Tengo solamente dos hijas, una de
catorce años llamada Jacqueline y otra de trece, Gisele, porque una de las patronas
que tuve era médica y trabajaba en la prefectura y me dijo que me iba a ligar
las trompas. Nadie podía enterarse porque estaba prohibido hacer esa operación
en un hospital público, el gobierno y los padres no lo permitían, y si se
llegaba a saber ella podía perder el empleo. Así que lo hizo a escondidas
fingiendo que me estaba tratando de una infección urinaria.
El padre de las chicas me dio una patada cuando ellas todavía
eran muy chicas. Se llevó todo, hasta el televisor, y yo me quedé sola con
ellas. Tuve otros hombres, pero no me pudieron hacer hijos gracias a la santa
de mi patrona, el nombre de esa doctora era Raquel.
Después de un tiempo me quedé sin hombres en casa, eran todos
muy malas personas. Tuve algunos que hasta me pegaban, uno de ellos me rompió
este diente con un palo. Entonces me desilusioné de los hombres y decidí vivir
sola.
Tengo un patrón viudo que es muy bueno, me paga siempre al
día y me aumenta el sueldo cada tanto y no quiere saber nada de la casa. Me da
el dinero de las compras, yo le traigo el ticket del supermercado y ni lo mira.
Tampoco le interesa mucho la comida, lo que pongo delante se lo come, casi
siempre leyendo un libro.
Entonces Jacqueline quedó embarazada. Siempre me dio mucho
trabajo, no le gustaba estudiar y me robaba de la cartera, pero yo la
perdonaba, las madres existen para perdonar. El padre era un chico apenas mayor
que ella. Jacqueline dijo que no quería abortar, que quería tener el hijo y
después, si podía, lo daba en adopción. El chico ya tiene cuatro años y no se
lo dio a nadie porque la que siempre lo cuidó fui yo, le compraba todo, los
pañales y la leche para la mamadera, el talco para las paspaduras de la cola,
los remedios, todo. Como el sueldo no me alcanzaba me llevaba algo de plata de
la cartera de mi patrón, doscientos, trescientos, él siempre estaba distraído y
no desconfiaba. Mientras, Jacqueline pasaba las noches en fiestas y le dije que
si se embarazaba de nuevo yo no iba a cuidar al bebé y la iba a echar de casa.
Después
conocí al Jeferson. Era blanco, usaba el cabello lacio y tenía cuarenta años. Se
estaba separando de la mujer y me preguntó si podía vivir en mi casa. Me había
olvidado de contar que mi patrón me dio una casita con dos cuartos. Le dije a
Jeferson que sí, es bueno tener un hombre en la casa y el Jeferson ya había
trabajado de plomero y electricista y sabía hacer esas cosas que nosotras las
mujeres no sabemos.
Jeferson
estaba desempleado, buscando trabajo, así que, hasta que no consiguiera un
empleo yo le daba unos pesos para comprar cigarrillos, pero yo sabía que él
fingía que fumaba tres paquetes por día y fumaba solamente uno y el resto era
para tomar una caña, solamente que yo hacía como que no sabía. Era un hombre
fuerte, pero en la cama era un poco flojo. Al principio lo hacíamos los
sábados, después ni eso. Después de seis meses sin que pasara nada le hablé, Jeferson,
vos no hacés nada conmigo desde hace seis meses, ¿tenés otra mujer? Juró por
Dios que no tenía ninguna mujer, que eso estaba pasando por estaba muy
preocupado por no conseguir empleo, que lo ponía nervioso, y un hombre nervioso
no sirve para nada. Yo le dije, pasás el día durmiendo y viendo la televisión,
así nunca vas a encontrar trabajo. Jeferson contestó que estaba siendo injusta
con él, que yo no sabía cuánto sufría, que un hombre con vergüenza odia una
situación como ésta de ser mantenido por una mujer. Hizo una cara de cachorrito
triste que me llegó al corazón.
Todos
los días cuando salía por la mañana para ir al trabajo, de lunes a viernes –el patrón
me daba franco los sábados y domingos— yo preparaba todo para Jeferson, le gustaba
el sándwich de queso y le dejaba los sándwiches listos y el café en el termo
para él y para Jacqueline, porque a ella y a Jeferson les gustaba levantarse
tarde. Después llevaba al niño a la guardería y a Gisele al colegio y me iba
para el trabajo.
Pienso
que mi patrón no dormía porque su cama nunca estaba deshecha y se quedaba
leyendo todo el día o sentado enfrente de la computadora y yo tenía que
insistirle para que almorzara, y no era fácil. Creo que es por eso que era tan
delagadito, yo debo pesar el doble que él, pienso que es porque como galletitas
todo el día y dulce de leche y chocolate que compro diciendo que es para él,
pero que él nunca come. Mi hermana, Severina, me dijo que estaba muy gorda y
que era por eso que Jeferson no se acostaba conmigo.
El día
que ella me dijo eso por teléfono, salí del trabajo y cuando llegué a casa el Jeferson
estaba viendo la televisión y la apagué y le pregunté, ¿Jeferson, vos no te
acostás conmigo porque estoy muy gorda? Él me contestó, mi amorcito, es por los
nervios de los que te hablé, paso el día buscando empleo y no consigo nada, no
sabés cómo me hace sufrir eso. Ya hace más de un año que estoy buscando, es muy
duro.
Me dio
lástima por él y prendí de nuevo la televisión.
¿Qué
vamos a cenar hoy?, preguntó Jeferson.
Le
contesté que iba a hacer las costillas de cerdo con papas fritas, que le
gustaban tanto. Sos una mujer maravillosa, dijo Jeferson encendiendo un
cigarrillo y mirando la televisión.
Modestia
aparte, hago una costillas de cerdo mejor que la de cualquier restaurante,
Jeferson se come cinco, como mínimo.
Del libro "Ela e outras
mulheres", Ed. Companhia Das Letras- São Paulo, págs.141 a
145
No hay comentarios:
Publicar un comentario