El
autor del plagio
Entre los ocho y los diez años fui
adicta a los libros de Enid Blyton. Los consumía con tanta avidez que a veces a
mis padres les resultaba muy difícil encontrar alguno que todavía no hubiera
leído. Me acuerdo de que un día, un poco antes de abandonar a Enid para siempre
y después de visitar cinco librerías, papá, harto del asunto, me preguntó por
qué me gustaba tanto esta autora que plagiaba todo el tiempo y tenía empleados
que le escribían los libros. Me quedé muy callada. Había tanto que no entendía
de esa pregunta que no sabía por dónde empezar. En primer lugar, nunca se me
había ocurrido que existiera una persona determinada, una mujer (¿era Enid un
nombre femenino?), que inventaba todas las historias de Los cinco y de la chicas de Torres
de Malory. Mi posición era un poco como la de los actuales consumidores de
series audiovisuales. No es común que nos preguntemos quién escribió el guión y
de dónde sacó la idea, si lo hizo solo o en grupo y si alguien lo ayudó con
esos diálogos interminables. Y si así fuera, ¿cuál es el problema? A mí me
importaba muy poco si había una fábrica de libros sobre Santa Clara o los Siete
Secretos en donde escribía una legión de autores. Y esa palabra
"plagiar", ¿qué quería decir? Papá me informó que era copiar algo que
había creado otra persona y mentir diciendo que lo había escrito uno. Enseguida
me di cuenta de lo espinoso del asunto. Cuando yo copiaba partes de una página
del libro de historia para el trabajo del 9 de julio, ¿estaba plagiando?
Parados en medio de la librería, un vendedor que traía Los cinco en el cerro del contrabandista interrumpió la discusión,
pero me fijé en ese nombre "Enid Blyton" escrito en letras cursivas
blancas y por primera vez me imaginé a una mujer, quizás una abuela, o una
bibliotecaria, o una bibliotecaria abuela, una sola y única persona bendecida
con el poder de sacar de sí historia tras historia, como si vomitara oro[1].
Entonces
y ahora un nombre encabeza la tapa del objeto-libro, pero ese nombre, ¿es del
autor? Y cuando digo autor, ¿estoy diciendo que todo el texto se originó
exclusivamente en el pensamiento y emociones de ese solo individuo? Contestar afirmativamente
sin más resulta inverosímil en el presente. La Enid Blyton que conocemos hoy,
alcohólica y simpatizante del nazismo, y la persona que imaginó a esos niños
aventureros no es la misma, no es un solo individuo unívoco. Si cada obra es la postulación de un mundo, una nueva combinación, una
mezcla de relaciones posibles, el escritor produce esta amalgama atravesado por
la interacción permanente con los otros. El autor, como todos, cuando piensa,
lo que hace es procesar constantes transacciones con las subjetividades de
otros, de sus lectores, de sus contemporáneos y de sus antecesores.
Hay quien sostiene que la literatura, el arte e incluso todas las
actividades humanas son esencialmente repetitivas y que el plagio por lo tanto
es inevitable. Hay otros que defienden nociones absolutas de originalidad e
invención y consideran que éstas pueden ser apropiadas. Muchos autores
realizaron esfuerzos considerables para justificar la copia o para reformularla
bajo otra luz, pero la existencia del concepto plagio marcó una frontera
definida entre lo valorable y lo descartable, entre lo legítimo y lo delictivo,
hasta el punto de que, si un texto se considera como tal, pierde para muchos
lectores la capacidad de pertenecer al grupo de los merecedores de atención
literaria.
Sin embargo, no es tan sencillo establecer cuándo una copia constituye
un plagio. La pregunta por responder frente a un texto "copiado" no
es si la repetición de palabras, párrafos o páginas de hecho ocurrió sino si la
repetición, que podemos verificar, califica como sancionable, poco ética o
ilegal. Viéndolo desde esta perspectiva, el plagio sería el resultado de un
juicio exterior al texto que, si bien indica la presencia de algún tipo de
repetición, lo más importante que hace es condenar al escritor y al escrito por
medio de un conjunto de normas políticas, estéticas y culturales. Las disputas
particulares muestran evidencias sobre los criterios no textuales que se
utilizan en las decisiones sobre plagio; por ejemplo el supuesto del talento o
genio poseído por los autores (a veces del plagiado, otras del plagiario o de
ambos), el lugar más o menos canónico alcanzado por el texto copiado antes del
descubrimiento del plagio, los intereses nacionales, políticos y económicos del
acusador y del acusado y desde luego las normas estéticas y legales dominantes
en los distintos momentos de producción, recepción y juicio del texto
cuestionado.
Me gusta este tema porque me interesa pensar cómo se construye la
literatura en cuanto tal. En este sentido, el plagio literario ilustra ciertas
especificidades pragmáticas, que no son generalizables a todo el espectro de
los campos discursivos, y permite ver cómo las instituciones literarias tienen
innumerables dificultades para identificarlo y también para condenarlo. No hay
normas que definan los criterios para el éxito o el fracaso autoral y la
actuación en el mercado y el valor simbólico de las obras literarias pueden
diferir al punto de ser opuestos uno del otro. Lo que resulta indudable es que
el plagio en un determinado período histórico-cultural se relaciona con lo que
se considera literatura en ese mismo período.
Creo firmemente que los debates sobre el plagio son sintomáticos de las
luchas de poder inherentes a las formaciones culturales o, en términos más
generales, del campo cultural. Se pueden utilizar para trazar sus contornos,
sus valores y su formación. Podría aventurarse que, dentro del campo literario,
el plagio constituye esa misma otredad que Foucault describe como un
"antagonismo de estrategias"[2].
Una idea que me parece muy interesante y que voy a postular aquí es la
de pensar el plagio como un fenómeno pragmático más que textual, considerando
que la pertenencia de un texto a la literatura se debe a juicios estéticos que
se realizan acerca de él y que, posteriormente, se leen como si fueran
cualidades inmanentes de dicho texto. En esto, adhiero a la sociología de la
producción de objetos estéticos de Pierre Bourdieu cuando afirma que "la
obra de arte es un objeto que existe como tal sólo en virtud de la creencia (colectiva)
que la conoce y la reconoce como una obra de arte " (1993: 35).
Actualmente, el robo literario sigue siendo uno de los peores delitos
posibles en un dominio que está en gran parte restringido a lo simbólico y
sostiene una relación tenue con el mundo "real" y la forma que los
crímenes se cometen y castigan en él. Para delimitar el campo del plagio
podemos dividirlo en dos zonas: una está en relación con el valor simbólico o
estético de un discurso y la otra se rige por su valor de mercado, determinado
por la ley. Las enunciaciones legales son las menos interesantes ya que tienen
que ver con el dinero y con los términos de incumplimiento de los
"derechos de autor". Al buscar una definición de plagio encontré una
que es producto de los esfuerzos enciclopédicos del siglo XVIII, en el
despertar de los debates literarios entre los antiguos y los modernos. Se
encuentra en la Enciclopedia de
Diderot, en el artículo de Louis de Jaucourt: "Plagio" y me sirve
como punto de partida.
"¿Qué es entonces un plagiario,
hablando estrictamente? Es un hombre que, queriendo a toda costa convertirse en
autor, y no teniendo ni el genio ni el talento necesarios, copia no sólo
oraciones, sino incluso páginas y pasajes enteros de otros autores, y tiene la
mala fe de no citarlos; o quien, por medio de algunos cambios menores en la
expresión o algunas adiciones, presenta las producciones de los demás como algo
que él mismo ha imaginado o inventado; o que reclame para sí el honor de un
descubrimiento hecho por otro."
Las condiciones esenciales que se describen son: falta de talento, robo
de propiedad ajena, mala fe, encubrimiento y ventaja inmerecida. El alcance de
la copia puede variar de oraciones a pasajes completos por lo que el plagio no
parece ser una cuestión de grado. La definición de Jaucourt se apoya en
términos éticos: la causa del robo es la falta de "genio", su
elemento criminal es la "mala fe" y su ventaja es el
"honor".
Lo que se juzga no es un objeto inanimado, el texto, sino el agente del acto criminal o inmoral, el plagiario. El texto es importante simplemente como evidencia del acto, dado que los plagiarios rara vez son encontrados en el momento mismo del delito, "con las manos en la masa" como solemos decir. Esta y otras muchas definiciones posteriores y algunas anteriores nos muestran que el plagio no es una categoría textual, sino pragmática, que involucra cuestiones de acción, intenciones y consecuencias, más que la existencia de tipos específicos de objetos discursivos. Pero si consideramos al plagio en sus aspectos pragmáticos vemos lo que normalmente queda oculto y que es el componente del lector crítico, acusador o juez, cuya autoridad le confiere la capacidad de reconocer la repetición y de construirla, o no, como fraudulenta. Es este lector-juez el que decide si el autor de la repetición es condenable o excusable, considerándolo hasta "genial" en algunos casos. Marilyn Randall en su obra Pragmatic plagiarism: authorship, profit, and power argumenta en este mismo sentido que "identificar el plagio implica atribuir a un agente una serie de culpas o intenciones falaces. La necesidad de demostrar la intención, a fin de establecer la culpa, o al menos grados de ella, es con mucho el más importante de todos los criterios para establecer el plagio, en el sentido de que presupone todo lo demás."
Mientras escribía este ensayo, les comentaba a mis amigos y conocidos cercanos algunas cosas que descubría acerca del tema. Probablemente a causa de que muchos de ellos son escritores o están de algún modo interesados en el asunto, la charla les suscitaba una inquietud muy particular y también una necesidad apremiante de definir qué cosas no pueden o no deben considerarse plagio. "No hay que confundir plagio con cita o referencia o intertextualidad o sátira u homenaje o pastiche", me decían intranquilos, como si alguien los estuviese acusando de algo. No hay duda de que a través del tiempo permanece una definición mínima de plagio: "presentar un escrito ajeno como propio" y que se refiere a intenciones del escritor y no a formas del texto ni a modos de lectura. Desde que Bajtín habló de dialogismo y polifonía y los teóricos de la intertextualidad, como Julia Kristeva, consideraron que cualquier texto puede ser leído como una reescritura de otros textos, los autores, aterrados, intentaron acotar el problema dentro de categorías que permitieran una cierta gradación: cita, alusión, paráfrasis, derivación y demás.
De la desazón metodológica por la visión intertextual de la literatura proviene una abundante taxonomía para tratar de domesticar tanto la polifonía potencial de cada texto como el carácter polémico de todas las interpretaciones de los escritos como plagios frente a otras que le atribuyen un carácter legítimo, dentro de las cuales la más "legal" pareciera ser la cita.
La lingüista argentina Graciela Reyes considera la totalidad del discurso literario como un discurso "citado":
El discurso literario es una reproducción analítica, transgresiva, de los discursos sociales. Suspendido de la realidad de las comunicaciones lingüísticas datables y únicas entre un yo y un tú históricos, situado en otro plano ontológico, el discurso literario es discurso mostrado en funcionamiento. Es, por lo tanto, análisis del lenguaje, de sus signos, sus usos, sus convenciones, su poder representativo. (...) El discurso literario tiene la cualidad de un discurso citado: es mostrado y, simultáneamente, usado como mostración de sí mismo en el acto de articular la experiencia humana del mundo.
La citación convierte al lenguaje en lenguaje mostrado, pero a su vez
solamente puede ser un acto lingüístico, y, por lo tanto, comunicativo. El
lenguaje citado se usa en dos sentidos: para exhibirse y porque, de un modo u
otro y aunque sea secundariamente, se refiere al mundo, tiene referente y tiene
enunciador, un hablante de carne y hueso dotado de alguna intención
comunicativa. Las proporciones de mención y uso varían en las innumerables
citas de nuestros discursos corrientes y también varían en los discursos
literarios, de un modo más sutil y que, según algunos teóricos, no excluye lo
que podría llamarse "uso absoluto", es decir la referencia a la
realidad dentro de la ficción. Es característica del arte que lo representado y
el proceso de representación se nos ofrezcan, ambos y a la vez, como objeto de
consumo estético. No hace falta dar vuelta el bordado, mirando las figuras
vemos los hilos. Si no vemos los hilos no vemos el bordado y tampoco vemos el
arte del tejedor. En efecto, si, como algunos piensan, escribir es
inexorablemente reescribir, mostrar el mecanismo sería la otra vuelta de
tuerca, la afirmación de la literatura, el acatamiento y exhibición de los
mecanismos que la lengua instaura.
Las citas por imitación, copia, pastiche, alusión, plagio, parodia, y
todos los mecanismos existentes para repetir palabras, tanto en el relato
literario como en la lengua corriente, ofrecen algún tipo de representación del
texto y de la situación de enunciación originales. Si yo digo "Juro que te
creo" y luego digo "Juré que te creía", hay una relación
mimética indudable entre la promesa original y su posterior versión. Si
reconocemos el otro texto, es porque
se nos da alguna imagen de él: puede ser una palabra, un modo de entonar, un
rasgo estilístico, una transcripción completa, o la reformulación de sus
contenidos. Cuando leemos en la
obra de García Márquez: "...vio
sin ser visto al minotauro espeso cuya voz de centella marina (...) lo dejó
flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos
triunfales de Martes y Minervas de una gloria que no era la suya mi general,
vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los
fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los
paladines de rudos penachos", descubrimos, nítida, hecha con los
ritmos y las palabras, la imagen de los versos de Rubén Darío: "Ya pasa
debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,/ los arcos triunfales en
donde las Famas erigen sus largas trompetas / la gloria solemne de los
estandartes, llevados por manos robustas de heroicos atletas.(...) / los rudos
penachos, la pica, la lanza,/ la sangre que riega de heroicos carmines/ la
tierra;/ de negros mastines / que azuza
la muerte, que rige la guerra."
Como las estatuas de los santos en las iglesias, toda cita es un
simulacro: "Imagen hecha a
semejanza de una cosa o persona, especialmente sagrada. Idea que forma la
fantasía. Ficción, imitación, falsificación", según el Diccionario de
la Real Academia. Me parece una definición muy adecuada, asociada a lo sagrado
y a ciertos productos de dudosa autenticidad, nunca réplica o copia exacta,
aparente transcripción de lo que no se puede transcribir por completo, con su
cualidad de arte, convención y fantasía. Simulacro sugiere, además, la
equivalencia entre la cita como imagen de discurso y la literatura misma.
No hay resguardo formal para los escritores, tuve que confesarles a mis
amigos, no hay definiciones estrictas que separen tajantemente al plagio, como
texto, de otras prácticas en donde se reproducen palabras. Lo único que queda
es la intención. ¿Constituye plagio
este párrafo de García Márquez u otros similares de Lautrémont, Guy Debord o
Joyce? En un contexto necesariamente pragmático esto depende, como vemos, del
juicio artístico y moral que reciben por parte del lector crítico quien, en general,
no se atrevería a acusar a autores canónicos
La
literatura argentina tematiza el plagio y lo instala subversivamente en
ficciones y poéticas. Según Ricardo Piglia "la historia del sistema de
citas, referencias culturales, alusiones, plagios, traducciones y pastiches
recorre la literatura argentina desde Sarmiento hasta Lugones (...) y Borges la
exaspera y la lleva a la parodia y el apócrifo". Por ello, muchos
escritores argentinos tienen una percepción lúcida y lúdica sobre lo débil que
resulta la pretensión de autoría y la cantidad de límites que presenta.
Jean Theodore Lacordaire, ¿autor del Facundo?
Jean
Théodore Lacordarie fue un entomólogo belga que hizo negocios comerciales en
Buenos Aires y recorrió parte de Latinoamérica, en especial Chile. Sobre esta
experiencia escribió notas en la Revue de
Deux Mondes, entre ellas una titulada "Une estancia", en la que explicaba cómo funcionaba la ganadería en
la provincia de Buenos Aires. Según un escrito de Ariel de la Fuente de 2016,
este artículo es uno de los textos en los que se basa Facundo, que Sarmiento usó a discreción, aunque sin citarlo.
Párrafo por párrafo, con afán policial, de la Fuente contrasta la escritura de
uno y otro. Dice el texto de Lacordaire: "La hierra, trae una serie de
festivales en estancias, como, con nosotros, la vendimia. El estanciero invita
a sus amigos a asistir, y los gauchos vienen corriendo de todas partes... los
gauchos, quienes, en estas ocasiones, despliegan todas sus habilidades con el
lazo y las boleadoras, dos armas favoritas que nunca los abandonan."[3]
Dice el texto de Sarmiento: "La hierra, que es como la
vendimia de los agricultores, es una fiesta cuya llegada se recibe con
transportes de júbilo: allí es el punto de reunión de todos los hombres de veinte leguas a la redonda; allí, la ostentación de la
increíble destreza en el lazo". Según De la Fuente el párrafo sería una
simple traducción, pero con algunos defectos porque Sarmiento repite
"allí". Entonces "comme chez nous les vendanges” se transforma
en “como la vendimia de los agricultores” (ocupación de muchos cultivadores
franceses); “les gauchos accourent des tous côtés” pasa a ser “los hombres de
veinte leguas a la redonda" y “les gauchos... deploient toute leur
addresse à lancer le lazo” se traduciría como “la ostentación de la increíble
destreza en el lazo”. Agrega De la Fuente: "aquí el texto mantiene,
incluso, algo del sonido del original: addresse/ destreza". Se acusa a
Sarmiento mediante la comparación de párrafos, en los que se detecta la
repetición, pero no se cuestiona si lo repetido, articulado de otro modo,
relacionado con otros referentes, significa lo mismo. Cuando Sarmiento repite
"allí", ¿se está equivocando, siendo desprolijo como dice De la
Fuente, o está usando una anáfora que le sirve para enfatizar el lugar donde ocurre
la fiesta, para fijar en ella nuestra atención lectora? Porque si bien es
evidente que Lacordaire no repitió el adverbio, es muy diferente pensar que
Sarmiento tradujo mal o torpemente a creer que se estaba apropiando del texto e
introduciéndole cambios voluntarios para adaptarlo a sus necesidades. Si
Lacordaire escribió su artículo para informar a los franceses sobre las
costumbres de la pampa argentina, si su principal finalidad era describirlos,
el objetivo de Sarmiento era muy diferente y ambos textos no pueden leerse
independientemente de esos fines. En este contexto, ¿podemos decir que
Sarmiento escribe lo mismo que
Lacordaire? Yo diría que no, porque crear no es solamente presentar una idea
nueva sino relacionar de una manera nueva ideas ya existentes.
