domingo, 8 de septiembre de 2024

Jorge

 

El despertador suena a las seis en punto. Enseguida va a venir papá a buscarme para hacer los ejercicios de la mañana. Hoy me duele mucho la panza, pero ya sé que no puedo quedarme en la cama. Una vez se me ocurrió esconderme para no hacer los ejercicios de la mañana y papá me encerró en el bañito de abajo casi dos días. Silvina me hablaba a través de la puerta, me decía que no estuviera triste, que papá no era eterno y que algún día podría hacer lo que quisiera.

Damos dos vueltas al parque corriendo y después empezamos con los ejercicios de fuerza. Me cuesta muchísimo levantar las pesas porque papá les pone demasiada carga. Grita: ¡Vamos! ¡Una más! ¡Son tres series de diez!

Llegamos a casa y me baño. Me visto y papá viene a revisar lo que me puse. Como siempre, no está de acuerdo. Estas bermudas parecen de maricón, dice. Tenés que bajar esas caderas de mierda. Le digo que tiene razón, para qué discutir. Me pongo un pantalón de fajina y una camisa azul.



Silvina es mi hermana mayor, cumplió nueve el año que yo nací. Tenía otro hermano, Jorge, pero se murió de cáncer. Papá siempre dice que se enfermó porque le saqué la pelota y después se me cayó en un pozo de la calle, de los que hacen los obreros del gas. Eso le bajó las defensas, dice y sacude la cabeza. Silvina me consuela, me explica que papá está obsesionado con Jorge y me pide que lo perdone.

A Jorge le encantaban los deportes. Era muy bueno jugando al fútbol y papá lo acompañaba a todos los partidos. Decían que iba a ser profesional y una vez vinieron los de Independiente a verlo jugar. Papá habló con ellos y estaba contentísimo. Esa noche comimos helado de chocolate.

Ahora no puedo comer nada dulce, papá dice que en seguida engordo, que un deportista que está gordo, está equivocado. Así dice.

Cuando Jorge estaba enfermo, Silvina se ocupaba de mí. Papá y mamá estaban todo el tiempo atrás de él. Al principio lo llevaban al médico casi todos los días. Yo entraba a veces en su pieza a la noche para jugar y él no quería; se le cayó el pelo y después lo internaron y no volvió más. Antes papá fue a ver un curandero y lo contrató para que viniera a casa a sacar las malas energías. Quemó una planta que dejó un olor muy fuerte, también puso piedras negras y vasitos con aceite por todas partes. Silvina me contó que le pagaron muchísima plata, pero Jorge se murió igual.

Ahora casi nunca vemos a mamá. Se queda encerrada en la pieza y sale de noche cuando estamos durmiendo. Después del entierro, papá empezó a llamarme Jorge. Me sacó de mi habitación y me cambió a la de él e hizo achicar su ropa para que yo me la pusiera. Me cortó el pelo al ras y me llevó a jugar a la pelota. Para que yo aprenda más de fútbol, también vemos juntos partidos en la compu. Ayer vimos uno del mundial de Italia del 90. A mí me gusta jugar a la pelota, pero no me sale tan bien como a Jorge y papá se enoja.

Después del desayuno me mide los músculos de los brazos y las piernas con un centímetro

—¡Qué cosa con vos! —protesta— ¡No te crecen!

Yo pido disculpas, como si los músculos fueran mi responsabilidad. Tengo muchas ganas de hacer pis. Voy al baño y me siento a orinar y veo que hay sangre en el calzoncillo. A pesar de las pastillas, sigo menstruando. Papá se va a poner furioso.

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