domingo, 9 de noviembre de 2025

A testa

  Cuando Julián Riestra se mudó a la ciudad para desempeñar el cargo de profesor de historia, una de las primeras cosas que averiguó fue dónde estaba la biblioteca. Y eso fue porque Julián era un bibliófilo. Lo cual quiere decir que no solamente amaba leer sino que le gustaban los libros, en tanto objetos. Esto puede parecer una especie de perversión, y lo es, en cierto modo. Pero hay que entender que, para algunas personas, un libro se disfruta mejor si antes se ha establecido una cierta intimidad con él, si se lo conoce en sus borrones, en sus manchas, en sus imperceptibles erratas, como se conoce a un amante.  Por supuesto, lo ideal para establecer esta confianza es poseer el libro, pero Julián, seducido por los tomos  antiguos y extraños, no podía permitirse esos gastos.  Se había licenciado hacía apenas un año, tenía veintinueve y un carácter serio aunque no antisocial. De aspecto no estaba mal: estatura mediana, una faz tranquila y armoniosa que infundía confianza y, si bien se mostraba tímido, era apasionado cuando se daba la ocasión.




   Por suerte para él, en la ciudad había una biblioteca de gran reputación que poseía más de diez mil volúmenes, algunos de ellos muy añejos. Julián se acostumbró a visitarla todos los días después del trabajo y pronto se familiarizó con la atmósfera umbría y los bancos y pupitres de madera ornamentada de la parte vieja del edificio. Una bibliotecaria hermosa, aunque muy seria, parecía armonizar con el sector antiguo. Era como una pieza única, delicada y fuera de moda, con sus cabellos claros lacios y brillantes y los grandes ojos castaños. Julián sólo pudo sacarle el nombre, a pesar de los muchos intentos: Sofía.  Por supuesto la institución contaba con un ala moderna, con muebles funcionales, tubos fluorescentes y acceso a computadoras, pero esto al profesor no le interesaba. Se había enamorado de un libro en particular, que sólo podía consultarse en una sala especial y que se hojeaba con grandes cuidados. Era “La nave de los locos” de Sebastian Brant. No era el original, impreso en 1494 en Basilea, sino una edición doscientos años posterior, de Estrasburgo. Sin embargo, poseía todos los grabados que un Durero de veintidós años había hecho para ilustrarlo. El libro de Brant trataba sobre las locuras y pecados de su sociedad. Entre ellas estaba el adulterio, también el juego, la falta de fe, la ingratitud, la curiosidad codiciosa e incluso, y paradojalmente, había un cuadro dedicado a la locura del erudito. Era el “büchernarr”, el “loco de los libros”, un hombre cuya insania consistía en enterrarse en la biblioteca. Dice el autor por boca del loco: “Para mí el libro lo es todo, más precioso que el oro. Tengo aquí grandes tesoros de los que no entiendo una palabra”. Julián tampoco entendía mucho, ya que el libro estaba en alemán antiguo.

   Para colmo de delicia y de fetiche, el ejemplar tenía una ficha detallada que contaba su historia. Había sido comprado en Estrasburgo por nobles de Lyon y luego confiscado por la Revolución Francesa. Terminó destinado en una biblioteca pública de Montpellier en 1803 y allí había juntado polvo en una estantería, completamente olvidado. En 1841 Gugliemo Bruto Icilio Timoleone, conde Libri-Carucci fue nombrado secretario de una comisión encargada de realizar un catálogo de todos los libros existentes en todas las bibliotecas públicas de Francia. Lo que nadie sabía en ese entonces era que el conde era uno de los más consumados ladrones de libros de todos los tiempos. Libri desvalijó bibliotecas francesas durante siete años, hasta que, en 1848, la Segunda República lo descubrió y tuvo que escapar a Inglaterra con dieciocho cajones de ejemplares entre los que se encontraba nuestra aventurera obra.  “La nave de los locos” fue vendida a Lord Ashburnham a través del librero Joseph Barrois. Su nieto, Robert Ashburnham, resultó luego ser el feliz comprador de una estancia de cincuenta mil hectáreas en la Argentina y, entre las acciones realizadas por él para congraciarse con las autoridades locales, se encontraba la donación del libro. El tomo fue luego autenticado por Julián Martín Abad, jefe del Servicio de Manuscritos e Incunables de la Biblioteca Nacional de España, la autoridad viva más incuestionable en estos asuntos.