En Facundo, Sarmiento utiliza numerosas
fuentes. En algunos casos traduce directamente y no se molesta en disimularlo
porque está apurado, urgido por decir lo que quiere decir. Se apropia al pasar
de lo que le sirve y lo usa, pero cambia el contexto de la enunciación y la
emplea con otro propósito, la afila, la estetiza y la convierte en programa
político. Por eso, para él revisar el texto como si fuera un objeto en el que
sólo importan sus materiales es, como mínimo, un despropósito.[4]
No solamente
en Facundo Sarmiento arma su texto
con otros textos. En Recuerdos de
Provincia, por poner un ejemplo, hace una vívida reconstrucción de la
cacería del guanaco que nos lleva a creer que participó en alguna, pero en
realidad los detalles vienen de su lectura de la Histórica relación del Reino de Chile, de Alonso de Ovalle. Silvia
Molloy dice al respecto: "A estos textos previos que rescata Sarmiento del
pasado, y cuya letra continúa con un relato que, paráfrasis o plagio, es
personal justamente porque se lo ha hecho propio, se corresponden otros, no por
más dispersos menos decisivos, sobre los cuales Sarmiento ejerce el mismo
trabajo de apropiación". Molloy se
refiere a los relatos orales de la madre del autor, Paula, y los considera del
mismo tenor que los textos de Ovalle y Mallea, porque Sarmiento los usa de la
misma manera: apropiándoselos y reescribiéndolos para armar su memoria y su
ideología personales.
Lucio
V. Mansilla también reparó en este hábito de Sarmiento: "Sus lecturas
parece que hubieran sido muchas; nada de eso. Sarmiento solo era un adivino de
epígrafes, un sonámbulo lúcido, de soluciones finales. Ha sido grande, no es
bello. Quiso ser orador, militar, político, sociólogo; solo fue el primer
gladiador literario de nuestro país”. Mansilla alude a esta necesidad de
Sarmiento de ir hilando ideas siempre a partir de escritos de otros, esos
escritos que muchas veces respetaba al punto de la idealización y que, al mismo
tiempo, utilizaba para sus propósitos "gladiadores", tomando de ellos
lo que consideraba retazos de una verdad a construir.
Pero
no podemos juzgar esta costumbre apropiadora de Sarmiento sin entender que él
no solamente no la negaba, sino que la justificaba plenamente. Cuando, en Recuerdos de Provincia, escribe sobre
aquel otro "plagiario", el deán Funes, dice lo siguiente:
"Sobre el deán Funes ha pesado el cargo de plagiario, que para
nosotros se convierte, más bien que en reproche en muestra clara de mérito
Todavía tenemos en nuestra literatura americana autores distinguidos que
prefieren variar un buen concepto suyo, en el molde que a la idea imprimió el
decir clásico de un autor esclarecido. (...) Aquello, pues, que llamamos hoy
plagio, era entonces erudición y riqueza: y yo prefiriera oír por segunda vez a
un autor digno de ser leído cien veces, a los ensayos incompletos de la razón y
del estilo que aún están en embrión, porque nuestra inteligencia nacional no se
ha desenvuelto lo bastante, para rivalizar con los autores que el concepto del
mundo reputa dignos de ser escuchados" (1944: 76).
Hay
muchos conceptos interesantes en esta declaración de Sarmiento. En primer
lugar, dice que el deán escribía como en la Edad Media, es decir divulgaba
ideas a las que no se podía tener acceso de otro modo, de una manera
desinteresada y más bien magnánima. Su único error habría sido no entender el
cambio de época, esa entrada en la modernidad que Sarmiento tanto deseaba, y
que iba a traer consigo una nueva idea de autoría. La copia es entonces
"una muestra clara de mérito", porque es mejor copiar bien que escribir
mal, piensa Sarmiento, utilizando una lógica práctica en la que prima el afán
por el conocimiento y una noción jerárquica donde los escritores europeos y
norteamericanos se llevan la palma.
Roland
Barthes nos recuerda que la Edad Media había establecido en torno del libro
cuatro funciones distintas: el scriptor (que recopiaba sin agregar
nada), el compilator (que ordenaba los textos de determinado modo
otorgando allí un sentido adicional), el commentator (que intervenía el
texto recopiado para hacerlo inteligible) y por último el auctor (que
expresaba sus propias ideas, apoyándose siempre en otras autoridades). ¿Por qué
considerar a uno mejor o más útil que el otro si todos son necesarios? Sarmiento
era claramente una mezcla de commentator
y auctor que descubría, cortaba,
aclaraba y usaba a fondo los textos. Leía la Révue des Mondes y la Révue
Encylopédique y de ahí sacó aquella famosa sentencia: "On ne tue point
les idées". La frase tiene una historia muy significativa. Sarmiento la
atribuyó a Fortoul, pero según Paul Verdevoye la original es de Diderot, fue
citada en la Révue Encyclopédique y
dice: "On ne tire pas de coups de fusils aux idées". Sin embargo, en
el Diccionario de Citas del diario Le Monde figura atribuida al conde
Antoine de Rivarol, y efectivamente se la puede encontrar en el libro de
Saint-Beuve, Oeuvres de Rivarol: Études
sur sa vie et son esprit: "Hay que atacar la opinión con sus armas: no
se disparan balas de fusil a las ideas" (1852: 59). Julio Schvartzman dice
al respecto que "Facundo puede leerse como crónica de la batalla de dos
textos: 'On ne tue point les idées' y '¡Viva la Federación! ¡Mueran los
salvajes, inmundos, asquerosos unitarios!' El primero es una cita que Sarmiento
lanza, ante todo, en su lengua original, para que derive en desconcierto y
provocación, y que luego traduce: 'A los hombres se degüella; a las ideas, no'.
El segundo texto es creación nacional" (1996: 38).
Efectivamente,
en San Juan, en una roca de la Quebrada del Zonda, "On ne tue point les
idées" está tallada en homenaje a Sarmiento quien explica en el Facundo que la escribió en ese lugar
cuando se exilió a Chile: "A fines del año 1840 salía yo de mi patria,
desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes
recibidos el día anterior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y
mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda, bajo las armas de la patria que
en días más alegres había pintado en una sala, escribí con carbón estas
palabras: On ne tue point les idées." La frase, enfatizada, encabeza este
relato sobre el exilio, es el primerísimo epígrafe del libro y figura firmada
por Fortoul. Según Sarmiento, el gobierno rosista mandó a traducirla y, una vez
en español, tampoco pudieron entender su significado. Paul Groussac, en una
obra de 1924, dirá que en realidad la locución pertenece a Volney, un francés
muy leído en el siglo XIX, cuyo verdadero nombre era Constantin Chassebeuf y
era un conde ateo tolerante, partidario de la libertad y la igualdad[5].
En una
edición posterior, Sarmiento va a sumar a la cita en francés su propia
traducción: "A los ombres se los degüella, a las ideas no". Es una
versión muy libre que cambia el fusil por el degüello y hace desfilar a la
oración disfrazada de gaucho. Cuando Rosas ya haya sido derrotado, como si
estuviera viva, la frase se moderará y empezará a aparecer como "Bárbaros,
las ideas no se matan", esta vez con un vestido mucho más apropiado para
el salón. Los errores en las citas de Sarmiento hicieron correr mucha tinta de
la crítica, pero pienso que si es tan difícil saber a ciencia cierta cuál es la
frase original y cuál su verdadera traducción puede ser porque no hay origen ni
verdad que encontrar. Diderot, Volney, Fortoul, Rivarol, Sarmiento, ¿acaso
importa cuál es el origen? Si las ideas no se matan no es por su existencia
"ideal", sino porque su transmisión mediante el lenguaje las lleva de
vida en vida y de significación en significación según sean los contextos en
los que se pronuncie o se escriba.
Aventuro
que Barthes opinaría igual que Sarmiento, aunque avanza varios pasos teóricos.
No solamente la transmisión de saberes en un continuo diálogo con otros
escritores es deseable, es que no se puede hacer otra cosa. No existe tabula
rasa: se escribe en un papel ya escrito. Todo texto es una reacción a textos
precedentes, y éstos, a su vez, a otros anteriores.
El crítico, otro lector, dejó de ser ese sirviente de la fama, secundario y
servil, que intenta descubrir lo que “quiso decir” el autor, para intervenir
directamente en la obra y ser parte de ella, muy a la manera en que lo hizo
Sarmiento con sus citas y epígrafes.
Con la única luz de la pantalla donde se dibujan, negros como hormigas,
los signos, reconozco en mi texto la retórica y la gramática que me enseñaron y
esos tropos que viajaron durante veinticinco siglos o más para llegar hasta acá:
metáforas, hipérboles, metonimias, énfasis, ironías, etc. Releo mi escrito
intervenido por el azar de una palabra oída de pronto, recordada por una
asociación casual, y siento el peso de una biblioteca de citas que se mezclan
inadvertidamente en mi escritura como intertextos.
Por supuesto que lo que hizo el deán Funes es correcto, diría Barthes:
"no es necesario agregarle cosas propias a un texto
para 'deformarlo': basta citarlo, es decir, recortarlo: un nuevo inteligible
nace inmediatamente; este inteligible puede ser más o menos aceptado: no por
ello está menos constituido" (2004: 80). Es que hay algo que se les escapa
a los detractores del plagio, que ni Barthes ni Sarmiento dejan pasar
inadvertido: para plagiar, primero hay que leer y leer no es una actividad ni
inocente ni pasiva.
Barthes
se pregunta si escribir es un verbo transitivo, o sea
si “algo” puede ser escrito, si es posible el referente. Esta pregunta surge
del acto mismo de leer, nace de la pluralidad de sentidos que pueden leerse en
un mismo escrito. Sin embargo, esta misma pregunta sobre el referente llevó al
filósofo del lenguaje Paul Ricoeur a lo que él mismo llama la ideología del
texto absoluto. Para Ricoeur, poder diferenciar, semiologizar, el texto es la
condición de posibilidad de la lectura en tanto mecanismo. Porque cuando leemos
queremos entender, es decir establecer referentes, reales o imaginarios, pero
referentes, al fin y al cabo. A su vez el escrito existe por el deseo de
significar, de decirle algo a alguien sobre algo. Pero el problema de Ricoeur
es que está hablando del deseo involucrado y no del "acto" de
escribir y/o leer. Como dice Barthes, no se puede a la vez desear y profundizar
una palabra, la escritura "en relación con los sistemas que la rodean,
¿qué es? Más bien una cámara de ecos: reproduce mal los pensamientos, sigue las
palabras; hace visitas, o sea, rinde homenaje a los vocabularios, invoca las
nociones, las repite bajo un nombre; utiliza ese nombre como un emblema
(practicando así una suerte de ideografía filosófica) y este emblema lo exime
de profundizar el sistema del cual es el significante (que sólo le hace
señas)" (2004:110). Todo texto sería una "cámara de ecos" es
decir una caja de resonancia de otros discursos. Si alguien pretende decir algo
completamente original e intenta alejar de sí todo lo que se escribió antes,
vería que es imposible y si lo consiguiera haciendo trampa el resultado sería
pobrísimo. El texto no existe por sí mismo, sino en cuanto forma parte de otros
textos, en cuanto se entrama con ellos y no hay un afuera de la trama textual.
¿Existiría el Facundo sin
Tocqueville, Fidel López, Rousseau, Mably, Voltaire, Rainal, Montesquieu,
Boussuet, Chateaubriand, Lamennais, Vico, Herder, Las mil y una noches, Cooper, Lerminier, Hugo, Dumas, Volney,
Bretón, Humboldt, Salustio Gorriti, etc., etc.? Como
dice Kristeva, refiriéndose al pensamiento de Bajtín "todo texto se
construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de
otro texto". Claro que estas operaciones no constituyen un plagio en el
sentido de la apropiación personal de un texto ajeno, pero el límite no es
siempre tan nítido.
Cuando Barthes propone el concepto de lexia como unidad de lectura, señala segmentos de largo variable,
siempre muy cortos, de algunas palabras o una o dos frases, recortados empírica
y arbitrariamente para con esto conseguir circunscribir tres o cuatro sentidos
solamente. Dice: "El texto, en su conjunto, es comparable a un cielo,
llano y profundo a la vez, liso, sin bordes ni referencias. Como el augur que
recorta en él con la punta de su bastón un rectángulo ficticio para interrogar,
de acuerdo con ciertos principios, el vuelo de las aves, el comentarista traza
a lo largo del texto zonas de lectura con el fin de observar en ellas la
migración de los sentidos, el afloramiento de los códigos, el paso de las
citas" (2011: 43). Su idea de una lexia implica ante
todo renunciar a una unidad básica de significado, quitarle el asiento a la
palabra, dejarla caer con estrépito. El texto es fluido, a pesar de que la
ideología pueda provocar la ilusión de estabilidad, y no se debe sentido más
que a sí mismo y a sus lectores. Por eso, uno de los principales objetivos del
plagiario es restablecer el impulso dinámico e inestable del sentido
apropiándose y recombinando fragmentos de la cultura. De esta forma, se pueden
producir significados que previamente no estaban asociados con un objeto o un
conjunto dado de objetos, es decir que se puede cambiar de referentes en mitad
del río. Aclaremos: no es cuestión de pasar de un sentido unitario del texto
totalmente determinado por su autor a un idealismo pantextualista con cierto aspecto
de estética idealista. Son tantas las maneras en que un autor se apropia de un
texto que nos lleva a preguntarnos si no es el escritor siempre un plagiario.
En el Facundo, Sarmiento dice
"Rosas no plagia a Europa" (Sarlo, 2007: 18) y lo dice con desprecio,
porque la primera condición de un escritor, de un estadista y de un político es
saber a quién plagiar.
Je suis
Pierre Menard
Cuando
Borges murió, en junio de 1986 en la ciudad de Ginebra, el pastor Edouard
de Montmollin que ofició sus funerales citó en su sermón el primer verso del
Evangelio de San Juan: "En el principio fue la Palabra". Dijo que,
como enseña la Escritura, un hombre solo jamás puede alcanzar esa Palabra. No
es el literato el que encuentra la Palabra, sino que la Palabra llega hasta él.
Montmollin explicó que la tarea del escritor es encontrar las palabras
correctas para nombrar el mundo, pero que esas palabras son inalcanzables sin
eso que llamamos "la gracia". El pastor insistió en que las palabras
no son más que herramientas que nos permiten tener alguna relación con el
significado pero, incluso cuando la gracia divina nos permitiera acceder a él,
lo encontraremos donde siempre está, fuera de nuestro alcance, del otro lado
del lenguaje. Borges se habría divertido y habría disfrutado de este responso,
ya que amó las paradojas, especialmente la que une y separa lectura y escritura
y que lo llevaba a confesar cada tanto que no se veía como el autor de su obra.
Derrida
y Foucault habrían producido nuevas ideas si hubieran asistido al sermón porque
los conceptos de la muerte, desmaterialización o imposibilidad de precisar al
autor formaron parte de sus escritos. Y como hubiese dicho Borges, crearon en
él a su precursor[6].
Efectivamente, Borges fue una de las fuentes de ambos pensadores. Derrida lo
cita en los epígrafes del tercer capítulo de "La farmacia de Platón"
(2007: 125) y Foucault compone el comienzo de Las palabras y las cosas a partir del cuento borgeano "El
idioma analítico de John Wilkins".
En
la misma línea, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal explicó que le
resultaba difícil leer a Derrida, pero no por su densidad o estilo, sino porque
"educado
en el pensamiento de Borges desde los quince años, muchas de las novedades de
Derrida me han parecido algo tautológicas. No podía entender cómo tardaba tanto
en llegar a las luminosas perspectivas que Borges había abierto hacía ya tantos
años. La famosa 'desconstrucción' me impresionaba por su rigor técnico y la
infinita seducción de su espejeo textual pero me era familiar: la había
practicado en Borges avant la lettre"
(1985: 9).
