigentes, los políticos, los embajadores, los que me llaman ‘Señora’ me llamasen ‘Evita’ me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar como que un ‘pibe’, un obrero o una persona humilde del pueblo me llamara ‘Señora’.” (Perón, 2008: 64)
Esa mujer del cuento de Viñas también se encuentra fuera de lugar en la cola. No está acompañada, no pertenece a ninguna familia o grupo, y está vestida con un tapado de piel, indumentaria que la distingue de otras mujeres que esperan.
Otro punto reiterativo en la descripción de Eva es el “escape”. Eva se mueve y no se sabe dónde está, cambia de posición con rapidez. Este movimiento la lleva de niña pobre y provinciana a aspirante a actriz, de actriz a amante del vicepresidente, de amante a esposa y a primera dama, de primera dama a candidata a vicepresidenta, de candidata frustrada a mujer santificada y de cuerpo durmiente y embalsamado a cuerpo desaparecido: cuando se la cree conocer, ubicar, hay algo de ella que siempre huye. “La esposa de Perón, Eva Duarte, no va a seguir ocupando el tradicional lugar de la Primera Dama sino que, muy por el contrario va a ir cambiando los lujosos vestidos y las joyas por los trajes sastre. Según la mayoría de sus biógrafos (Navarro, Dujovne Ortiz, Borrón-Vacca) y en gran parte de las ficcionalizaciones (como por ejemplo en las novelas de Abel Posse y Tomás Eloy Martínez), este cambio fue notable al regreso de su viaje por Europa, en 1947” (Rosano, 2006: 19).
Lo propio sucede con la protagonista de nuestro cuento: cambia de opinión, se va; no estaba donde creíamos, escapa hacia otro lugar.

El cuerpo y la voz

Muchos opinan que el atributo más importante que le permite a Eva triunfar como mujer es la belleza. Sin embargo, una lectura de sus múltiples biografías nos indica que Eva surge mucho más identificable en relación con la voz. Posse la define como mujer “bella y hablante” en un país en el cual las mujeres no tenían ni voz ni voto. “La voz fue importante, sí. Yo fui sólo mi voz, políticamente, digo” (Posse, 1994: 132)
Eva encuentra una voz y la proyecta contra el ideal de la voz femenina, que es el acatamiento silencioso y sumiso. Eva habla, “Se desapropia de su cuerpo para darse toda a través de la voz (…) Así concibe un proyecto social más allá del deseo del amo Perón”, dice Claudia Soria (2005:114).
Algo parecido le sucede a la mujer del cuento de Viñas. En el taxi ella toma conciencia de ser un cuerpo-objeto: “las manos de Moure que le oprimían las piernas, pero no como para acariciarla, como si ella fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un pañuelo o una baranda o la propia ropa de Moure”. Ante esto, ella todavía no habla sino que se ríe. La risa, productora de una significación incierta, igualmente irrita a Moure que “pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en silencio”. Cuando ella finalmente habla es para poner el límite definitivo. Al proyectar su voz es finalmente sujeto y no un cuerpo definido por el deseo del otro: “Eso sí que no se lo permito”.


Justamente cuando este cuento sucede, el cuerpo de Eva ha pasado a ser “el cuerpo espiritual de la Nación”. Según Soria: “el cuerpo espiritual es el ambiguo espacio en el que el goce fálico y el goce femenino se superponen, se solidarizan y se dan la mano al tiempo que se rechazan, se repelen y se distancian” (2005: 199). Mujeres que se resisten a un cuerpo espiritual, ni putas ni santas, que intentan hacer emerger su identidad, que tratan de proyectar su voz y lo consiguen, caminan, como “esa mujer”, por la huella de Evita, y la vivifican. Evita vive, por eso, en ella, en nosotras.



Bibliografía

Cortés Rocca, Paola; Kohan, Martín. Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón: cuerpo y política. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1998.
Fogwill, Rodolfo. Cuentos completos. Madrid: Editorial Alfaguara, 2011
Martínez, Tomás Eloy. Santa Evita. Buenos Aires: Grupo Planeta, 1996.
Perón, Eva. La Razón de mi Vida. Buenos Aires: Ediciones Peuser, 2008
Posse, Abel. La pasión según Eva. Buenos Aires: Emecé, 1994
Rosano, Susana. Rostros y máscaras de Eva Perón. Imaginario populista y
representación. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2006.
Sarlo, Beatriz. La pasión y la excepción. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003
Soria, Claudia. Los cuerpos de Eva. Anatomía del deseo femenino. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2005.
Venturini, Aurora. Eva. Alfa y Omega. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2014
Viñas, David. Las malas costumbres. Buenos Aires: Peón negro, 2007.


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