   Una tarde, estaba Julián sumido profundamente en la contemplación del libro cuando sintió el olor del humo y creyó por un momento que provenía del interior del propio ejemplar. Se oyeron voces y gritos de alarma y pronto todo el mundo estaba corriendo. Nuestro lector se quedó paralizado mientras sentía un intenso calor y veía que hombres uniformados entraban con gruesas mangueras. La habitación donde estaba se encontraba un poco apartada y en medio de la confusión los bomberos, que desalojaban el lugar con rapidez y eficiencia, no lo vieron. Julián retiró el libro del atril y lo envolvió con su saco. Luego se puso el sobretodo ancho y negro y salió del edificio escondiéndolo dentro de él. No tuvo ningún inconveniente. Llegó a su casa en veinte minutos con el precioso botín.  Una vez en el departamento, puso el libro sobre la mesa y lo hojeó delicadamente sintiendo un placer tan intenso que todo lo demás desapareció de su memoria durante horas. A las diez de la noche prendió sin ganas el televisor para enterarse por el canal local de los resultados del incendio. Había sido extenso y devastador y toda un ala, totalmente destruida. Se enumeraron las principales obras perdidas y, entre ellas, se mencionó “La nave de los locos”. Julián comprendió el significado de la noticia.

   Los días siguientes transcurrieron entre dos pasiones, la culpa y la codicia. Pero finalmente, la honestidad ganó la partida y Julián llamó para entregar su tesoro. Le dijeron que lamentablemente las actividades se encontraban suspendidas por el accidente y no había nadie que pudiera atenderlo. Los libros y el personal estaban siendo derivados a otros establecimientos. Después de unas horas de dudas recordó una preciosa biblioteca en la Capital, dedicada especialmente a libros antiguos y decidió comunicarse con ellos. No dijo, por temor a las consecuencias, cómo había obtenido el libro, simplemente que deseaba donarlo. 

   Tres días después, a las siete de la tarde, se presentó una mujer impecablemente vestida, distante y erguida, destilando perfume de Hermès. Miraba a Julián y al departamento como si ambos le resultaran de mal gusto. Se sentó frente al libro y lo miró cuidadosamente. Luego sacó una curioso aparatito, un cuentahilos, y comenzó a inspeccionar los grabados. Finalmente se dirigió a Julián con una expresión cansada, mezclada con algo que parecía asco y le dijo:

   --Estos no son grabados de Durero. El libro no es auténtico.

   --¿Cómo? --Julián no cabía en sí de la sorpresa.

   --Mire, señor, no recuerdo su nombre. Durero siempre, siempre –remarcó— realizaba sus xilografías “a testa”, es decir que la superficie de grabado está cortada perpendicularmente a las fibras del tronco. Estas son xilografías “al hilo” es decir paralelas a las fibras. Lo lamento, pero no podemos aceptar su donación. 

   La experta se levantó, ofreció una mano fláccida y después de una mirada muy seria, cargada de reproche, se retiró. Julián no pudo cerrar la boca durante unos cuantos minutos. Retrocedió hasta sentarse en su sillón y finalmente exhaló una larga carcajada, y no paró de reír hasta que tuvo que sostenerse el costado y limpiarse las lágrimas.

  Desde luego no le cabían dudas de la autenticidad del ejemplar, la pretenciosa especialista no podía de ningún modo competir con su documentada historia, y con la opinión de Abad. Pero la experiencia había transformado de una vez y para siempre su relación con los libros y, junto con ella, su visón del saber. Puso el libro en una bolsa y se decidió a visitar la biblioteca popular de la ciudad, a la que hasta ese momento había despreciado secretamente. 