Es
una verdad palmaria que muchas de las ficciones borgeanas anticiparon ideas
luego retomadas por los post-estructuralistas. La recepción de Borges en
Francia en los años '50 y '60 giró alrededor del concepto de literatura,
especialmente de la difuminación de la frontera entre ésta y la filosofía. El
mismo Borges en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" dice que los metafísicos
del planeta Tlön identifican la filosofía con "la literatura fantástica,
una de las especies de la ficción literaria" (1997: 436). Pero el texto
más leído y citado por los franceses es sin duda "Pierre Menard, autor del
Quijote". Borges lo escribió en 1939, a un año de la muerte de su padre,
poco tiempo después de su accidente en casa de María Luisa Bombal[7]
y uno antes del matrimonio de Bioy Casares y Silvina Ocampo. Le contó a Bioy
que eligió ese nombre porque había muchos Menard en la literatura francesa y
quería dar la impresión de déjà vu. (Bioy Casares, 2006:
1971). Pierre Menard es, más que un escritor, un lector ideal, que quiere crear
el libro tal como lo escribió ese autor que tanto le gusta y con el que tanto
se identifica. "No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil—
sino El Quijote" (1997: 34). Una vez producidas esas páginas (no
todas, solamente el capítulo noveno y trigésimo octavo de la primera parte y un
fragmento del veintidós) que coinciden "palabra por palabra y línea por
línea" con el texto de Cervantes, ¿quién es el autor del libro de Menard?,
¿cuál de los dos es el original, ahora que podemos leer los dos? Borges dice en
el cuento: "¿Confesaré... que leo el Quijote —todo el Quijote—
como si lo hubiera pensado Menard? Noche pasada, al hojear el capítulo XXVI —no
ensayado nunca por él— reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en
esta frase excepcional 'las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco'"
(1997: 35). Así es como el original se emborrona hasta desaparecer, no existe,
siempre está, en el momento de la lectura, inevitablemente perdido. Advienen a
la existencia, durante un instante frágil, sus lecturas, que luego se fugan en
la misma dirección en que desapareció el autor. Como dice Alberto Manguel,
"colegas de Pierre Menard han invadido el mundo de las letras y nos han
dado (y siguen dándonos) sus múltiples Quijotes: el torpe Quijote de Lope, el
divino Quijote de Dostoievski, el filosófico Quijote de Unamuno, el brutal
Quijote de Nabokov, el tedioso Quijote de Martin Amis, el desdoblado Quijote de
Borges, el Quijote de cada uno de nosotros, sus desocupados lectores"
(2005), y esto sucede porque todos escribimos porque hemos leído y todos
tenemos nuestra propia hazaña de construcción de sentidos que emular. Los habitantes de Tlön creen que no existen los
autores individuales, sino un único autor, solitario y anónimo. Por lo tanto,
no conciben las ideas de firma o de plagio. Nadie más tlöniano, entonces, que
Pierre Menard, que se hace uno con
Cervantes, sin dejar de ser dos. Nosotros, al igual que Borges cuando
identifica "la autoría" de Menard al releer el Quijote, identificamos a los teóricos de la estética de la
recepción al leer el cuento "Pierre Menard...", aunque todavía no
habían escrito ni una palabra.
En 1964, Gerard Genette publica el
artículo "La literatura según Borges" en un volumen colectivo de Les Cahiers de l'Herne donde ataca el
concepto de una obra literaria concebida o determinada por su autor. Genette
opina que el autor no es el verdadero poseedor del texto sino el espacio
público, el lector, el que actualiza mediante la lectura esa obra que es
"una reserva de formas que esperan sus sentidos" y agrega
"Pierre Menard es el autor del Quijote por la razón suficiente de que todo
lector (todo verdadero lector) lo es". En
este pasaje del escritor al lector como dotador principal de sentidos Blanchot
va un poco más allá y dice: "Borges comprende que la peligrosa dignidad de
la literatura no reside en hacernos suponer que en el mundo hay un gran autor,
absorto en mistificadores sueños, sino en hacernos sentir la proximidad de un
poder extraño, neutro e impersonal" (1984: 213). Este poder sería el que
opera el lenguaje y en particular la misma literatura, con su capacidad de
multiplicación de los posibles, de lo que bien puede haber ocurrido y quizás
ocurrió u ocurrirá, con la inmensa e imponderable producción de sentido que eso
conlleva.
Aunque creo que no fue la intención
de Borges ni la de Genette, puedo leer "Pierre Menard..." como una
defensa de cierto tipo de plagio, ya que propone la idea de la imposibilidad de
repetir, porque repetir o plagiar siempre sucede en otro contexto y por lo
tanto deviene en una forma de originalidad. Algo muy similar dice Derrida:
"Una vez repetida, la misma línea no es ya exactamente la misma, ni el
bucle tiene ya el mismo centro" (1989: 404). Justamente un bucle es lo que intentó hacer Mario
Levrero con un microrrelato titulado "Giambattista Grozzo, autor de
'Pierre Menard, autor del Quijote'" (Ortega, 1994). Levrero riza el rizo
de Menard mediante datos ficcionales. En el texto, un supuesto profesor Salvatore
Ragni afirma que el cuento que Borges publicó fue escrito veinte años antes,
por un italiano llamado Giambattista Grozzo, que, a su vez, podría ser un
seudónimo de Italo Calvino. Borges habría traducido el relato de Grozzo y se lo
habría apropiado: "La oscuridad de la obra elegida por Borges (...) ha
impedido hasta ahora que el juego rinda toda su eficacia; recién a partir del
rescate del relato original de Grozzo —rescate probablemente esperado por
Borges en silencio durante años— se completa un ciclo y la obra, el Menard de Borges, cobra toda su
dimensión". Luego Levrero lanza otra duda. Un lector le pregunta a Ragni
si Giambattista Grozzo puede ser un seudónimo de Borges ya que éste podría
haber tramando el juego de muñecas rusas en connivencia con Calvino, quedando
aquí Calvino como una "copia" de Borges. Ante ese interrogante,
Levrero, que escribe bajo el seudónimo de Lavalleja Bartleby, prefiere, como el
personaje de Melville, no arriesgar ninguna opinión.
¿Quién habla en el texto? se
preguntaban los post-estructuralistas franceses, sintiendo que la historia de
la literatura escrita hasta ese momento les quedaba estrecha. Pensaban que esos
autores historizados, que expresaban su subjetividad como suma de intenciones,
circunstancias biográficas y psicología individual no podían ser el origen del
texto literario. A pesar de todo, el autor muerto por Barthes y
"funcionalizado" por Foucault siguió existiendo y no sólo eso sino
que continuó siendo necesario y deseado. "Deseo el autor: necesito su
figura (que no es ni su representación ni su proyección)" dice el mismo
Barthes cinco años después (1974: 45). La noción de autor sigue siendo central
para el canon y tanto el público como los críticos leen diferente a un escritor canónico que a uno excéntrico. Un
autor canónico de un determinado país se vuelve, además, un poco propiedad de
sus habitantes y otro poco monumento cultural. En la Argentina "tenemos" a Borges, pero,
¿quién es el autor Borges? No cabe duda de que los medios masivos y él mismo se
ocuparon de difundir un personaje, la imagen de un hombre que siempre fue
viejo, ciego y sabio, y también reconocible, nuestro, como Messi o Maradona. En
enero de 1977 la revista Gente le
dedicó un número especial de 210 páginas con el título: "Todo Borges y la vida, la muerte, las
mujeres, la madre, la política, los enemigos, la polémica, su ceguera, los
viajes, sus memorias, el cine, el casamiento". De todo eso se trataba la
revista, que significativamente excluyó cualquier mención a su obra. Casi
cuarenta años después, el 29 de julio de 2016, en la Sección "Viste"
del diario Clarín, se publicó una
nota titulada: "10 frases de Borges que te van a dejar pensando".
Ninguna de estas frases fue escrita en sus libros, todas ellas fueron tomadas
de entrevistas.[8]
Esta
familiaridad del público con los sucesos de su vida y con algunas de sus ideas
más superficiales y conservadoras que los medios se ocuparon, y se ocupan aun
hoy, de propagar, no se refleja en el conocimiento de su literatura, quizás
precisamente porque los medios no tienen ningún interés especial en su
difusión. Prueba de esta dicotomía es lo sucedido en el homenaje que el
gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organizó en 2016 para el aniversario
número treinta de su muerte. En la estación San Martín del subterráneo se
instalaron una serie de ploteos y paneles con imágenes y textos. Una de las
citas atribuidas a Borges decía: "Con el tiempo comprendes que sólo quien
es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte
toda la felicidad". El fragmento no solamente es apócrifo sino que nadie
que haya tenido el más mínimo contacto con el estilo borgeano sería capaz de
atribuírselo. Sin embargo, continúa figurando en internet dentro de un texto en
prosa llamado "Aprendiendo" (sí, un gerundio) atribuido a Borges por
la página Goodreads. Con el mismo
título, pero esta vez con corte de verso, se la puede encontrar en la página Qmayor. También son muchos los artistas
y políticos que dicen haber leído las novelas que Borges nunca escribió, como
por ejemplo lo hizo el expresidente Mauricio Macri en una entrevista del
programa "CQC". Existen, entonces, por lo menos dos Borges, el que
concibió a Pierre Menard y el que pudo escribir la cita de la estación San
Martín y alguna que otra novela.
Barthes
y Foucault pensaron la figura del autor, pero no ahondaron en la cuestión de la
imagen autoral, o sea la celebridad
producida por los medios de comunicación masiva. El profesor de estudios
culturales y crítico Andrew Wernick, en su libro Promotional Culture (2012) sostiene que la promoción y el marketing
de los objetos culturales construye autores que resultan atrapados en un
proceso que hace circular su nombre como una parte de la actividad
publicitaria. La posición de Wernick tiene un enfoque más histórico o
contextual que textual, y por eso en su teoría encontramos un autor que
"se produce a sí mismo continuamente para circular y competir" (2012:
138) y, haya sido voluntario o no, Borges también fue un precursor de este tipo
de actividad. La celebridad de un autor literario está íntimamente relacionada
con su biografía y las relaciones entre obra y vida resultan equívocas, se
orlan de misterio y, como dice el investigador Marcelo Topuzian, "es este
equívoco el que garantiza la celebridad literaria, en una especie de
autogeneración de beneficios o intereses del capital cultural del autor"
(2015: 25). La imagen de la celebridad literaria brilla con el oro de lo
"auténticamente valioso" y es su personalidad lo que se compra, lo
que resulta llamativo en términos de consumo: el viejo, sabio, ciego,
conservador, ocurrente, tan culto, torpe con las mujeres, fracasado en el amor,
Borges. "Es la idea de que algo en el escritor —su carácter de autor, por
decirlo de algún modo— está detrás, de manera central y única, de los textos
que se asocian con su nombre" (Topuzian, 2015: 360). La construcción de la
celebridad desdobla la identidad del autor, que por una parte es imagen y por
otra es texto. La imagen se construye precariamente a partir de pinceladas de
su aspecto físico, de sus declaraciones mediáticas, de identificaciones
políticas y de temas recurrentes de su obra citados descontextualizada y
fragmentariamente.
Hay
un Borges, autor de "Pierre Menard...", de "Tlön...", de
"Los teólogos". Es un escritor que refiere a autores imaginarios y a
otros reales que se han transformado y están disfrazados bailando en un
carnaval de signos o investigan en una historia policial de signos que pregunta
por el misterio. Y está el Borges al que se le dedicó la Feria del Libro del
año 1999, donde colgaron el pretendidamente borgeano "Instantes"[9].
Con este poema Borges cometió un plagio involuntario. El equívoco se viene
arrastrando desde 1989, cuando fue publicado en la revista mexicana Plural en su número de mayo, y no deja
de ser una buena broma del destino para hacerle a alguien que tanto jugó con el
concepto de autoría. Iván Almeida cuenta en su artículo "Jorge Luis
Borges, autor del poema 'Instantes'" (2001) que el Centro Borges de la
Universidad de Pittsburg recibe innumerables mails consultando dónde está
publicado el poema, como por ejemplo el siguiente: "Por cierto, mientras
buscaba en la red cosas acerca de Borges leí Instantes. Por primera vez en mi
vida tuve que dejar de leer algo porque las lágrimas me impedían continuar (De
Barcelona, en julio de 1998)" (2001: 236). Cuando se le avisa que el poema
no es de Borges, la reacción del público no suele ser amable: "Me permito
informarle que el poema lo he encontrado y se lo agrego a este mensaje. Gracias
por la ayuda. A pesar de lo que me comentó SÍ ES DE BORGES!!!! (México, febrero
de 1998)" (Almeida, 2001: 236). Los lectores se enojan, se ofenden,
insisten en su deseo de autor, quizás porque sería para muchos una forma de
vincularse emocionalmente a un escritor tan prestigioso y lograr que los Borges
coincidan por un instante. También pasa que cuando lo encuentran firmado por su
verdadera autora —aparentemente una mujer de Kentucky llamada Nadine Strain—,
se indignan y proclaman que se trata ¡de un plagio!, como sucede con este post
que pide amplia difusión: "Quisiera informar sobre un plagio: en la página
5 del libro Awakening to the Journey,
de mi clase de meditación y tratamiento, aparece un poema. Este poema fue
escrito por Jorge Luis Borges y no por alguien de Louisville, Kentucky. Está
pobremente traducido, pero línea por línea. El poema original se llama
Instantes y fue compuesto como dije por Jorge Luis Borges, un famoso escritor
argentino, poeta y director de cine. Es un ejemplo grosero de expropiación,
tomar algo de otro sin compensación o cita. Espero que reconozcan a Borges como
el verdadero escritor de este poema (Vieques, Puerto Rico, mayo del 99)."
(Almeida, 2001: 237).
Entre
tantos plagios impunes, voluntarios e involuntarios, verosímiles e inverosímiles,
advertidos o inadvertidos, Borges nos regaló una paradoja más al legar sus
textos para ser defendidos al milímetro por su ex esposa, dueña y guardiana de
su obra, María Kodama. Es que el autor, como figura jurídica, puede
transformarse en otro y otra, su heredera, durante setenta años después de
morir, según nuestras leyes de propiedad intelectual. Kodama llevó ante la
justicia a Pablo Katchadjian, autor de El
Aleph engordado (2009). En esta obra, Katchadjian repite palabra por
palabra el cuento de Borges pero le agrega, intercalándolos, párrafos enteros
de su propia invención. En una entrevista de Leila Guerriero (2020), Kodama
declaró: "toda esa gente frustrada, envidiosa, como María Esther Vázquez.
Yo los dejaba, y cuando se pasaban de revoluciones, juicio. Publicaban algo en
un diario, lo dejaba pasar. La segunda vez, pasaba. A la tercera, juicio".
Así fue: acusó a Pierre Assouline, crítico francés, por difamación porque
escribió en un artículo que ella impedía que se publicara en francés parte de
la obra de Borges; querelló por calumnias e injurias a Juan Gasparini que
escribió el libro La posesión póstuma
sobre la herencia borgeana e hizo lo mismo con el biógrafo de Borges, Alejandro
Vaccaro. Irónicamente, la pelea con este último comenzó porque, en una
recopilación, Kodama adjudicó a Borges obras de José Tuntar y Andrés Corthis,
suponiendo que eran seudónimos del escritor y Vaccaro le hizo notar que eran
artistas existentes. El altercado escaló tanto que Vaccaro llegó a escribir
"esta mujer modificó la obra de Borges por rencillas personales"
(2006: 56). Kodama demandó y el caso llegó hasta la Corte Suprema, donde
Vaccaro resultó absuelto en 2013. Para comprender el alcance de la vigilancia
que ejerció Kodama, baste saber que durante este último litigio la editorial
Planeta llamaba a las librerías para pedirles que no pusieran libros de Borges
y Vaccaro en la misma mesa.
Otro
proceso famoso fue el que Kodama llevó adelante en 2011 contra Agustín
Fernández Mallo por su libro El hacedor
(de Borges), remake. Mallo, efectivamente "rehace" textos de
Borges usando cultura pop y sus propias interpretaciones e incorporando
materiales como fotografías, imágenes de Google Earth, enlaces de páginas web y
links a videos confeccionados especialmente para el libro, sin realizar ninguna
transcripción, aunque repite la estructura y los títulos del libro original.
Kodama, después de declarar que no leyó el libro de Mallo, explicó que no lo
consideraba un homenaje sino una falta de respeto por no haber pedido permiso y
(esto lo supongo) pagado los derechos correspondientes. Me pregunto qué habría
pasado si los herederos de José Hernández hubieran intimado a Borges por los
cuentos "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" y "El fin". Es
verdad que no hay allí una copia de los textos del Martín Fierro, pero hay una utilización literaria de sus personajes
y de su universo que también están protegidos por copyright. En el caso de Mallo, Alfaguara retiró los libros con
presteza, pero también tuvo la lucidez de aclarar en un comunicado: "Una
de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar
procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que
admiraba y por los que se sentía influido. Si Borges no hubiera existido,
Agustín Fernández Mallo jamás habría podido escribir un libro como su Remake" (reproducido en Becerra,
2012: 199).
