lunes, 24 de noviembre de 2014

Ramundita

 (Traducción del original de Rubem Fonseca)




        Tengo solamente dos hijas, una de catorce años llamada Jacqueline y otra de trece, Gisele, porque una de las patronas que tuve era médica y trabajaba en la prefectura y me dijo que me iba a ligar las trompas. Nadie podía enterarse porque estaba prohibido hacer esa operación en un hospital público, el gobierno y los padres no lo permitían, y si se llegaba a saber ella podía perder el empleo. Así que lo hizo a escondidas fingiendo que me estaba tratando de una infección urinaria.
El padre de las chicas me dio una patada cuando ellas todavía eran muy chicas. Se llevó todo, hasta el televisor, y yo me quedé sola con ellas. Tuve otros hombres, pero no me pudieron hacer hijos gracias a la santa de mi patrona, el nombre de esa doctora era Raquel.
Después de un tiempo me quedé sin hombres en casa, eran todos muy malas personas. Tuve algunos que hasta me pegaban, uno de ellos me rompió este diente con un palo. Entonces me desilusioné de los hombres y decidí vivir sola.
Tengo un patrón viudo que es muy bueno, me paga siempre al día y me aumenta el sueldo cada tanto y no quiere saber nada de la casa. Me da el dinero de las compras, yo le traigo el ticket del supermercado y ni lo mira. Tampoco le interesa mucho la comida, lo que pongo delante se lo come, casi siempre leyendo un libro.
Entonces Jacqueline quedó embarazada. Siempre me dio mucho trabajo, no le gustaba estudiar y me robaba de la cartera, pero yo la perdonaba, las madres existen para perdonar. El padre era un chico apenas mayor que ella. Jacqueline dijo que no quería abortar, que quería tener el hijo y después, si podía, lo daba en adopción. El chico ya tiene cuatro años y no se lo dio a nadie porque la que siempre lo cuidó fui yo, le compraba todo, los pañales y la leche para la mamadera, el talco para las paspaduras de la cola, los remedios, todo. Como el sueldo no me alcanzaba me llevaba algo de plata de la cartera de mi patrón, doscientos, trescientos, él siempre estaba distraído y no desconfiaba. Mientras, Jacqueline pasaba las noches en fiestas y le dije que si se embarazaba de nuevo yo no iba a cuidar al bebé y la iba a echar de casa.
Después conocí al Jeferson. Era blanco, usaba el cabello lacio y tenía cuarenta años. Se estaba separando de la mujer y me preguntó si podía vivir en mi casa. Me había olvidado de contar que mi patrón me dio una casita con dos cuartos. Le dije a Jeferson que sí, es bueno tener un hombre en la casa y el Jeferson ya había trabajado de plomero y electricista y sabía hacer esas cosas que nosotras las mujeres no sabemos.
Jeferson estaba desempleado, buscando trabajo, así que, hasta que no consiguiera un empleo yo le daba unos pesos para comprar cigarrillos, pero yo sabía que él fingía que fumaba tres paquetes por día y fumaba solamente uno y el resto era para tomar una caña, solamente que yo hacía como que no sabía. Era un hombre fuerte, pero en la cama era un poco flojo. Al principio lo hacíamos los sábados, después ni eso. Después de seis meses sin que pasara nada le hablé, Jeferson, vos no hacés nada conmigo desde hace seis meses, ¿tenés otra mujer? Juró por Dios que no tenía ninguna mujer, que eso estaba pasando por estaba muy preocupado por no conseguir empleo, que lo ponía nervioso, y un hombre nervioso no sirve para nada. Yo le dije, pasás el día durmiendo y viendo la televisión, así nunca vas a encontrar trabajo. Jeferson contestó que estaba siendo injusta con él, que yo no sabía cuánto sufría, que un hombre con vergüenza odia una situación como ésta de ser mantenido por una mujer. Hizo una cara de cachorrito triste que me llegó al corazón.
Todos los días cuando salía por la mañana para ir al trabajo, de lunes a viernes –el patrón me daba franco los sábados y domingos— yo preparaba todo para Jeferson, le gustaba el sándwich de queso y le dejaba los sándwiches listos y el café en el termo para él y para Jacqueline, porque a ella y a Jeferson les gustaba levantarse tarde. Después llevaba al niño a la guardería y a Gisele al colegio y me iba para el trabajo.
Pienso que mi patrón no dormía porque su cama nunca estaba deshecha y se quedaba leyendo todo el día o sentado enfrente de la computadora y yo tenía que insistirle para que almorzara, y no era fácil. Creo que es por eso que era tan delagadito, yo debo pesar el doble que él, pienso que es porque como galletitas todo el día y dulce de leche y chocolate que compro diciendo que es para él, pero que él nunca come. Mi hermana, Severina, me dijo que estaba muy gorda y que era por eso que Jeferson no se acostaba conmigo.
El día que ella me dijo eso por teléfono, salí del trabajo y cuando llegué a casa el Jeferson estaba viendo la televisión y la apagué y le pregunté, ¿Jeferson, vos no te acostás conmigo porque estoy muy gorda? Él me contestó, mi amorcito, es por los nervios de los que te hablé, paso el día buscando empleo y no consigo nada, no sabés cómo me hace sufrir eso. Ya hace más de un año que estoy buscando, es muy duro.
Me dio lástima por él y prendí de nuevo la televisión.
¿Qué vamos a cenar hoy?, preguntó Jeferson.
Le contesté que iba a hacer las costillas de cerdo con papas fritas, que le gustaban tanto. Sos una mujer maravillosa, dijo Jeferson encendiendo un cigarrillo y mirando la televisión.
Modestia aparte, hago una costillas de cerdo mejor que la de cualquier restaurante, Jeferson se come cinco, como mínimo.


Del libro "Ela e outras mulheres", Ed. Companhia Das Letras- São Paulo, págs.141 a 145

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