  El ambiente reinante lo sorprendió y sedujo más de lo imaginado. Parecía haber actividades en curso por todas partes. Narradores orales con grupos de niños extasiados a su alrededor y charlas alegres sobre autores se desarrollaban en los luminosos espacios del edificio. Preguntó en informes buscando un responsable y lo guiaron a una oficina ubicada en el fondo. Para su sorpresa la persona que se levantó a saludarlo era Sofía, que exhibía su primer sonrisa. Julián la miró a los ojos y le dijo: “No vas a creer lo que pasó en el incendio”.


jueves, 2 de octubre de 2025

Pequeños mundos. Reseña de "No te acerques tanto al borde" de Lucrecia Labarthe por Milena Sesar


En "No te acerques tanto al borde", Lucrecia Labarthe propone un tránsito íntimo por diversas situaciones, emociones, vínculos, miedos y fantasías. En cada narración, la mutación de los protagonistas se vuelve palpable, a veces angustiante. Ya sea por la espera constante y la necesidad de saber convertida casi en adicción (“Saber”); por el dolor silente frente a la enfermedad y la vejez (precioso, doliente “Los que se van”); por el encuentro con las propias contradicciones (“La China”) o con el asombro que puede provocarnos poner en práctica –casi sin querer– una nueva forma de erotismo (“Desconocidos”); o por la culpa que nos provocan algunas fantasías (la de la madre muerta en “Herencia”), resulta imposible permanecer indiferente.




Leés y comprendés, te enojás, puteás con los personajes, les avisás que no vayan, que no miren o que escuchen más o mejor algunas señales (“Brote”). Nada está servido. La lectura requiere en cada caso el compromiso de pronunciarse, de evitar a toda costa la neutralidad. La identificación con uno u otro protagonista es inevitable: todos o casi todos hemos pasado alguna vez por situaciones semejantes a muchas de las que propone Lucrecia.
La amistad, la pareja, el embarazo, el parto y las partidas, el camino a la locura, las relaciones familiares y el autorreconocimiento son temas que aborda con una prosa
bonita, necesaria, intensa. Cada cuento permite asomarse a un pequeño mundo, descripto con una adjetivación minuciosamente seleccionada, la justa y necesaria para darnos mucho y a la vez dejar margen para completar cada uno de ellos con nuestras
propias vivencias.
En el texto en general hay una apuesta por hallar nuevas formas de pensar la historia, los conflictos sociales o laborales, la ruptura de los vínculos, la muerte, la enfermedad, la espera o la impaciencia, las emociones y el propio yo.
En una época que nos obliga a “barajar imposibilidades”, como dice la protagonista de “Herencia”, aparecen algunas certezas: hay una nueva prosa para temas actuales, pero también para aquellos que, en algunos estratos, parecen haber quedado reducidos poco
más que a cenizas.
Buenos Aires: Arde ediciones, 112 pp., 2025. Tapa: “Andy”, de Alejandra Fenochio (1998, acrílico sobre tela)

martes, 30 de septiembre de 2025

No te acerques tanto al deseo

Reseña de "No te acerques tanto al borde" de Lucrecia Labarthe por Daniel Delfino



El deseo es la dínamo que mueve estos cuentos. El deseo frente a cualquier obstáculo que se le interponga, el deseo sin objeto que urde silenciosamente sus mecanismos invisibles, el deseo del otro que coacciona bajo su influjo, el deseo que se abruma en la soledad y busca desesperadamente la compañía de otros. A estos fines, los narradores de estos cuentos no vacilan, son aliados incondicionales que empujan ese anhelo vehemente hacia la concreción o hacia el desastre.