Volvamos
a Katchadjian. En junio de 2011, ocho meses después de haber ganado dos
millones de euros por la venta de los derechos de edición de las obras de
Borges a la editorial Random House Mondadori, Kodama demandó penalmente a Pablo
Katchadjian por el delito de edición, venta y reproducción de una obra sin
autorización de su autor original o de sus herederos, en su libro El Aleph engordado. El juez debía
establecer si se había perjudicado económicamente a María Kodama y si
Katchadjian se había atribuido la autoría de una obra ajena. El acusado fue
sobreseído en primera y segunda instancias, hasta que la causa llegó a la
Cámara de Casación en 2015 y Kodama solicitó un embargo de ochenta mil pesos
sobre los bienes del presunto plagiario, veintiséis veces más que el daño
estimado por la publicación. El juez Carvajal condenó a Katchadjian en 2016
pero finalmente la Cámara de apelaciones en lo Criminal y Correccional lo
sobreseyó definitivamente un año después al sentenciar que el
"engordamiento" es un procedimiento literario “extremo pero
legítimo”, en la medida “en que abiertamente toma en préstamo las palabras de un
texto para producir una nueva obra literaria", y que se trata de una
técnica que supo utilizar Borges quien, incluso, la tematizó en el cuento
“Pierre Menard, autor del Quijote”. Según el peritaje, El Aleph engordado constituyó la creación de un texto nuevo,
generado a partir de un procedimiento literario reconocido en el paradigma de
la literatura contemporánea y que el mismo Borges había empleado.[10]
Creo
que la mayor virtud del El Aleph
engordado es exponer la intervención del lector en una forma material. Es
una lectura del cuento, como ha habido tantas, pero esta vez se consignan por
escrito esas asociaciones, sumatorias y digresiones que al leer se hilvanan al
original y lo transforman. Al editarlo y por lo tanto ofrecerlo para su
lectura, Katchadjian propone un nuevo bucle, un lanzamiento al infinito. Él
mismo lo entiende así; en una entrevista de Juan Terranova, ante la pregunta de
qué otro libro engordaría, expresó: "es fácil: engordaría El Aleph
engordado. Creo que podría hacerlo yo o cualquier otro, pero si lo hiciera
yo debería esperar, digamos, unos diez años, para no ser el mismo. Y después de
diez años podría engordar el segundo Aleph engordado. El asunto no
tiene límites" (2016). Katchadjian no quiso ser paródico ni hostil
ni agresivo con el texto, su actitud fue más bien amorosa en la realización del
deseo de una interacción material. Esos objetos textuales amados, dijo el
autor, "poder usarlos le da un sentido a... muchas cosas" (Terranova,
2016). En esta misma línea, el autor experimental y crítico Kenneth Goldsmith
se pregunta en una entrevista por qué si el collage es una expresión permitida
en las artes plásticas no podría ser también posible en la literatura.
(Petersen, 2015). ¿Por qué no oponerse a lo nuevo, a la invención? ¿Por qué no
reciclar, recrear, reutilizar? Haciéndolo, se comprueba que la supresión de la
expresividad personal es imposible: siempre hay un recorte, un orden, una
forma, y del viejo material emerge un sentido nuevo.
Entonces,
¿quién habla en "Pierre Menard..."? ¿Borges? ¿Cervantes? ¿Genette?
¿Avellaneda? ¿Benegeli? Sí, y seguramente muchos otros. Rolando Martínez
Mendoza y José Luis Petris (2018) postulan que una de estas voces a las que el
cuento remite sería la de Eliseo Verón, autor de la teoría de la semiosis
social que, entre otras cosas, establece que "toda producción de sentido
es necesariamente social" (1987:125). Todo discurso es producido a través
de discursos previos, que son sus condiciones de producción (los que lo
permiten y determinan al mismo tiempo), para convertirse, a su vez, en
condición de producción de nuevos discursos, y así siguiendo. Cuando el
narrador de Borges afirma que no es lo mismo lo que dice Cervantes al escribir
"la verdad, cuya madre es la historia" que lo que dice Menard cuando
escribe "la verdad, cuya madre es la historia", está enunciando la
teoría de Verón porque el sentido nunca proviene solamente del
"texto" sino que se produce mediante una interrelación particular
entre el texto y otros textos y discursos que lo rodean en un momento histórico
y social particular. Lo que escriben Cervantes y Menard puede parecer lo mismo,
un simple plagio, pero significa socialmente
de otro modo.
Además
de las "condiciones de producción", Verón postula las
"condiciones de reconocimiento" que son nada más y nada menos que los
nuevos discursos que genera el texto. El
Aleph engordado, sería, en este marco, una "condición de
reconocimiento" de "El Aleph". Cuando Katchadjian, o cualquier
otro lector, escribe sobre la superficie escrita de "El Aleph"
produce sentido. Así, el sentido nunca se cristaliza, nunca se detiene, por más
leyes y Kodamas que pretendan interrumpir esa circulación que no es más que
"el hecho de, socialmente, compartir textos y producir discursos"
(Martínez y Petris, 2018: 225). Según la teoría de Verón las lecturas son siempre
productivas y no meramente reproductivas y eso hace al plagio un imposible
teórico. Las obras literarias están abiertas, nunca son la misma,
constantemente invitan a re-leer y a re-escribir y eso le da sentido a muchas
cosas, como diría Katchadjian, o a todas las cosas, como diría Verón, porque
precisamente así se construye el significado: mediante la transmisión, siempre
material, del lenguaje y a través de la circulación, siempre social, del
sentido.
Mi Arlt mío de mí
En
el año 1975 se publicó el libro Nombre
falso de Ricardo Piglia. En él aparece un texto a caballo entre la
literatura y la crítica: "Homenaje a Roberto Arlt". Contiene un
extenso estudio introductorio sobre un cuento inédito de Arlt,
"Luba", que se reproduce seguidamente. La introducción resulta mucho
más larga que el cuento y en ella Piglia, o un narrador con su nombre, explica
que mientras preparaba una edición en homenaje al autor de Los siete locos, comenzó a rastrear sus textos inéditos. Así
conoció a Andrés Martina, un ferroviario jubilado, director de una biblioteca
socialista en Banfield, que le había alquilado un galpón a Arlt en los últimos
meses de su vida, para que él experimentara con sus famosas medias engomadas.
Cuando el escritor murió, Martina encontró un cuaderno repleto de notas:
apuntes para una novela policial, reflexiones sobre el anarquismo y la
literatura y materiales para un cuento protagonizado por una prostituta llamada
Luba. En el anotador, de ochenta páginas, faltaban treinta y siete, que habían
sido arrancadas. Martina se lo entrega a Piglia junto con dos cartas; una,
recibida por Arlt y firmada por un tal Saúl Kostia, habla del cuento y también
establece algunas consideraciones muy interesantes:
"Imaginarse que la literatura es una
especialidad, una profesión me parece inexacto. Todos son escritores. El
escritor no existe, todo el mundo es escritor, todo el mundo sabe escribir.
Cuando se escribe una carta (ésta, cualquiera) también eso es literatura. Diría
aún más: cuando se conversa, cuando uno narra una anécdota, se hace literatura,
siempre es la misma cosa. Hay personas que jamás han escrito en la vida y de
golpe escriben una obra maestra. Los otros son profesionales, escriben un libro
por año y publican porquerías para vivir de eso (si pueden): como si fuera
justo que les pagaran por escribir suciedades" (Piglia, 2002:129).
También
está la carta de Arlt, donde se menciona al cuento y se dice que fue escrito
para la revista El Hogar a "$ 1
la página". Con estos datos, Piglia decide localizar a Kostia y lo
encuentra en el bar Ramos. Ahí Kostia
le dice que lo mejor que escribió Arlt es "Escritor fracasado":
"la
historia de un tipo que no puede escribir nada original, que roba sin darse
cuenta: así son todos los escritores en este país, así es la literatura acá,
todo falso, falsificaciones de falsificaciones. Arlt se dio cuenta que tenía que escribir sobre eso, metido hasta la
garganta. Mire —dijo—, haga una cosa: lea Escritor
fracasado. El tipo que no puede escribir si no copia, si no falsifica, si
no roba: ahí tiene un retrato del escritor argentino. ¿A usted le parece mal? Y
sin embargo no está mal, está muy bien: se escribe desde donde se puede leer.
Dostoievski pasado por los traductores gallegos. ¿Sabe por qué era genial Arlt?
Porque se dio cuenta que ahí había un estilo. Después los boludos dicen que
escribía mal." (2002: 141).
Luego de muchas negociaciones, Kostia accede a entregar
el manuscrito a cambio de dinero. "Usted y yo somos ladrones", le
dice a Piglia, aparentemente culposo por traicionar a su amigo muerto. Sin
embargo, después de vendérselo, publica el cuento con su firma, dejando a
Piglia en un mar de dudas respecto de la verdadera autoría. Es Martina quien
aparece para salvar la situación, al encontrar el cuento manuscrito, en las
páginas arrancadas del cuaderno, guardado en una caja de metal que también
contiene "tres billetes de
un peso, varias muestras del tejido de las medias engomadas y un ejemplar
de Las tinieblas de
Andreiev" (2002: 155).
"Homenaje a Roberto Arlt" fue leído de muchas
maneras. El crítico norteamericano Aden Hayes, estudioso de la obra de Arlt,
escribió un ensayo llamado "La revolución y el prostíbulo: 'Luba' de
Roberto Arlt" donde afirma: "Los lectores de las novelas de Arlt
reconocerán inmediatamente ciertos elementos narrativos de 'Luba': el burdel
como casa de ilusiones, la ciudad opresiva de Buenos Aires que produce en los
personajes arltianos la depresión y hasta la demencia y los vínculos estrechos
y anti-sociales entre la revolución y la prostitución" (1987: 141).
Durante un tiempo Roberto Arlt figuró en la biblioteca del congreso
norteamericano como autor de "Luba", que fue registrado
electrónicamente también como cuento suyo en las bibliotecas de Letras de
varias universidades estadounidenses. En nuestro país, durante los ochenta y
primeros años de los noventa se consideró que el cuento había sido escrito por
Piglia para llevar a cabo un juego de atribuciones apócrifas. Pero es en 1994
cuando Jorge Fornet da a conocer en su artículo " 'Homenaje a Roberto
Arlt' o la literatura como plagio"
que " 'Luba' no es sino un plagio de 'Las tinieblas', cuento del escritor
ruso Leonidas Andreiev" (1994: 116). En realidad, se trata de una reescritura
donde hay partes enteras del original que no se transcriben, el final es
diferente, el léxico está argentinizado y está escrito en presente en lugar de
pretérito. Además, como le pasó al pobre Hayes, encontramos en el cuento
tópicos habituales del estilo arltiano. El narrador de "Homenaje..."
también los menciona, por ejemplo la prostituta que circula entre los hombres
"como un relato", o sea "a cambio de dinero". Fornet dice
que Piglia elige de "Las tinieblas" lo que le conviene, lo que puede
parecer escrito por Arlt. Quizás lo principal que tienen en común Arlt y
Andreiev es su anarquismo y, por lo tanto, una posición ideológica en contra de
la propiedad. Recordemos que el mismo cuento del que Piglia se apropia en
"Homenaje..." fue retomado en "Amor y anarquía", la
película de Lina Wermüller de 1973, aunque tampoco allí se mencionó la fuente[11].
"Homenaje..." abraza el plagio como forma
literaria, hablando de él y realizándolo a la vez. El narrador insiste en que
los textos (de Kafka, de Arlt) no son de nadie porque pertenecen a todos.
Pueden publicarse una vez muerto el autor, aunque éste no lo haya querido,
porque una vez que han sido escritos, que se han transformado en un texto,
dejan de tener dueño. Piglia juega con cuatro autores: Arlt, Kostia, él mismo y
Andreiev. Arlt plagia a Andreiev, Kostia plagia a Arlt, Piglia plagia a Andreiev
y a Arlt (e inventa a Kostia). Pero ¿por qué? ¿Cuál es la finalidad de todo
este tinglado? ¿Qué pretende demostrar Piglia con esto? Y además, ¿podemos
llamar plagio a la operación realizada en el cuento?
La escritora mexicana Cristina Rivera Garza en su ensayo Los
muertos indóciles hace una distinción esencial:
"una cosa es, en efecto, utilizar el texto de otros para
cuestionar el texto mismo y las nociones imperantes de autoridad y propiedad y
otra muy distinta es utilizar el texto de otros para refrendar nociones
imperantes de autoridad y propiedad. Pero a los ojos del plagio, es decir, a
ojos de quienes empuñan esta figura para mantener el estado de las cosas, el
plagio es ahistórico, transparente y siempre igual a sí mismo. Nada más lejos
de la verdad" (2013: 80).
Está claro que Piglia cuestiona, no refrenda, y lo hace
de dos modos: atribuye su texto a otro —y transforma así la escritura en
lectura— y se apropia de un texto de otro —y convierte allí la lectura en
escritura. En "Luba" consigue la proeza de efectuar ambas operaciones
al mismo tiempo. La reescritura del texto de Andreiev con citas y referencias
más o menos disimuladas de Arlt es un trabajo de diálogo con estos y otros
escritores, un trabajo inscripto en lo social, en lo comunitario que desestima
la originalidad y trabaja con otra escala de valores. Sobre este tipo de
escrituras, Rivera Garza dice que "Producen en conjunto una situación
semejante a lo que los histólogos denominan la hendidura sináptica: un canal de
unión de la neurona que mide aproximadamente veinte nanómetros de ancho, donde
ocurre, sin duda, una transmisión que tiene mucho de salto al abismo"
(2013: 86). Estos textos son eso, una ruta, un pasadizo, algo parecido a ese
link efímero que desaparece apenas se lo clickea.
Piglia eligió a Arlt para hacer esta operación y no fue
una casualidad. Al igual que el autor de El juguete rabioso, Renzi, el
personaje alter-ego de Piglia, se preocupaba y hasta se obsesionaba con el tema
de la propiedad y el dinero. En el cuaderno entregado por Martina en
"Homenaje..." se lee: "A Kostia: 2000$, a Reynald: $ 700, a Raúl: 600 más
18.000. Debo: 33 000 (seis meses)" (2002:126); y en el primer tomo de los Diarios de Emilio Renzi: "Tengo cuarenta y cinco pesos para terminar el día y
Alberto me llama día por medio para reclamarme la supuesta deuda de veinte mil
pesos que él supone que yo le debo" (2015:192) y muchas otras similares.
Justamente "ficción del dinero" fue el concepto que ideó Piglia para
pensar la literatura de Arlt. Los personajes de Arlt hacen dinero falsificando e inventando y lo consiguen porque el
capitalismo, que se desarrolla y crece al influjo de la ilusión y la mentira,
tiene una forma ficcional que lo permite. En "Roberto Arlt: la ficción del
dinero", Piglia dice:
"El dinero
es el mejor novelista del mundo: legisla una economía de las pasiones y
organiza —en el misterio de su origen— el interés de una historia donde la
arbitrariedad de los canjes, las deudas, las transferencias es el único enigma
a descifrar. En este sentido para Arlt el dinero es una máquina de producir
ficciones, o mejor, es la ficción misma porque siempre desrealiza al mundo:
primero porque para poder tenerlo hay que inventar, falsificar, estafar, 'hacer
ficción' (...). De hecho los personajes de Arlt no ganan dinero, se lo hacen y
en ese trabajo imaginario encuentran la literatura" (1974: 25).
En su
novela Plata quemada, Piglia lleva
esta temática hasta su clímax al detallar el incendio del dinero como una
muestra máxima de resistencia al sistema: "Sólo locos asesinos y bestias sin
moral pueden ser tan cínicos y tan criminales como para quemar quinientos mil
dólares. Ese acto (según los diarios) era peor que los crímenes que habían
cometido, porque era un acto nihilista y un ejemplo dé terrorismo puro"
(2013: 131). La crudeza de la presencia del dinero en las ficciones de ambos
autores sirve para cuestionar los valores dominantes y presentar una utopía,
otra disposición posible para las relaciones materiales y también culturales.
Según Piglia, Arlt "invierte los valores de esa moral aristocrática que se
niega a reconocer las determinaciones económicas que rigen toda lectura, los
códigos de clase que deciden la circulación y la apropiación literarias. De
este modo, al nombrar lo que todos ocultan, desmiente las ilusiones de una
ideología que enmascara y sublima en el mito de la riqueza espiritual la lógica
implacable de la producción capitalista" (2004: 55). Piglia se ve
reflejando en Arlt porque él también necesita desenmascarar el aspecto material
de la cultura y sus relaciones con la autoridad y el poder[12].
Creo que esta es la causa fundamental que lo lleva a realizar este
"terrorismo literario" que es el plagio, que cuestiona en un solo
movimiento la propiedad y el valor e instaura formas nuevas de posesión y
jerarquía.
Pero quizás el motivo
principal de Piglia para escribir "Homenaje..." sea el amor. Escribir
la prosa del escritor que se admira es una forma, quizás la forma, de
consumar ese amor. Piglia se da el gusto de escribir un cuento inédito de Arlt.
Es lo que le pasó a Pierre Menard con Cervantes y también a Cristina Rivera
Garza con Juan Rulfo. La escritora mexicana, en su blog Mi Rulfo
mío de mí, transcribió párrafo por párrafo e intervino, con distintas
estrategias visuales y textuales, la novela Pedro Páramo. Para
Rivera Garza también se trata del amor y del dinero, de apropiarse para mostrar
que la propiedad no es necesaria ni deseable:
"En ese esfuerzo lúdico de reescritura de Pedro Páramo —palabra
por palabra, signo de puntuación por signo de puntuación—, en una especie de
traducción alucinada del párrafo a la línea corta en distintas métricas está la
necesidad y el gusto de habitar lo más cerca posible de una escritura admirada
y querida (no por nada creo que las formas más detalladas de la lectura
son tanto la traducción como la transcripción). Escribir así, haciendo visibles
los lazos de deuda que unen a la lectura con la escritura, por cierto, no es
apropiar sino desapropiar: su contrario estético y político." (Costamagna,
2017: 7).
Cuando le preguntaron a Rulfo sobre la discontinuidad de
su escritura, dijo "lo que pasa es que yo trabajo". Rivera Garza se
identificó de inmediato con esta condición del novelista que no tiene tiempo
para escribir porque hay que ganarse la vida. La escritora cuenta en la
entrevista de Costamagna que escribía pequeños ensayos sobre aspectos de la
obra de Rulfo que le resultaban perturbadores o movilizantes hasta que un día
se encontró con una frase de Piglia: "La verdadera historia de la
literatura se encuentra en los reportes de trabajo de sus escritores" y le
sirvió como trampolín para alejarse de un salto de la crítica conservadora que
percibe al texto aislado de su contexto material. Así escribió este libro
extraño e incómodo sobre Rulfo que llamó Había mucho humo o niebla o no sé
qué. "De lo que se trataba, me daba cuenta al ir avanzando, era de
crear una serie de yuxtaposiciones que, ya juntas, pudieran convertirse en una
estructura porosa, abierta, veloz. Yuxtaposición es la clave aquí"
(2017:10), cuenta Rivera Garza. Yuxtaposición, aunque dentro de una operación
más compleja, es precisamente lo que usó Piglia en "Homenaje...".
Ambos autores operaron con otras voces además de la suya, con fragmentos que
colocaron en un orden aleatorio (las anotaciones del cuaderno de Arlt)
despojándolos de su sentido original para que se resemantizaran.
Rivera Garza construye a Piglia como su precursor a
través de esta idea del arte como reescritura, lo que denomina "estética
citacionista", con una perspectiva crítica pero también política porque
intenta separar los textos de su mercantilización. Hay en Mi Rulfo...,
como en "Homenaje...", una prioridad en la lectura y una forma de
traducción, de transmigración del alma del escritor amado desde su texto hacia
el texto nuevo. Como dice el poema de "El método se lo comió todo"
(Rivera Garza y Fabre, 2005): "Te como. Te engullo. Te digiero. Te
incorporo. / Cuánto amor".
Plagiando ferozmente, sistematizadamente, excesivamente
Antes de saber quién era Alberto Laiseca leí un poema de él que
permaneció anónimo para mí durante varios años. Mi amiga y yo teníamos
solamente trece años y ella encontró, revolviendo en los papeles de su hermano
mayor, un escrito que tenía mi nombre —se llamaba "Resumen de poemas al
cuerpo de Lucrecia"— y me lo trajo como una ofrenda, como si la
coincidencia me habilitara en cierto modo a poseerlo. En el poema, mi tocaya
era algo así como Prusia en medio de una guerra que comenzaba en Europa y luego
abarcaba al mundo. Recuerdo un solo verso: "Cincuenta espartanas a cada
paso que das". No creo que sea casualidad haber empezado a leer a Laiseca
con un juego de espejos: una Lucrecia impostora y la otra, ¿verdadera?
En ese mismo año, 1973,
el autor publicó su primer cuento: "Mi mujer" (2011: 369), que es la
historia de un plagio, pero no literario sino, como le gusta decir a Laiseca,
"ontológico". Se trata de un mago, un alquimista, que copia a una
mujer. El original es una postal japonesa y, en la versión mágica, ella cobra
vida, aunque conserva su tamaño de veinticinco centímetros. Conde De Boeck
(2015) dice que "Mi mujer" puede considerarse una versión paródica y
sado-maso-porno de El Golem de Gustav Meyrinck (2017), una de las
lecturas favoritas de Laiseca. En relación con la cábala y la alquimia esto
puede ser verdad, pero creo que el cuento plantea aspectos muy interesantes y
originales sobre el ejercicio de la copia. En primer lugar, la reproducción
femenina y monstruosa que realiza el cabalista nace del anhelo de posesión de
algo que ya existe, representado por una imagen fotográfica que es a su vez
copia de una mujer real. Mientras que es la imagen la que enciende el deseo del
mago, la creación del Golem se deriva de una necesidad, la de defender el gueto
de Praga a través de un ser completamente nuevo. La existencia de la foto
plantea una relación de tres vértices: la mujer fotografiada, la imagen
resultante y el espectador, que ve en ella algo que lo enciende. Pienso que el
plagio, en un sentido amplio, necesita de este triángulo para ocurrir. Los
textos se copian porque, para el lector que lo hace, tienen una característica
imaginaria, es decir completa y fija, inamovible[13],
que es justamente la que enciende el deseo de apropiación. Lo escrito aparece
como tan perfecto, tan acabadamente pleno, que no hay otra posibilidad que
repetirlo. Al mismo tiempo, el cuento de Laiseca propone también otro problema:
por mucho que se desee, el plagio es imposible. Me puedo enamorar de una
imagen, de un texto, de un objeto, pero cuando intento reproducirlo nunca
consigo lo que estaba buscando. La satisfacción se desplaza unos milímetros y
lo que creí haber visto de pronto ha desaparecido. En este caso el cabalista
consigue dar vida a su japonesa, pero le sale demasiado igual al original, es
decir muy pequeña, y no puede establecer con ella la relación que desea.
Estos conceptos junto
con otros igualmente sugerentes, reaparecen en una publicación de Laiseca de
1991: Por favor ¡plágienme!. Además de por algunas declaraciones sueltas
del autor, se lo considera un ensayo porque no se sabe qué otro rótulo
endilgarle, pero es más bien un borrador[14],
una libreta de apuntes caóticos, casi ilegibles, en los que conviven narración,
sátira, diálogo y digresión. No se sabe, no es posible saber, si la postura de
defensa del plagio y rechazo hacia la creación que sostiene es real o paródica,
o ambas. Es un texto provocador que recurre a la hipérbole y al absurdo para
fundamentar sus posiciones extremas: "El movimiento estético plagiario
actual debe encaminarse a la sistematización de las formas plagiarias puras.
Cualquiera puede crear. Plagiar es para los elegidos" (1991: 18) o
"ved a uno creando sobre el maravilloso, maravilloso plagio, produciendo
crecimientos monstruosos sobre brazos, piernas y troncos mutilados para evitar
así de un solo plumazo, toda esta pobrísima, pobrísima manifestación de
creación mecánica a la cual los artistas creadores nos tienen
acostumbrados" (19).
El libro se presenta a
sí mismo como un tutorial del plagio: "En la conferencia que hoy tengo el
honor de pronunciar antes ustedes, no deseo daros una filosofía sobre el plagio
(esto lo dejaré para ociosos creadores) sino deciros sencillamente cómo podemos
hacer plagios" (18). Para copiar, como para cualquier otra
actividad, es necesario establecer una mecánica propone Laiseca, cuyo amor por
lo maquínico es evidente tanto en sus temas como en su estilo; se precisa
inventar “mecanismos para plagiar sistematizada y progresivamente” (28).
Contraviniendo el género del supuesto ensayo, es un personaje de ficción el que
sistematiza los plagios, un escritor que intentó “purificarse” de toda
influencia y fracasó y por eso “buscaba el plagio continuo y perfecto. No por
las utilidades económicas que pudiese reportarle, sino por el sacudimiento
emotivo, intelectual, de tener el control total” (28). Me resulta muy
interesante esta relación entre plagio y control. Al plagiar, el escritor
conoce sus materiales y también los ha visto circular, en cambio al crear se
entrega al “caos” y no maneja lo que sucede dentro de sí ni lo que surge de él.
El procedimiento preferido de este escritor plagiario era:
“el desmantelamiento a hachazos de
mecanismos literarios y racionales, el entremezclar como con una enorme
batidora las diferentes partes mutiladas, ensamblarlas caprichosamente y
colocarlas ya armadas en hilera, listas para ser usadas. Era como tomar máquinas
destinadas a realizar diversas tareas y desarmarlas en dos o tres grandes
pedazos cada una, luego mezclar los distintos fragmentos haciendo un único
montón y ensamblarlos de manera arbitraria para formar nuevas maquinarias, y
obligarlas así a funcionar enchufándolas a un tomacorriente” (29).
A mí me parece un procedimiento bastante creativo. Lo que se toma de
otros, en todo caso, son los materiales, y para conseguir el nuevo texto
aparece la máquina, que, incluso, crea no solo el escrito plagiado sino “nuevas
maquinarias”. Es imposible no recordar a a Aira, cuando dice: “el arte que no
usa un procedimiento, hoy día, no es arte de verdad” (2000: 170). Parece pensar
el procedimiento como la máquina de la literatura. Aira sostiene: “Los grandes
artistas del siglo XX no son los que hicieron obra, sino los que inventaron
procedimientos para que las obras se hicieran solas” (2000: 166). La similitud
con los argumentos de Laiseca es notable: “Si lográsemos inventar un estilo
podríamos plagiar a gusto: porque con estilo, las ideas y hasta las imágenes
viejas se presentan de manera nueva y las nuevas, si surgieran, seríanlo
doblemente” (Laiseca, 1991: 18). Los dos escritores coinciden en que el arte
está en la forma más que en el contenido y que el artista, el escritor en este
caso, debe liberarse de una vez por todas del imperativo romántico de la
profesionalización y de la creación individual. Hay una idea sumamente
democrática —“inclusiva” diríamos actualmente— detrás de esto: si se
reemplaza la “obra” por el procedimiento, entonces todos pueden acceder: “cuando la poesía sea algo que puedan hacer todos,
entonces el poeta podrá ser un hombre como todos, quedará liberado de toda esa
miseria psicológica que hemos llamado talento, estilo, misión, trabajo, y demás
torturas” (Aira, 2000:167) o, como dice Laiseca, nos permitirá abandonar las
preocupaciones del creador para pensar cómo “sistematizar todo mecanismo
plagiario que descubrimos en el interior de nuestras transformistas personas”
(1991: 20).
A continuación de una
larga serie de elogios al plagio y fantasías sobre organizaciones, sindicatos y
naciones dedicadas a imponerlo y a reprimir y castigar la creación, Laiseca
inserta una historia que tiene como protagonista a “un viejito en una de las
repúblicas sudamericanas, autor de numerosas ficciones” que “poseía un defecto
visual” (53). Sobre las relaciones entre Laiseca y Borges se han dicho varias
cosas, por ejemplo, que Borges no quiso leer la novela Matando enanos a
garrotazos porque “tenía un gerundio en el título”. En el epígrafe de su
cuento “Indudablemente, ferozmente, horriblemente”, que apareció por primera
vez en 1988 en la revista Fin de siglo, Laiseca introduce un epígrafe
que parece confirmar la anécdota:
“Enterándome del desafuero de quien
dijera sobre el libro de un amigo (Violando girls scouts en la floresta):
‘¿Qué se puede esperar de un tipo que empieza en gerundio el título de su
obra?’, por puro despotismo dedicando, entonces, éste, un mi cuento, a los
enemigos de siempre. Aquí les ofrezco no sólo gerundios los tales, sino
adverbios, frases germanizadas, comas antes de verbo, rimas, hiatos y
disonancias de las más pura y clásica cepa román-atonal, adjetivación excesiva,
etc. Adjetivando excesivamente. El autor” (2011: 124).
Laiseca aparece aquí no sólo como el autor que Borges no quiso leer sino
como una suerte de heredero potenciado de Arlt y su “mala escritura”, de la que
hace, según su costumbre, un uso hiperbólico y proliferante. Cinco años
después, en el capítulo 37 de su novela El jardín de las máquinas parlantes (1993),
titulado “Póngase contento, señor Borges” (434-445) el viejo escritor ya no es
un enemigo sino otra víctima. Aparece perseguido e hipnotizado por unas
criaturas mágicas, las chichis, las mismas que torturan al protagonista, que le
susurran y le inculcan todo tipo de ideas para hacerlo sufrir, por ejemplo
“Nobel, Nobel. El Nobel es importantísimo”, “Goethe no me gusta porque lo he
leído” o “Lugones se suicidó por nihilista”. Borges repite enajenado y luego
desaparece rodeado de mazorqueros que llevan pancartas coloradas, tocan
violines, empuñan gorros frigios ensartados en pinchos y cada tanto gritan:
¡Viva el Restaurador! En Por favor..., con la historia que ahora pasaré
a relatar, Laiseca da un paso más y hace una defensa de la moral borgeana que
es casi una apología. En el cuento, un estado tecnocrático había inventado un
aparato desenmascarador de plagiarios. Mediante una máquina inducía a los
escritores a creer que Shakespeare nunca había publicado y que ellos eran los
únicos que poseían y conocían las obras completas del escritor. La gran mayoría
las editaba con su nombre sin tocarles una coma. Algunos tenían pruritos para
hacerlo pero iban usando partes, se “inspiraban” hasta que la obra se reducía a
“una especie de cascarón que podía desplomarse al menor tincazo”(55). Borges,
sin embargo, no solo se resiste a plagiar sino que comprende que no puede
simplemente editar la obra: debe devolverla a su tiempo original para que pueda
influenciar a los miles de escritores que están destinados a leerla. Se
decide entonces a producir una inflexión en el espacio-tiempo y colocar un
laberinto invisible donde depositar las obras de Shakespeare en su época
histórica. Comprende que esa acción llevará también sus propias obsesiones al
pasado y que, por eso, su propia obra podría ser escrita antes de que él
pudiera crearla: “Ya no podría escribir determinados cuentos, ni desarrollar
ciertas ideas, sin que lo acusasen de plagio” (55). A pesar de ello, a pesar de
sí mismo, lo construye. ¿Por amor a la literatura? Parece la mejor respuesta.
Esta parábola de Laiseca, además de una declaración de respeto al viejo
enemigo, es una construcción compleja en la que alguien, que se resiste a
plagiar en un momento dado, comprende la verdadera función del plagio. Porque
se plagia social e históricamente y esa actividad se encuentra íntimamente
ligada a las relaciones que cada presente mantiene con su pasado y la
tradición. Plagiar a Shakespeare en el siglo XX es completamente diferente a
hacerlo en el siglo XVI, distintos son sus resultados para la historia de la
literatura y para su evolución como producto artístico y social y para la
comunidad humana. Pero ¿en qué sentido representa Borges la tradición para
Laiseca? Si, como dice en Por favor… “un hombre no merece el título de
artista hasta que no ha sido plagiado por lo menos siete veces” (21) ¿es Borges para él alguien digno de ser plagiado o, dicho de otra
manera, alguien cuya tradición desea continuar? Según el estudioso de Laiseca,
Carlos Fernández González:
“El plagio implica pensar en el
problema de la tradición, en la tradición como problema, en las heterogéneas
opciones textuales de reconocimiento interautoral, en la validación del
patrimonio cultural, en el pasado del que abreva todo artista, en las influencias
y en el canon y, desde allí, en problemas más específicos como la
intertextualidad, el valor del homenaje en esa relación intertextual, la cita,
la ironía en el calco sin entrecomillar, la parodia o el guiño” (2014: 94).
Plagio y tradición están entretejidos por todas partes, pero Laiseca se
presenta, se construye incluso, como un escritor extravagante que permanece al
margen de las industrias culturales y aclama la anormalidad y el plebeyismo. No
se lo concibe en la tradición Borges-Bioy, pero sí en la vía contracultural que
supieron transitar Gombrowickz, Lamborghini y Néstor Sánchez, por poner algunos
ejemplos. Pero al contrario de estos autores, Laiseca escribe con materiales de
la calle, de la cultura de masas y del periodismo. Hasta su Borges, tanto
cuando lo denosta como cuando lo salva, parece salido de la imagen que de él
tiene el gran público. Según Guido Herzovich: “nada más alejado de su
literatura que la cita, el guiño o el intertexto: ocurre que sus materiales no
fueron usados por nadie sino por todos” (2019: 86). Algunas frases recurrentes
en sus textos como “si no le gusta vayasé” o “morirse pa’ siempre” no provienen
de la literatura, sino de las experiencias que el autor tuvo en las pensiones
donde vivió y al trabajar en la cosecha. Si la lectura de Borges remite a
Kipling, Conrad, Stevenson y Henry James la de Laiseca remite siempre a su
propia obra. Entonces, si su escritura no presenta influencias claras y no se
plagia más que a sí misma, ¿por qué el autor decide escribir un libro sobre el
tema? Creo que el motivo debemos buscarlo en la defensa del plagiario como el
“otro” que se enfrenta a los supuestos poseedores del patrimonio cultural. A
través de la parodia, Laiseca nos habla de lo inútiles que son los esfuerzos
por la originalidad. Delimitar lo supuestamente creado por un solo y único
individuo sería ponerle puertas al mar y Laiseca se ríe con tantas ganas de los
“dueños” de la cultura que propone una biblia negra, una herejía del canon. El
artificio se revela auténtico y la ironía mordaz termina mostrando las cosas
como realmente son, en el reverso del discurso que nos instruía sobre cómo
deben ser.
De bolivianos y chorroescritores
Meter páginas enteras de otra novela dentro de una novela
que retrata a inmigrantes bolivianos pobres y marginales y que ese plagio le
pase inadvertido a la misma gente a la que le pasan inadvertidas la pobreza y
la marginalidad; usar las páginas robadas como se usa a los marginales, es
decir en "la construcción" (en este caso de la novela), es montar un
artefacto literario que, como advirtió Josefina Ludmer: "construye
presente" (2007), o sea que interviene y mixtura lo literario con la
realidad social.