Porque el deseo también conserva su potencia cuando se deshilacha, cuando falla y se descompone y sus fuerzas fermentadas recrudecen en voz baja. En «Nido» los pájaros sobrevuelan el hogar destruido por la tormenta y abandonan su cría muerta sin pena ni tristeza, mientras que los humanos quedan atrapados en los cortocircuitos de la destrucción que picanea a seguir el absurdo hasta el grotesco. Porque como dice en «Los que se van»: El mundo ha explotado a su alrededor. Se ha desarmado y se ha vuelto a armar de otra manera. Esta nueva forma está hecha solamente de dolor.

Porque el deseo está cercado por el dolor, es una pulsión inconsciente que busca la satisfacción de un objeto perdido, un “algo más” inalcanzable. ¿Qué buscan estos personajes siguiendo los impulsos incontrolables? Como decía la canción “solo se trata de vivir” y creer que se alcanza lo inalcanzable es tan solo un oropel, una nueva inquietud que renueva el proceso de angustia y ansiedad a pesar del desgaste que conlleva cada nuevo intento.

No te acerques tanto al borde reúne doce cuentos contundentes y arteros, balas en el cerebro que no se demoran en descripciones intrascendentes. Desde la primera palabra tienen como único objetivo cerrar la historia. No dejan filtraciones ni posibilidad de interpretaciones trasnochadas, pero abren el sentido de una manera mucho más sutil y terrorífica, que permanece como una resonancia pegajosa en el lector, una molestia existencial que descoloca, que nos acerca temerariamente al borde del instinto en estado puro, a la olorosa verdad tocada en vivo como nos advierte el epígrafe de César Vallejo. La interpretación insoslayable de nuestras propias miserias.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Reseña de "No te acerques tanto al borde" de Lucrecia Labarthe por Emiliano Perez Garay

Los once cuentos que conforman este libro parecen haber sido guiados por el siguiente pasaje que la narradora de uno de ellos encuentra en un viejo diario personal: “nunca supe distinguir lo que pasó de lo que podría haber pasado, y además sigo estando convencida de que esa distinción no tiene ninguna importancia.” Uno podría pensar que todos son protagonizados por una misma mujer escindida entre las telarañas de la realidad y la imaginación. Una escisión que también puede observarse en las formas: el marco siempre es realista, pero esa realidad ha sido contaminada por los ácaros de la demencia; las personajes rondan a menudo el desborde emocional, pero el lenguaje que los retrata es controlado y consciente del peso y el peligro que puede acechar en cada palabra. No necesita emular el habla coloquial para sonar verdadero, y pocas veces cede a la tentación de recurrir a la mecánica del cinismo para plasmar escenas de una innegable crudeza.



La prosa es concisa sin ser mezquina, no se aventura en notas falsamente poéticas ni apela a los semitonos trémulos del patetismo. Son cuentos atravesados por el tamiz de la experiencia antes que por los microscopios de la experimentación, y sin embargo esa experiencia nunca deja de refractarse en múltiples realidades posibles, ninguna de ellas exenta de grandes heridas, traumas irresueltos u obsesiones latentes que hacen avanzar las distintas historias (también podríamos llamarlas batallas) con el fragor propio que caracteriza a la vida en momentos de gran intensidad, sin acudir a los hiperbólicos estímulos del horror o el fantástico para ganar nuestro interés.



Estas batallas a veces se libran en el campo de las relaciones familiares; a veces en el campo de la memoria; en otras, en las arenas del erotismo falto de amor o el amor falto de erotismo (nada nos viene dado de manera oportuna o enteramente satisfactoria). En cada uno de los relatos la esperanza es una trampa, y la decepción el camino invariable a una resignación chejoviana que parecer ser la única manera de reconciliarse con lo dado.
Como para Carver, Di Benedetto o el mismo Chejov, para Lucrecia Laberthe la literatura es un juego que se juega dura y seriamente, porque en él uno se está jugando la vida

martes, 23 de septiembre de 2025

Reseña de Música: pesadilla urbana y laberintos compartidos


Música es una obra que explora las grietas de la vida moderna y las formas en que el trauma, el duelo y la soledad pueden manifestarse en pesadillas cotidianas. No se trata de historias de fantasmas tradicionales, sino de relatos donde los espectros son mucho más reales y atemorizantes:  son los miedos, las obsesiones y los recuerdos que atormentan a los personajes.