Esto es lo que hizo Sergio Di Nucci en Bolivia
construcciones, ganadora del premio La Nación - Sudamericana en el
año 2006, bajo el seudónimo de Bruno Morales, quien aparece ficcionalizado en
la trama como sobrino de uno de los protagonistas, llamado Quispe. El jurado no
se dio cuenta de que alrededor de treinta páginas de la segunda parte de la
obra eran una transcripción parcial de la novela Nada de la escritora
catalana Carmen Laforet, editada en 1944[15]. Di
Nucci realiza un juego de prestidigitación con los personajes y las situaciones
dramáticas. Al cambiar el contexto de un modo tan radical, la reescritura de Nada
se siente como una proeza y recuerda al dicho de Laiseca: "Cualquiera puede crear. Plagiar
es para los elegidos". La protagonista de Nada es una chica que llega a la ciudad de Barcelona después de
pasar por un colegio de monjas en los años '40. El narrador de Bolivia... es un joven que sale de
Potosí y se va a vivir a Buenos Aires para trabajar como albañil. Entonces,
aunque las frases sean las mismas, las referencias múltiples del texto cambian
por completo. Wanderlan Alves, profesor de la Universidad de Paraíba, escribe
al respecto: "En Nada,
mientras Andrea y su amigo Gerardo pasean por la ciudad, atestiguan
silenciosamente la miseria y el derrumbe de su propia época. En el mismo paseo
Andrea besa al amigo y prueba su primer beso: 'Nunca me había besado un hombre
y tenía la seguridad de que el primero que lo hiciera sería escogido por mí
entre todos'. Se nos hace casi imposible no percibir la diferencia entre lo que
dice Andrea y lo que dice el narrador-protagonista de Bolivia
construcciones, cuando él también le da el primer beso a una mujer (Silvia)
y comenta: 'Nunca me había besado una mujer, y yo tenía la seguridad de que la
primera que lo hiciera sería elegida por mí entre todas' " (2017: 675).
Di
Nucci recibió el premio de sesenta mil pesos y lo donó a la Asociación
Deportiva del Altiplano, un grupo que ayudaba a los inmigrantes bolivianos,
entre otros a las víctimas del incendio del taller textil donde el 30 de marzo de 2006, en un edificio de dos plantas
que funcionaba como taller de costura, murieron cinco niños y una mujer
embarazada. El lugar estaba habilitado para cinco máquinas de coser y cinco
trabajadores, pero había cuarenta máquinas y cuarenta trabajadores bolivianos. El trabajo literario que tematiza
a los inmigrantes confluyó con una intervención directa en el cotidiano de esos
mismos inmigrantes y me resulta imposible no relacionarlo con algo que Ludmer
refiere en su propuesta de "Literaturas postautónomas" (2007). Ludmer —que eligió publicar este artículo a
través de su propia página web y garantizó así que de manera gratuita y abierta
se accediera a sus ideas— planteó que en el presente la realidad se lee como
ficción y viceversa y también que todo lo cultural-literario es económico. Las
literaturas postautónomas se sitúan, entonces, en el medio real-virtual de la
imaginación pública, que construye todos los días un presente
social-privado-público-real. Estas literaturas ya no son autónomas precisamente
porque no señalan la distancia entre realidad y ficción. En una entrevista de Anfibia, Ludmer aseguró que no se trata
del fin de la literatura: "lo post para mí es una categoría importante
porque recoge todo el pasado, no es un corte" (Fornaro, 2012).
En su
ensayo "En torno de las lecturas del presente", la crítica Sandra
Contreras (2010: 135) plantea que, si admitimos la hipótesis de Ludmer, Bolivia
construcciones es y no es literatura, porque no puede ser juzgado
simplemente mediante categorías estéticas. Contreras cuenta que, para defender
al texto de la acusación de plagio, se argumentó que la copia es la esencia
misma de la operación literaria. "La Vindicación del plagio, que circuló
como la 'Carta de Puán', y también en blogs que intervinieron en el debate como
el de Link, sostuvo (...) que el plagio en Bolivia Construcciones no es
en modo alguno ocioso o injustificado" (Contreras, 2010: 137). Se discute
respecto del valor de la operación
plagiaria o intertextual, que no refiere al texto mismo sino a otros aspectos,
precisamente aspectos pragmáticos como su lectura y recepción, aspectos que se
relacionan con lo que consideramos, o no, literatura en el presente.
El
texto de Ludmer comienza diciendo: "Estoy buscando territorios del presente y pienso en un
tipo de escrituras actuales de la realidad cotidiana que se sitúan
en islas urbanas de la ciudad de Buenos Aires: por
ejemplo, el bajo Flores de los inmigrantes bolivianos de Bolivia
construcciones de Bruno Morales" (2007). Poco tiempo después de
aparecer este escrito, Agustín Viola, un chico de 19 años, encontró una serie
de coincidencias entre Bolivia
construcciones y Nada porque
casualmente leyó los dos textos sucesivamente. Aterrados e indignados, los
jurados del premio La Nación - Sudamericana
dictaminaron que se trataba de un plagio y retiraron el premio. No así el
dinero, ya que había sido donado a la Asociación Deportiva del Altiplano. Pablo
Avelluto, en ese entonces director editorial de Sudamericana y luego ministro
de Cultura del macrismo, manifestó: "Estamos muy tristes por lo que
ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y muy
contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos
totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas
que tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada" (La Nación, 8 de febrero de 2007).
El
debate sobre el plagio se intensificó durante un par de meses, en especial por
internet, y se repitieron conceptos como "trabajo ajeno" y
"robo"; algunos hablaron de "chorros" y de
"chorroescritores". Una de las cosas que se le reprocharon a Di Nucci
fue no haber mencionado en el texto a Laforet. ¿Por qué no lo hizo? Zac Zimmer
y Virginia Tech arriesgan la hipótesis de que la secuencia
plagio-publicación-premio-donación pudiera ser un proceso estético y en ese caso
"¿habría fracasado Bolivia
construcciones si el plagio no se hubiera descubierto?" (2014:106). Lo
que nos lleva a preguntarnos: ¿quién es Agustín Viola? ¿Es realmente un
estudiante que acababa de terminar la escuela secundaria o es un enviado de Di
Nucci que así consigue, sólo con esta denuncia, terminar el circuito estético
de realidad-ficción que se había propuesto?
La
investigadora María Ledesma, en el artículo "Repensar la agenda de la
semiótica. El caso Bolivia construcciones"
(2007), califica a lo sucedido de "escándalo semiótico" y apunta que
la novela es una radical media (término
introducido por John Downing en su estudio sobre la comunicación rebelde,
el activismo político y los movimientos sociales), "tanto por el medio en
sí como por los efectos que produce en los medios" (88). Estos efectos,
esta catarata de opinión, la transformarían según Ledesma en una novela-performance "caja de
resonancia de la constitución mediática de las categorías de autor, literatura,
premio, plagio y experimentación" (88). El hecho de que la polémica se
diera fundamentalmente por las redes generó "una dispersión de los
sentidos que se disparan, ellos mismos, en direcciones incontrolables",
afirma Ledesma (96).
La
novela, el premio, la donación, el plagio y el debate posterior permitieron la
contemplación en tiempo real de una lucha por el sentido de las ideas de
autoría, delito y propiedad en el momento en que éstos están sufriendo un
proceso de transformación, una lucha que, además, se disputó en espacios no
tradicionales como blogs, mails y páginas web con sus múltiples ecos,
repeticiones y distorsiones que complejizaron la escena comunicacional y
produjeron un efecto de multiplicación y a la vez de difuminación de los
lugares donde el sentido se legitima.
Mauro
Libertella (2007) escribió una nota para el suplemento "Radar" de Página 12, "Historias dos veces
contadas", en la que relata algunos de los sucesos antedichos. Entre otros
escritores y críticos consultó a Ludmer, quien en lugar de hablar prefirió
mandar un pequeño escrito que fue publicado junto con el artículo de Libertella:
"Sobre el plagio" (2007b). Este artículo de diez párrafos es tan
sencillo y contundente que no ha producido metatextos y es imposible encontrar
en Google un solo comentario sobre él, aunque sí hay numerosas reproducciones.
Ludmer comienza diciendo: "No comparto la idea o el mito del autor como
creador y la ficción legal de un propietario de ideas y/o palabras. Creo, por
el contrario, que son las corporaciones y los medios los que se benefician con
estas ideas y principios". Luego apunta que podríamos invertir la
concepción de "delito" y aplicarla justamente a los que intentan
privatizar el lenguaje ya que las "prácticas artísticas son sociales y las
ideas no son originales sino virales". El plagio como crimen sería una
represión hacia esa circulación, un sometimiento a la ley de la propiedad. A
continuación, Ludmer hilvana una pequeña historia, desde el nacimiento del
derecho de autor en el siglo XVII para proteger a los impresores-editores,
hasta las vanguardias con Duchamp y Tzara, pasando por las ideas de Barthes,
Foucault, Lautréamont y Borges. Concluye que muchas de las prácticas artísticas
actuales son exploraciones con el plagio, como colectivos autorales, seudónimos
compartidos, ready-mades, collages, intertextos y apropiaciones que desean oponerse
a "las doctrinas esencialistas del texto" y "restaurar la
dinámica y fluidez del significado". Finalmente declara:
"Creo
que toda condena de plagio (toda condena de un escritor como 'delincuente'
literario) es un acto reaccionario. Y si pienso en una política propia de los
que escribimos, la consigna central sería que todo libro editado, como los
periódicos, sea digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que
pueda ser leído y usado por cualquiera que pueda acceder libremente."
Es
una declaración concluyente, como la de Séneca, "aquello que está bien
escrito mío es", como la de Símaco, "lo publicado es público", y
personalmente me resulta muy difícil oponerme a la idea de que la riqueza de lo
escrito debería estar al alcance de todos, no solamente para disfrutarla, sino
para intervenirla y para construir desde allí sentidos nuevos. Hay que invertir
la carga de la prueba para que el delito sea, como pretende Ludmer, la
privatización de la cultura.
Plagiario,
decime qué se siente[16]
Pasé tardes enteras copiando relatos de Kafka. Tenía unos
cuadernos de tapa blanda color marrón, de formato escolar aunque de pocas
páginas. Creía que algo de la literatura de ese autor se impregnaría en mí
gracias a la transcripción. Podría llamar de muchas maneras a eso que pensaba
se me impregnaría, pero en ese momento se trataba del sentimiento. Encontraba en sus historias
un sentimiento insondable y no hay otra forma de conocer un sentimiento que
sintiéndolo. Entonces recurría a las sesiones de copiado con la esperanza de
que se produjera una empatía entre los sentimientos de Kafka y los míos. Kafka
era mi modelo; yo debía sintonizar con algún nivel profundo de su inscripción
espiritual –era eso lo que justificaba la escritura– y, sobre todo, debía ser
consciente del significado o las implicancias de lo que escribía, como si el
desarrollo de la narración no fuera muy diferente a una argumentación ponderada
y organizada. Porque se trataba de construir una verdad fuertemente inscripta
en la cara oculta del relato.
Después me puse a copiar las primeras
frases de una novela famosa, para ver si la carga de energía contenida en ese
comienzo se comunicaba a mi mano, que una vez recibido el impulso exacto
debería correr por su cuenta.
En una calurosa tarde de principios de julio, un joven salió del
cuchitril que había realquilado en la callejuela de S. y se encaminó
lentamente, como indeciso, hacia el puente de X.
Copié también el segundo párrafo, indispensable para dejarme
transportar por la corriente de la narración:
En la escalera esquivó felizmente el encuentro con la patrona. El
cuchitril del joven se encontraba debajo del tejado mismo de una alta casa de
cinco pisos, y más que una habitación parecía un armario.
Y así seguí hasta: Endeudado hasta la coronilla con la
casera, temía encontrarse con ella.
En este punto pensé en abandonar, pero la frase siguiente me atrajo
tanto que no pude dejar de copiarla: No se podía decir que fuese miedoso o
tímido, sino todo lo contrario; pero, desde hacía cierto tiempo, el joven se
hallaba en un estado de excitación y angustia rayano en la hipocondría. Vi
que podía seguir todo el párrafo, más aún, unas cuantas páginas, hasta que el
protagonista se presentara a la vieja usurera: —Soy Raskólnikov, el
estudiante; estuve aquí hará un mes —tartamudeó precipitadamente el joven,
a la vez que se inclinaba, recordando que debía mostrarse amable.
Me paré antes de que se apoderara de mí
la tentación de copiar todo Crimen y castigo. Por un segundo me pareció
comprender cuál debe de haber sido el sentido y la fascinación de una vocación
ahora inconcebible: la de copista. El copista miraba al mismo tiempo en dos
dimensiones: la de la lectura y la de la escritura; podía escribir sin la
angustia del vacío que se abre ante la pluma; leer sin la angustia de que el
propio acto quede sin reflejarse en ningún objeto material, como una
perversión. La perversión, por decirlo así, es el ejercicio de un deseo que no
sirve para nada, como el del cuerpo que se entrega al amor sin deseo de
procreación.
Ustedes podrían pensar que me esforcé en
ejecutar copias en que las únicas modificaciones perceptibles me habían sido
impuestas por los propios límites de la velocidad de mi escritura. Pero al
leerlo, al leerme, vi que, por el contrario, no recopiaba estrictamente y que
parecía tener un placer maligno en introducir cada vez una variación minúscula.
De una copia a otra, algunos detalles desaparecían o cambiaban de sitio, o eran
sustituidos por otros
Estas variaciones minúsculas tal vez
eran la expresión última de mi melancolía como escritor: como si hubiera
podido, por un instante, perturbar el “orden establecido” del arte, y
reencontrar la invención más allá de la enumeración, el chorro más allá de la
cita y la libertad más allá de la memoria. Y tal vez no había nada más punzante
ni más risible que ese texto intervenido, símbolo nostálgico e irrisorio,
irónico y desengañado de un “creador” desposeído del derecho de crear, dedicado
en lo sucesivo a leer y a ofrecer como espectáculo la mera proeza de una página
integralmente escrita, cubierta de textos falsos, concebidos por el mero placer
y el mero estremecimiento de la simulación.
Me puse a leer poesía mexicana: El
primer animal, El otoño recorre las islas, De la vigilia estéril y Árbol
adentro. Después de varias relecturas obsesivas de estas obras transcribí
sin cesar. Volví a tipear cada una de las palabras para robármelas, aunque
fuese sólo un poco. Y, en efecto, de tanto leerlos y, sobre todo,
reescribirlos, algo de sus poéticas se me trasminaba, no por ósmosis, pero sí
por repetición. Así, empecé a escribir poemas que, permeados a través de la
copia, imitaban el estilo de estos poetas. Mis poemas paceanos o castellanescos
eran míos, y emulaban las poéticas con las que me alimentaba. Con el paso del
tiempo, las costuras flagrantes se fueron haciendo cada vez más subrepticias en ese texto que
no merezco. Tengo miedo de ser dos, camino del espejo. Alguien en mí dormido me
come y me bebe.
Siempre he sido consciente de tomar algo
en préstamo, de estar rindiendo homenajes, de apropiarme de algo. Desde las
primeras cosas que escribí, me propuse llegar a un encuentro entre dos modelos
muy diferentes, por ejemplo Pinocho y Faulkner, Hemingway e Ippolito Nievo. Las
lecturas infantiles son las que más a menudo me vuelven a aflorar. Uno de
mis autores generadores siempre fue Stevenson. Quizá porque a su vez Stevenson
era de los que reinventaban, de los que imitaban la novela de aventuras con su
visión de literato extremadamente refinado. Y precisamente cuando comencé a
hacer cosas más “mías”, Stevenson irrumpía por todas partes, incluso sin que yo
me diera cuenta. También a Borges le gustaba mucho Stevenson, y Borges es el
típico escritor que siempre retoma algo de otro escritor, de otro escrito. A
veces en la obra de otros se puede encontrar la inspiración necesaria para no
repetirse uno mismo.
O quizá la lectura sea ya un robo. Hay
algo que está ahí, encerrado, dentro de ese objeto del que se presupone que
tiene algo encerrado dentro. En cada lectura hay un forzamiento, hay un robo
con violencia. ¿Nunca les pasó, leyendo un libro, pararse continuamente y no
por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de
excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no les pasó nunca eso de leer
levantando la cabeza? Es sobre esa lectura, irrespetuosa, porque interrumpe el
texto, y a la vez prendada de él, al que retorna para nutrirse, sobre lo que
intento escribir. Para escribir esa lectura, para que mi lectura se convierta,
a su vez, en objeto de una nueva lectura.
Claro que después pasó lo que pasó,
paciencia, plagios, adaptaciones, gárgaras para combatir el insomnio. Ofrezco
la palabra, doy por inaugurado el siglo XXI, porque hay que decirle la verdad
al lector, aunque se le pongan los pelos de punta. Basta de subterfugios,
asumamos de una vez por todas nuestra precariedad. Lo demás es literatura, mala
literatura modernista.
Ayer
compré el libro de esa autora porque empecé a sentir una urgencia incontrolable
de apropiarme de sus textos. Después de leer fragmentos, un morbo muy extraño
me empezaba a dominar. Abrí el tomo en la primera página y empecé a leer en voz
alta: “¿Cómo decirle al escritor que todo escrito es la imposibilidad del
lenguaje por producir la presencia en él mismo que, por ser lenguaje, es todo
ausencia? ¿Cómo comunicarle que la tarea del poema no es comunicar sino, todo
lo contrario, proteger ese lugar del secreto que se resiste a toda
comunicación, a toda transmisión, a todo esfuerzo de traducción?”
Hubiera querido ser claro, porque me ha
tentado siempre la claridad desde aquella vez, cuando bajo un abierto y
extendido sol comenzaron a encresparse las olas y entonces decidí que era el
momento de arrojar las palabras al mar. Porque la claridad que tanto busqué
sólo está en los otros, en algunos silencios, en algunos espacios en blanco.
Antes y después de unas pocas y triviales palabras.
Hubiera querido ser claro desde un
inicio y no comprendo la razón de estas explicaciones que ahora intento. Hace
unos días tuve un sueño. Caminaba por el parque y vi un cuerpo, mi cuerpo.
Claramente me lo dije así: Pero si es un cuerpo. Al inicio no reconocí las
palabras. Dije algo. Y eso que dije o creí decir era para nadie, o era para
nada o para mí que me escuchaba desde lejos, desde ese lugar interno y hondo
donde no llega nunca el aire. Después de explorarlo, rodearlo, interpretarlo,
de hacerlo legible, de observarlo, como se puede ver desde una cámara al vacío,
si es que eso es posible, quise pronunciar algunas palabras, pero no me eran
dadas, alguien las había tomado de ese arsenal de expresiones de donde nos
surtimos para enunciar lo real. Había llegado tarde, muy, muy tarde, aunque
sólo por algunos segundos y una eternidad. Por alguna cuestión geográfica o un
movimiento inconsciente de los paralelos del hemisferio norte (¿o habría sido
el sur?), las letras, palabras, frases, oraciones; las preguntas y las
certezas, todas ellas y los párrafos en su totalidad, habían desaparecido. La
desesperación, el sentido de un fracaso, la imposibilidad de desdecir y hacer,
nombrar el mundo con una voz propia. A partir de ese momento sólo tendría
acceso a su eco. El cuerpo estaba mutilado: había perdido las manos y la boca o
lo que había sido una boca. El punto donde surgen las primeras elaboraciones
guturales estaba destrozado. Yo sabía exactamente quién lo había hecho, por eso
empecé a mostrar fascinación por su forma de escribir, por la manera en cómo
elabora sus conceptos. Habían pasado años desde que había comenzado a buscar
las formas, la combinación precisa de sustantivos, los verbos adecuados para
reaccionar a lo que veía e intentar ser parte de la antítesis apropiada.
Entonces me dije, yo quiero escribir de ese modo. Tomé algunas de esas palabras
y cayeron en su forma exacta, es decir, en la que estaban destinadas a ser en
el papel. Allí terminó mi sueño.
El color del cristal
La mejor manera de
no ser acusado de plagio, como ocurre con todos los delitos, es que no te
descubran. Pero lo que se muestra no puede ocultarse al mismo tiempo y, lo que
se esconde, no se plagia. Si un texto firmado repite palabras de otro escritor
la responsabilidad del hecho se considera unánimemente del lado del autor de la
repetición. Sin embargo, hay otra intencionalidad en juego y es la del lector,
especialmente la del lector crítico. ¿Por qué presuponer la inocencia del
lector? El primer paso para descubrir el “delito”, el simple descubrimiento de
la reiteración no es en sí mismo evidencia de plagio ya que es necesario que la
repetición sea posteriormente identificada como fraudulenta. En la mayoría de
los casos de repeticiones, el lector, habiendo reconocido parte de su propio
patrimonio cultural en el texto, hace la labor de legitimar esa repetición al
calificarla con términos literarios disponibles tales como alusión, homenaje o
intertextualidad. Este reconocimiento es la contrapartida de la intención del
autor. No solamente es una confirmación de la participación del lector en una
comunidad de expectativas estéticas que él o ella comparte con el autor, sino
que constituye la respuesta a una intención, una decodificación de este
conocimiento cultural mutuo, en el texto.
La necesidad de
demostrar la intención, a fin de establecer la culpa, o al menos grados de
ella, es con mucho el más importante de todos los criterios para establecer el
plagio. El plagio no es entonces una mera copia, sino también la intención de
hacer pasar la copia del texto de otro como propio, presumiblemente para
beneficiarse injustamente de alguna manera. Como en una novela policíaca, la
atribución de motivos ya sea que se utilice para establecer la culpabilidad o
la inocencia, es un criterio fundamental, porque los motivos siempre implican
una necesaria causalidad para el acto que ha tenido lugar.
Si pedir prestado
no es robar, las modalidades para un préstamo adecuado son muy inestables y han
cambiado muchísimo en el último siglo. Distintos períodos exhibieron
tolerancias diferentes para el plagio, con desiguales convenciones sobre la
correcta señalización del discurso prestado. Aún hoy, el ocultamiento de la
fuente de un texto copiado se continúa vinculando a una intención dolosa, pero
con mucha menor certeza que antaño.
Actualmente, en
general el autor acusado de plagio admite la copia, pero cambia la motivación,
la “intención”, de una fraudulenta, a una estética. Esta intención pasa a
leerse entonces no como plagio sino como 'alusión', 'parodia', 'imitación',
'intertextualidad', etc. Pero esta “lectura” de las intenciones del autor es
cambiante y depende de si el artista tiene la reputación suficiente para vencer
la sospecha de falta de genio, o si en la decisión institucional intervienen
otras razones políticas o económicas. La eficacia del argumento estético suele
depender del "éxito" percibido en la intención, que se determina casi
exclusivamente por la reputación literaria anterior del autor y por sus
conexiones con la institución crítica o con otras superiores o más poderosas
que ésta. En general, cuando se trata de “grandes autores” el lector crítico
suele ser mucho más permisivo y la influencia o imitación disfrazada se
interpreta como irónica, satírica o estética, siempre destinada a delimitar una
campo de lectores que están "a la altura del desafío" de ese juego
que se está jugando y al que no todos accedemos
Luce Irigaray
reconoce en un comentario paratextual de su novela Espéculo de la otra mujer
(1985), haber citado muchas fuentes anónimas sin marca, pero no se
justifica por razones estéticas, sino por principios teóricos y
feministas:
“Las referencias
precisas en forma de notas o de comillas para indicar Ia cita han sido
descartadas por regla general. Toda vez que la/una mujer ocupa en relación con
la elaboración teórica una función de afuera, muda, que sostiene toda
sistematicidad y a la vez pertenece al ciclo materno (todavía) silencioso del
que se nutre todo fundamento, no tiene porqué relacionarse con aquélla de la
manera ya codificada por la teoría, confundiendo así, una vez más, el
imaginario del sujeto —con connotaciones masculinas— con lo que sería, será tal
vez, el dolo femenino. Así, pues, que cada una/o, muerto o vivo, se reconozca a
sí (como) mismo en el texto con arreglo a su deseo, su placer, incluso con
mayúsculas. Pero si sobreviniera, en la resistencia a reencontrarse en el
mismo, el malestar de una distorsión, a ser posible irreductible, entonces,
¿tal vez?, algo de la diferencia sexual habría tenido Lugar también en el
lenguaje.” (2007:5)
Me resulta muy
interesante aquí cómo Irigaray identifica las marcas de propiedad del texto con
el sujeto “masculino”. Por otra parte, al señalar su “copia”, está
declarando que la estrategia tiene intenciones subversivas, aunque no
dolosas e incluso sugiere un concepto de “dolo femenino”, diferente de la idea
sostenida por el sujeto dominante.
Pero veamos lo que
sucede en nuestros escenarios argentinos. En el caso de Sarmiento y pesar del
romanticismo imperante, la intención del autor queda plenamente justificada por
lo que el investigador Kevin Perromat ha llamado “plagio nacionalista” (2014:17),
y que consiste en una suspensión de los valores de creación y originalidad en
vista de las necesidades de la Nación de absorber la influencia extranjera
rápidamente y en cantidad. Algo similar expresa Alberdi sobre el uso de una
pauta constitucional externa en sus Bases: “Tampoco será plagio ni copia
servil de una forma exótica. Deja de ser exótica, desde que es aplicable a la
organización del gobierno argentino: y no será copia servil, desde que se
aplique con las modificaciones exigidas por la manera de ser especial del país,
a cuyas variaciones se presta esa fórmula como todas las fórmulas conocidas de
gobierno.” (1915: 166). A los lectores críticos de Sarmiento no les molestan
las repeticiones, en todo caso le reprochan las desprolijidades, el apuro y la
falta de una tradición intelectual más sólida y, con un considerable tufo
clasista, rara vez pierden la oportunidad de poner en evidencia su falta de
erudición.[17]
La autoridad de
Borges, por su parte, su inmensa fama de “gran escritor” ganada en los mismos
territorios donde abrevaba Sarmiento para realizar sus “traducciones”, impidió
que jamás fuese remotamente vinculado a ningún tipo de copia o repetición.
Quizás por ello se dio el lujo de adjudicarse algunos él mismo. Existen por
ejemplo similitudes entre su cuento “El
otro” y el de Giovanni Papini “Dos imágenes en un estanque”. Borges lo explica
por criptomnesia[18].
Lo notable es que si sabemos de
esta similitud es por el mismo Borges. Sin que nadie le pidiera cuentas, el
autor escribió en el prólogo del libro El espejo que huye: “Leí a Papini y lo olvidé. Sin sospecharlo, obré del
modo más sagaz; el olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. (...). Ahora, al releer aquellas páginas tan remotas, descubro en ellas,
agradecido y atónito, fábulas que he creído inventar y que he reelaborado a mi
modo en otros puntos del espacio y del tiempo. Más importante aún ha sido
descubrir el idéntico ambiente de mis ficciones. “ (Papini, 1984: 9). Nadie
soñó con acusar o enjuiciar a Borges, aunque por supuesto. Katchadjian y
Fernández Mallo son harina de otro costal. Ya que ambos explicitaron la
procedencia de los textos de Borges que usaron, no es posible hablar de
intención fraudulenta, pero sí se podría llegar a suponer, con una porción
importante de delirio en el caso de Katchadjian, que tuvieron intención de
enriquecerse. En los juicios que se les siguieron pudo evidenciarse tanto la
ausencia del “autor” que defiende sus “derechos”, ya que estaba muerto para
esas fechas, como la apropiación del capital cultural universal por parte de un
individuo particular. ¿Quién comete fraude en este caso?, cuando dice defender a
alguien que ya no puede exponer su opinión; ¿quién roba?, cuando intenta que no
circule una obra valorada y deseada por la sociedad. En todo caso, los autores
no tenían la fama suficiente para escapar por completo del juicio crítico.
El caso de Piglia plantea cuestiones
que abarcan y resignifican la cuestión de la copia literaria. “Nombre falso”
explora la relación entre propiedad y literatura. Se trata de aquello que no
debería venderse, vale decir el cuerpo, el arte. Además del cuento de Andreiev,
Piglia plagia una famosa cita de la Ópera de los tres centavos (que por
otra parte luego será epígrafe de Plata quemada), y se la adjudica a
Roberto Arlt: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?” (Piglia, 1997:
95). El nombre de Walter Benjamin sí aparece citado. Cuando “Piglia” acaba de
dar con “Luba”, toma las siguientes notas: “(a) La imposibilidad de salvarse y
el encierro: el lugar arltiano. (b) La mujer como döppelganger y como espejo
invertido. (c) La prostituta: el cuerpo que circula entre los hombres. Como un
relato (a cambio de dinero). (d) Ver el trabajo de Walter Benjamin: anarquismo
y bohemia artística (en Discursos interrumpidos 36 y ss.), El prostíbulo como
espacio de la literatura.” (1997: 125).
“Piglia” cita aquí a “Benjamin”, y lo
cita mal, porque la relación entre literatura y prostitución se plantea en “El
París del Segundo Imperio en Baudelaire”, y no en “La obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica”. Una serie de plagios y apropiaciones reales y
simulados se entretejen en esta operación de Piglia y no dejan títere con
cabeza. Pero ¿qué fue lo que dijo la crítica al respecto? o, dicho de otra
manera, ¿cómo se leyó “Nombre falso”? No hay dudas sobre la copia ni sobre la
apropiación de textos ajenos. En el relato, “Piglia” es un escritor incapaz de
producir que se ve obligado a vivir del trabajo de los otros. También miente y,
a fin de cometer su crimen sin ser descubierto elabora un complejo contexto
pretendidamente académico dando explicaciones en una nota a pie de página en la
que se compara con Max Brod:
“Se dirá que me aparto del objetivo
de este informe: no es del todo así: el hecho de que al presentar un texto
inédito de Roberto Arlt me haya visto forzado a usar la forma del relato, el
hecho de que el cuento de Arlt se lea en el interior de un libro de relatos que
aparece con mi nombre, es decir: el hecho de que no me haya sido posible
publicar este texto –como había sido mi intención—independientemente, precedido
por un simple ensayo introductorio, demuestra –ya se verá—que de algún modo he
sido sometido a la misma prueba que Max Brod" (1997: 144, nota 16).
“Piglia” se adelanta a la crítica que
puede recibir Piglia y habla de “intención”. Así quedó el texto, dice, pero no
me juzguen; yo no quise. Fornet opina sobre esto:
“El texto se revela a sí mismo,
aunque nunca explícitamente, como plagio. Ya se ha visto que ello ocurría
mediante las pistas que iba dejando sobre Andreiev. Pero al mismo tiempo va
dejando otras como la insistencia en el valor del "crimen, la estafa, la
falsificación y el robo" en la escritura arltiana, la persistencia en el
"robo" perpetrado por Kostia al publicar con su nombre el cuento de
Arlt, y la perplejidad ante el secreto que encerraba el cuento; secreto que
sólo se comprende una vez que conocemos el plagio”.(2007:42)
El crítico lee un “aviso” de plagio. No hay
intención de engañar, por lo tanto no hay fraude. Según esta mirada, la verdad
está presente en el texto para el que la sepa leer.
Laiseca teje en clave paródica la imposibilidad de
abstenerse del plagio y el absurdo del esencialismo de los textos. En este
universo, los creadores son ociosos y realizan una “pobrísima, pobrísima,
creación mecánica” (1991: 19). Pero si seguimos a los escasos críticos y
estudiosos de su obra, Laiseca no se plagió más que a sí mismo. Según Hernán
Bergara, en el prólogo de Por favor…: “Las
obras de Laiseca (...) empiezan siempre desde cero para hacer funcionar un
mecanismo de relojería, que lo hace plagiarse sin repetirse.” (Laiseca, 1991:11).
El tema del plagio le sirve a Laiseca para hablar de un problema que sí lo toca
de cerca: el de su legitimidad como escritor argentino. Para lograr lo que
desea, que de acuerdo con Bergara sería la “construcción de su propia
legibilidad, (..) ser leído en sus propios términos, no en los de una crítica
que soslaye los problemas que la prosa de Laiseca quiere poner a circular.”
(1991:12), Laiseca se ríe de los portadores de la autoridad, de los lectores
críticos y de los ensayistas, que separan la paja del trigo literariamente
hablando, y los provoca. En realidad, sí hubo —cómo no— repeticiones de
palabras, de personajes y temáticas en la obra laisequiana. Pero remiten a
tradiciones no registradas por nuestro canon, extemporáneas, raras, algunas
demasiado extrañas para que la crítica las reconozca y otras demasiado
evidentes como para considerarlas plagio “intencionado”. Por dar un
ejemplo de este último caso, en Las aventuras del profesor Eusebio
Filigranati (2013) se mencionan los personajes y situaciones de Alicia en
el país de las maravillas:”Aquella conversación parecía la del Sombrerero y la
Liebre de Marzo. Solo faltaba el Lirón” (13) y luego insiste “Lo único que
faltaba en ese ‘vino de locos’ era que el Lirón, despertado abruptamente por
los ruidos, dijera sin entender absolutamente nada: ‘todo lo que ustedes
sostienen es la más absoluta de las verdades’. Y se volviera a dormir.” (19).
Todos coincidimos en que sería absurdo creer que constituye un plagio de
Carroll. La repetición se verifica, pero leemos claramente la intención.
En donde no está tan claro y no hay tal acuerdo es
en la obra de Di Nucci, Bolivia Construcciones. En este caso se produjo
una grieta que dividió a la crítica en dos partes, que juzgaron de diferentes
modos la intención del autor al reproducir treinta y cinco páginas de la novela
Nada, con algunos cambios. Para los que firmaron la denominada “Carta de
Puan”, la repetición se trata
“de un procedimiento que enriquece los valores de la novela Bolivia
Construcciones y constituye uno de sus títulos de neta originalidad. Su
empleo, conviene destacar, no es en modo alguno ocioso o injustificado, sino
que responde a razones estructurales que obran en la novela. De este modo,
valiéndose de la transformación de ambientes, personajes y situaciones de Nada
(1944) de Carmen Laforet, novela clásica, escolar, escrita en español, que
podría conseguir y leer en Buenos Aires el joven protagonista de Bolivia
Construcciones, así como cualquiera de los lectores de esta novela, el
autor crea un marco para aquellos capítulos en los que, como en un sueño, en
una deliberada idealización, dos realidades contrastantes se funden generando
una nueva realidad. También se justifica este uso, desde el interior de los
diversos planos de significación que ha valorado la crítica, la presencia
constante de un nivel alegórico que coexiste con el realismo.”[19]
Al mismo tiempo otros escritores y críticos leyeron muy diferentes
intenciones en la copia realizada por Di Nucci. Una de las voces que se alzó
fue la de Elsa Drucaroff quien entiende que la intención del autor fue la de
favorecer su prosa, deficiente según ella, utilizando para estos fines el
trabajo y el talento de Carmen Laforet:
“La novela precisa
de algo que le dé estructura narrativa, y Di Nucci lo encuentra en la parte del
libro que coincide exactamente con la transcripción de Laforet (aunque la
situación plagiada comienza antes). Ahí el relato maneja por primera vez la
acción, el suspenso, las persecuciones, las corridas, la violencia. Eso
requiere una técnica narrativa difícil y la novela la adquiere simplemente al
transcribir palabra por palabra (…) lo que hizo tan bien Carmen Laforet.”