Daniel Delfino crea un universo narrativo coherente y perturbador, donde los personajes, a menudo en situaciones mundanas, se enfrentan a un colapso de la realidad. Lo que parece ser un viaje, una ruptura o una simple mudanza, va mutando en un descenso a la locura, un ritual de auto destrucción o un encuentro con lo inexplicable. La ciudad de Buenos Aires y el conurbano (Tigre, San Martín, Domínico) no son solo un escenario, sino parte de un laberinto donde los personajes se pierden.  Los relatos están conectados por temas y símbolos recurrentes que refuerzan la sensación de que todos ellos habitan en un mismo mundo, pero allí la línea entre lo real y lo fantástico es borrosa.

“Tigre”, por ejemplo, con un hombre que se siente aislado en su propia vida, incapaz de conectar con su hija y su amiga. Para escapar de su introspección, se embarca en la simple misión de comprar una gaseosa, un acto que se convierte en una odisea a través de un pueblo desolado. La ausencia de vida en el balneario, la voz incomprensible de la radio y la tensa escena de la pareja que observa a través de una ventana, son reflejos de su propio estado mental:  soledad, incomunicación y una violencia latente que siente dentro de sí mismo. El tigre es el punto culminante del relato y el símbolo más potente. El animal no es una amenaza física; es la encarnación de la violencia y la ferocidad que el protagonista ha mantenido a raya. Su mirada refleja una verdad que el hombre no puede recordar, algo "horrible, algo tan propio como imposible de recordar". Es una historia que te atrapa con la promesa de una aventura, solo para entregarte un relato mucho más inquietante sobre las verdades oscuras que se esconden en nuestro interior.



En “Fairlane” encontramos un relato claustrofóbico y emotivo que transforma un simple viaje en auto en una profunda inmersión en la memoria. Lo que comienza como un tour de fans de Julio Iglesias, rápidamente se convierte en una confesión colectiva. El Fairlane no es solo un coche; es el escenario principal y un símbolo central de la historia. Es una cápsula del tiempo que, al moverse, permite que el pasado se manifieste. Su interior es un espacio íntimo y confinado donde las superficiales conversaciones de los desconocidos dan paso a verdades profundas y dolorosas. Cada canción de Julio Iglesias es un interruptor que abre una puerta a la memoria, permitiendo que los traumas reprimidos de los personajes salgan a la luz. Es un confesionario sobre ruedas. El relato pivota sobre dos traumas paralelos que se revelan en el interior del coche: el dolor de Daniel por la trágica muerte de Evangelina y el impactante relato de Ángel sobre la infidelidad de su esposa Graciela con el propio Julio Iglesias. Cuando todos los demás han abandonado el coche, Daniel se encuentra solo en el antiguo automóvil. La imposibilidad de apagar el motor y la certeza de que no puede volver a su vida anterior lo dejan atrapado en un viaje sin fin. El Fairlane, que inicialmente era un medio de escape, se convierte en una prisión rodante. Daniel está condenado a seguir conduciendo, a escuchar las canciones que lo conectan con el pasado que lo persigue.



En cuentos como "El hambre," el lenguaje se vuelve hermético, un código privado entre los personajes. Este recurso literario subraya la alienación y el aislamiento. En otros relatos, como "La voz," la expresión del protagonista se descompone, mostrando su pérdida de control sobre la realidad. Los finales no suelen dar respuestas. Dejan al lector con una sensación de que el horror acaba de comenzar. Al explorar las pesadillas que se esconden en la vida cotidiana, queda una impresión duradera y perturbadora.