(Drucaroff, 2012: 9)
Como hemos
verificado, el plagio se determina reconstruyendo la intención del autor a
partir de la presencia de evidencia textual, pero esa reconstrucción se realiza
a través de una proyección del lector sobre la intencionalidad del autor y los
lectores están necesariamente motivados por sus propias agendas, que rara vez
se admiten, salvo la motivación “ética” de defender la integridad de la
profesión literaria o, en ocasiones, contra la invasión de la propiedad
personal.
Si el plagio no está
en el texto sino en la relación pragmática entre lectores y escritores,
entonces está socialmente construido y, como la sociedad, se ve sometido a
cambios permanentes que impiden definirlo de una vez y para siempre.
El
rugido de la cultura
Así como el habla, la escritura puede ser un bien
común. Porque se escribe para otro, porque se lee con otro, porque estas
actividades circulan y retornan y van más allá de las singularidades que pueden
encarnarlas. Pero, por sobre todo, porque la humanidad que habla, al escribir y
luego multiplicar ese texto, se está abriendo a sí misma a una dimensión
colectiva e histórica. Así considerada, la escritura sería una conversación
sostenida en el tiempo y el espacio. La larga historia de desigualdades que mantuvo
en el analfabetismo a muchos miembros de la sociedad puso las bases para que la
lectura pueda verse como un bien para pocos y mucho más aún la práctica de la
escritura. Sin embargo, no lo son, son derechos de todos, profundamente
inalienables.
Existen
muchas formas de compartir las ideas literarias y las palabras que las
expresan, tales como reinterpretarlas, reutilizarlas, recontextualizarlas,
citarlas, traducirlas, multiplicarlas, transcribirlas, recolectarlas o
imitarlas. Como siempre, puedo mover el lenguaje de un lado a otro y proclamar
que "el contexto es el nuevo contenido" (Goldsmith, 2015: 24). No
todas las formas que mencioné están penadas, legal o moralmente, pero en esta etapa
sus prácticas han alcanzado tal intensidad y escala que habría que revisar qué
es lo que se consigue manteniendo penalidades y deslegitimaciones.
Quizás
una de las funciones actuales del plagio sea la de organizar y difundir
literatura desde la base. En un momento en que la cantidad de textos resulta
tan inimaginable como la fortuna de Jeff Bezos, más que escribir cosas
totalmente nuevas, a muchos se nos impone el deseo de aprender a seleccionar y
compartir los tesoros encontrados en la red de todas las maneras placenteras
que sea posible imaginar.
Sobre
esta aparente contradicción entre creación y difusión —podríamos llamarlo
curaduría—, comenzó a debatirse hace tiempo, en relación con el trabajo del
"Dj". En nuestro país hubo un programa de tevé en el año 2000,
conducido por Nicolás Repetto, en el que Norberto Pappo Napolitano enfrentó a
un Dj del que pocos recuerdan el nombre (se llamaba Ezequiel Deró), quien
afirmaba que él "tocaba" con discos. Pappo le dijo: "Ah sí,
ahora resulta que uno se pasó toda la vida estudiando un instrumento, viene
otro y enchufa todo y se dice que toca” y para rematar lo increpó: “Conseguite
un trabajo honesto. Vos tocás lo que otro grabó”. Diez años más tarde, la
carroza de cierre del Bicentenario estuvo dedicada al rock nacional, pero a
cargo de tres Djs: Zuker, Stuart y Felipe. También tocaron músicos en esa
inmensa fiesta, por supuesto, pero los Djs ya habían ganado un lugar sólido y
prestigioso. Me corro un poco de la literatura hacia la música pop porque me parece un buen lugar para
pensar el desplazamiento de la idea del artista como puro origen. Se percibe
allí cómo las fronteras entre cultura, sujeto y técnica se vuelven imprecisas y
se negocian. El crítico alemán Diedrich Diederichsen piensa que “El trabajo de
los Djs, el corte y la mezcla, no es un trabajo de desmembramiento y montaje —o
collage—, sino un trabajo de reconstrucción. El Dj no es, como opinan muchos
intérpretes posmodernos, un artista del pastiche, la cita o el enfrentamiento,
sino un artista de la reconstrucción que opera en contra de la forma canción,
es decir, en contra de la reconciliación entre historia, ritmo y épica, que
aquella forma ofrece." (2011:90). Comparar la forma canción y la forma
novela me parece inevitable. Personalmente, me conmueven las canciones, como a
todos, pero cuando escucho la labor de un Dj que me expone a fragmentos de
diferentes autores sobre un mismo tema, escucho otra cosa: escucho el rugido de
la cultura, el grito social de mi época.
Según
Jonatham Lethem (2007:64) la lectura activa es una incursión impertinente en el
coto literario. Los lectores somos como nómadas y nos abrimos camino a
través de campos que no son de nuestra propiedad. Los artistas no son más
capaces de controlar la imaginación de sus lectores que la industria editorial
de prohibir la venta de saldos y libros usados. En el clásico
infantil El conejo de terciopelo, el viejo Caballo le explica al
Conejo que el valor de un juguete no radica en sus cualidades materiales. No es
necesario "tener cosas que zumban dentro tuyo y un asa que sobresale"
(Williams, 1998: 6), explica el Caballo. "Real no es cómo estás
hecho", le dice, "es una cosa que te pasa. Cuando un niño
te ama durante mucho, mucho tiempo, no solo para jugar, sino que realmente te
ama, entonces te vuelves Real” (9). El Conejo pregunta si duele y el
Caballo le contesta: “No sucede todo a la vez... Te conviertes. Toma mucho
tiempo... Generalmente, para cuando eres Real, la mayor parte de tu pelaje
ha sido cortado con amor, y tus ojos se caen y te sueltas en las articulaciones
y estás muy andrajoso”(10). Así como los juguetes, los textos literarios muy
amados sufren cambios, son apropiados, copiados, subrayados, citados,
plagiados, modificados, mezclados con otros, traducidos, mutilados, recitados,
y esa es, sin duda, la mejor suerte que podría tocarles.
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.
[1] Mientras yo estaba parada en
la librería esperando mi ración de libros traducidos para trasladarme a una
cultura ajena, Boris Spivacow comenzaba su dirección del Centro Editor de
América Latina que poco después me abriría las puertas a modos de narrar que sí
tenían autor, como los de Walsh, Tallón, Devetach o Villafañe a través de
colecciones como "Los cuentos del Chiribitil" y "Cuentos de
Polidoro", ofrecidas en el kiosco de la esquina de casa a un precio que
eliminaba las protestas de papá.
[2] "Quisiera
sugerir aquí otra manera de avanzar hacia una nueva economía de las relaciones
de poder, que sea a la vez más empírica. más directamente relacionada con
nuestra situación presente, y que implica más relaciones entre la teoría y la
práctica. Este nuevo modo de investigación consiste en tomar como punto de
partida las formas de resistencia contra los diferentes tipos de poder. (...)
En lugar de analizar el poder desde el punto de vista de su racionalidad
interna, se trata de analizar las relaciones de poder a través del
enfrentamiento de las estrategias. Por ejemplo, para averiguar lo que significa
cordura para nuestra sociedad, quizá deberíamos investigar lo que está
sucediendo en el campo de la locura. Para comprender lo que significa
legalidad, lo que pasa en el campo de la ilegalidad. Y, para comprender en qué
consisten las relaciones de poder, quizás deberíamos analizar las formas de
resistencia y los intentos hechos para disociar estas relaciones."
(Foucault, 1988: 5-6).
[3] "La hierra, amène une
suite de fêtes dans les
estancias, comme, chez nous, les
vendanges. L’estanciero invite ses amis à y asister, et les
gauchos accourent de
tous côtés ... les gauchos,
qui, dans ces
occasions, déploient toute leur
adresse à lancer le lazo et
les bolas, deux armes favorites que ne les quitent jamais."
(Lacordaire, 1833: 587)
[4] Acuerdo con Adriana Amante (2016) cuando dice:
"la producción escrituraria de Sarmiento no es ideología en estado puro
(si eso fuera postulable): también es procedimiento, estrategia discursiva,
énfasis, filípica, error-corrección, apóstrofe, obsesión, cambio de posición,
lectura, experimentación verbal, anáfora, organización de sistemas, elipsis,
desplazamientos. Y eso construye ideología".
[5] Respecto
de la influencia de la lectura de Volney sobre Sarmiento y su relación con
Facundo, dice Halperín Donghi: "En su juventud había leído Sarmiento Las
ruinas de Palmira. El hecho era inevitable: el libro de Volney, considerado
manual de impiedades y denunciado infatigablemente en los pulpitos de San Juan
como en los de todo el mundo cristiano, gozó sin embargo de un prestigio y una
difusión que hoy nos cuesta trabajo entender (...). En el prólogo, Volney
describe brevemente la imagen de un beduino que fuma su pipa, en feliz
indiferencia, acampado sobre las ruinas de la antes poderosa Palmira, reducida
a unas cuantas columnas desmochadas. La evocación quiere ser un símbolo de la
caducidad de las cosas humanas, y en especial de los Imperios y los regímenes
políticos, ya que de ellos va a ocuparse Volney. Y es precisamente esa imagen
inicial lo que va a retener Sarmiento. Sólo que para él no vale únicamente como
símbolo; tiene un valor más preciso y concreto. En el desdén del beduino ante
los restos de una muerta civilización que no comprende se revela el conflicto
irreductible entre dos modos de vida: el del sedentario, que gusta de perpetuar
su recuerdo en monumentos de piedra; el del nómade, desdeñoso del esfuerzo que
agobia a su rival sobre el surco, desdeñoso de sus glorias tan efímeras como
esos esfuerzos" (1996: 37).
[6] En el ensayo "Kafka y sus
precursores" del libro Otras
Inquisiciones, Borges escribió: "En el vocabulario crítico, la palabra
precursor es indispensable, pero habría que tratar de purificarla de toda
connotación de polémica o de rivalidad. El hecho es que cada escritor crea a
sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de
modificar el futuro."
[7] Según dijo José Bianco en el
artículo "Sobre María Luisa Bombal" aparecido en el número 93 de la
revista mejicana Vuelta, en la casa
de esta escritora, de calle Ayacucho en el barrio de La Recoleta, una tarde
Borges, “se echó hacia atrás y se golpeó la cabeza con el filo de una ventana
entreabierta. Como le saliera mucha sangre, lo llevaron a la Asistencia
Pública, lo curaron, lo vendaron y le dejaron en la herida un pedazo de
masilla. Consecuencia: septicemia fulminante por la cual estuvo a punto de
morir”. Bioy registra este hecho en el Borges, en la "Cronología": "1938: En febrero, muerte de su padre. En
diciembre, se accidenta en casa de María Luisa Bombal: la grave septicemia lo
obliga a una larga internación" (p. 21). Esta anécdota me resulta
significativa porque en su autobiografía Borges cuenta que la fiebre que le
provocó el accidente lo hizo dudar de su estado mental y, para tranquilizarse,
se puso a escribir un cuento —nunca antes había escrito ficción—. Ese cuento fue "Pierre Menard...".
[8] Una de estas frases,
tristemente famosa, de un reportaje de la revista Extra en 1976 dice: "Para mí la democracia es un abuso de la
estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para
resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la
gente?". Como siempre, la frase quedó ahí, aislada y congelada, sin
periodista que le repregunte al escritor si cree que el voto se ejerce para
decidir sobre problemas matemáticos o estéticos.
[9] Si pudiera vivir nuevamente mi vida,/ en la
próxima trataría de cometer más errores./ No intentaría ser tan perfecto, me
relajaría más. /Sería más tonto de lo que he sido,/ de hecho tomaría muy pocas
cosas con seriedad./ Sería menos higiénico. / Correría más riesgos,/ haría más
viajes, /contemplaría más atardeceres, / subiría más montañas, nadaría más
ríos./ Iría a más lugares adonde nunca he ido,/ comería más helados y menos
habas,/ tendría más problemas reales y menos imaginarios (...).
[10] En
realidad, Borges nunca usó el "engordamiento", esto fue un error de
los peritos, pero se entiende la intención, ¿no?
[11] Tanto en el cuento de Andreiev como en la película de Wertmüller,
un revolucionario anarquista perseguido por la policía se esconde en un
lupanar. A pesar de tener ya más de 25 años nunca tuvo una mujer entre los
brazos. Escoge a la muchacha más joven, que cree más pura, y, entre las paredes
de su habitación, ambos sostienen un diálogo político y existencial
sorprendente. En el filme se agregan elementos de la historia de Italia, tales
como el propósito del revolucionario de asesinar a Mussolini.
[12] Sobre este tema y siguiendo
la intuición de Piglia, Alejandra Laera escribe un ensayo llamado Ficciones del dinero, en el que muestra
cómo éste circula interviniendo el campo de la producción, la circulación y el
consumo de valores estéticos para “desmontar las relaciones entre la ficción
propia del dinero, la ficción que trata sobre el dinero, la ficción producida
por dinero, la ficción como un bien cultural al que afecta el dinero y la
ficción como respuesta más o menos mediada a las condiciones de posibilidad
materiales dadas por el dinero” (2014: 277).
[13] Para Jaques Lacan la imagen es
"consistente". La consistencia, es decir lo imaginario, es lo que
permite que se mantengan unidas, sólidas y permanentes en el tiempo cosas que
no son más que piezas sueltas. La integración del cuerpo fragmentado en el yo a
través de la imagen en el espejo es un buen ejemplo de esto. (Miller, 2013:
255)
[14] Hernán Bergara, en el prólogo, sugiere que es un borrador de Los
sorias: "Podría considerarse que, por ejemplo, Por favor,
¡plágienme! es un borrador, en ocasiones, de aquel gran libro. Tal el
notable ejemplo en el que se habla del lector-escritor influenciable como tipo
plagiador. Su descripción remite, punto por punto, al personaje del
Influenciable que aparece ya “acabado” como tal en Los sorias."
(Laiseca, 2013:11).
[15] La
novela de Laforet fue llevada al cine por Leopoldo Torre Nilson en 1956, con el
nombre de Graciela. El guión fue de
Arturo Cerretani y la protagonizaron Elsa Daniel, Lautaro Murúa y Alba Mujica.
Anteriormente, en 1947, se había realizado una película española que llevó el
nombre de la novela: Nada. Graciela puede verse en el siguiente
link: https://www.youtube.com/watch?v= fYsrOtMAhVU
[16] El
siguiente texto es un intento de recoger, en la voz de algunos autores, ese
deseo íntimo y urgente de apropiarse de aquellos escritos de otros que nos
resultan más nuestros que los propios. Se trata de un pastiche plagiado de los
siguientes autores, por orden alfabético: Roland Barthes, Edgar Bayley, Maurice
Blanchot, Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Sergio Chejfec, Nicanor Parra,
Georges Perec, Alejandra Pizarnik, Cristina Rivera Garza y Sandra Uribe. Hago
"mías" cada una de sus palabras.
[17] Manuel Gálvez, por
ejemplo, dice: "Una formación intelectual deplorable, sin la menor
disciplina, marca el espíritu de Sarmiento para toda su vida. [...] En estas
cosas, cuando se empieza mal se sigue mal". (1945:42).
[18] Concepto creado por el doctor Theodore Flournoy
que, según el Diario Británico de Psiquiatría, refiere a la existencia de
recuerdos ocultos en la conciencia, ignorados por su portador que piensa estar
creando una ficción completamente nueva.
[19] La
carta abierta fue dirigida al director del diario La Nación y firmada por: Mariana Bendahan. Consejera por el
Claustro Mayoría de Graduados, Facultad de Filosofía y Letras UBA; Oscar
Blanco, Docente e investigador, Facultad de Filosofía y Letras UBA; Federico
Bossert, Antropólogo, Facultad de Filosofía y Letras UBA; Lorena Córdoba,
Antropóloga, CONICET; Mirta Gloria Fernández, Profesora de Didáctica Especial
en Letras, Profesora de Semiología, UBA; Cristina Fangmann, Doctora
Literatura New York University, Docente Teoría Literaria, Facultad de Filosofía
y Letras UBA; Fabiola Ferro, Secretaria General de la Asociación Gremial
Docente, Facultad de Filosofía y Letras UBA; María Ledesma, Doctora UBA Diseño
y Comunicación, Consejera Directiva FADU UBA, Profesora Titular Regular
Comunicación FADU UBA; Josefina Ludmer, Docente y escritora; Daniel Martino, Ex
Comisario del Premio Cervantes de la Lengua Española, Editor de la obra y los
papeles privados de Adolfo Bioy Casares; Ernesto Montequin, Traductor, Curador
de la obra de Silvina Ocampo, Pre-jurado del Premio La Nación-Sudamericana de
Novela 2006; Luciano Padilla López, Traductor; Jorge Panesi, Director de la
Carrera de Letras, Facultad de Filosofía y Letras UBA; Alicia Parodi, Doctora
en Literatura Española, Profesora Regular Literatura Española, Facultad de
Filosofía y Letras UBA; Juan Miguel Santos, Doctor Université D’Aix Marseille
III, Profesor de Teorías de Lenguajes, Facultad de Ciencias Exactas UBA;
Susana Santos, Secretaria Académica Departamento de Letras, Facultad de
Filosofía y Letras UBA; Ariel Schettini, Profesor Teoría Literaria y poeta,
Facultad de Filosofía y Letras UBA; Pablo Federico Sendon, Doctor en
Antropología, CONICET; Juan Diego Vila, Doctor en Literatura Española,Profesor
Regular Literatura Española, Facultad de Filosofía y Letras UBA; Diego
Villar, Doctor en Antropología, CONICET.
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