Este libro se inserta en un segmento de la literatura argentina contemporánea que ha revitalizado el género del horror y la literatura fantástica, alejándose de los tropos tradicionales para explorar un terror más psicológico y existencial. El autor se centra en lo onírico y lo intelectual, llevándonos hacia un realismo oscuro y perturbador. Las obsesiones, el duelo y la soledad transforman lo cotidiano en una pesadilla. Delfino utiliza el horror para hablar de temas contemporáneos (la violencia, la alienación urbana, el duelo no resuelto) y lo ancla en paisajes urbanos y periféricos.

Por otra parte, la interconexión entre los relatos de este libro lo convierte en un universo literario. Los personajes y los eventos no son islas aisladas; son parte de una red compleja de traumas y soledades. El lector se vuelve un detective que une las pistas para armar un panorama completo de dolor y alienación. Este recurso narrativo refuerza los temas centrales del libro, dándoles una profundidad y una coherencia excepcionales. La idea de que el pasado no se puede dejar atrás es un hilo conductor. Los personajes, sin saberlo, están atrapados en un eco y demuestran que nuestras heridas más profundas están entrelazadas. Cada personaje está desesperadamente solo, pero no porque no haya nadie más. Están solos porque los fantasmas de sus pasados les impiden conectar genuinamente con los demás. La mujer de "Nene" busca un amor que comparta su trauma, el hombre de "Fantasma" no puede hablar de su dolor con su familia europea, y la protagonista de "La casa de los pájaros" se encierra en su locura. Así, el conjunto resulta una exploración colectiva de la identidad. Los personajes buscan saber quiénes son y el hecho de que sus historias estén unidas hace que sus búsquedas individuales se vuelvan universales. En definitiva, este rasgo no es solo una sorpresa narrativa, sino una herramienta que consolida los temas del libro, dándoles una resonancia emocional mucho más profunda y memorable. Es un libro que pide ser leído y releído para descubrir todas las conexiones y secretos que esconde.


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Ultimas palabras

 



Más luz

son las palabras que dijo Goethe

antes de morir

según su médico.

Buscaba ver

hasta el final.

Quiero que la mía

sea la sílaba sagrada

Om.

¿Cuándo es el momento

de planear tu última palabra?

Un esfuerzo como otros

para que cruja la grava estéril.

Quiero que la mía

sea la sílaba sagrada

Ay

cósmicamente humana.

O la sílaba sagrada

Ah

elocuente y líquida.

Ah, de ahora lo entiendo.

Ah, de asombro.

 

No sé lo que quiero decir

Sólo sé que quiero a alguien conmigo.

Mehr licht es un mito literario,

el médico no estaba en la habitación,

sólo quería ayudar a los biógrafos.

Fue su sobrina de nueve años

que lo vio estremecerse

y mirarla a los ojos.

Gib mir deine kleine Hand, dijo.

Dame tu manito.

 

jueves, 14 de noviembre de 2024

Para ellos




















Para los argentinos que cantan sus canciones de esclavos
y esperan beneficios de un poder invisible y mágico.
Para los argentinos que se entregan cada día de rodillas
que de las noticias solo miran la cotización del dólar
pero nunca ganan, nunca cosechan, nunca comprenden.
Para los chicos que crecen hoy a pesar de todo
y juegan y toman vino y se casan
con sus compañeras de juegos y tienen hijos
y mueren al fin de consumo, de anemia y de violencia.
Para los que caminan ciegamente perdiendo el tiempo
y duermen cuando tienen hambre y toman para disimular
encadenados y enredados entre sí por criaturas intangibles.
Para este pueblo que tropieza y se tambalea
en las fábricas y las oficinas y los bares
perturbados, engañados y devorados
por sanguijuelas monstruosas negras ávidas
y son presas dormidas
de la esperanza hueca, la moda y la novedad,
santos creyentes de falsos profetas.
Para ellos
construyo con partes de mí
esto que no tiene forma de nada
porque no es nada que haya existido antes.
Pero construyo y resulta
una afirmación
de que el país importa
y su gente importa
por razones grandes y simples,
construyo signos,
marcas de resistencia.