lunes, 24 de noviembre de 2014

Sobre la índole del amor masculino en "Cien años de soledad"




INTRODUCCION

En su obra Del amor y otros demonios, Gabriel García Márquez define: “El amor es un sentimiento contranatura, que condena a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”[1].
Sin embargo, sería apresurado concluir de esto que el amor es, para el colombiano, solamente una especie de enfermedad “inevitable, dolorosa y fortuita”, al decir de Proust, porque en su obra
--abarcadora como pocas de las pasiones humanas-- hay espacio para toda clase de amor; desde el regido por sus propias leyes, incontenible, desbordado, hasta el deseo moldeado poco a poco, detenido, retaceado; desde la pasión por el saber, por el desciframiento, hasta la afirmación más absoluta de la praxis; desde el sentimiento definido por el sinsentido al sostenido por la lucidez más terrible; desde los bordes del incesto hasta el matrimonio mejor asentado en el consenso social. A pesar de esta proliferación, de esta fecundidad, pensamos que podemos postular y responder la pregunta de ¿cuál es la índole del amor masculino en Cien años de soledad?
Creemos que el amor y la soledad constituyen un par antitético y complementario. El mito del nacimiento de Eros, que surge de la unión de la Pobreza con el Recurso, ejemplifica esta relación ya que amaremos lo que no tenemos: el objeto de amor es el objeto que falta. Josefina Ludmer retoma esta idea cuando habla de lo que le sucede en la obra a los sujetos que desean: “en Cien años no se encuentra lo que se busca ni aparece lo que se espera”[2]. Después de explicar que el amor es amor a algo, Sócrates dice que quien está enamorado quiere “lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, algo que él no es y aquello de lo que carece”[3].
Pero hay que dejar bien en claro que en la obra no se representan solamente seres huidizos que se desean y se escapan irremediablemente o que apenas unidos ya no se satisfacen, sino que se establecen también relaciones como la que imaginaríamos en Romeo y Julieta sobrevivientes y que son las de toda pareja que perdura, “de agresión y fusión, de castración y gratificación, de resurrección y de muerte”[4].
La novela está construida como un árbol genealógico y por ello adquiere “una dimensión de profundidad ... la red de relaciones de parentesco y sus determinaciones multidimensionales transforman al libro en una especie de monumento que se recorre en todas direcciones”[5]. Es por esto que los personajes masculinos pueden agruparse en relación a sus búsquedas vitales y a su capacidad y forma de amar.
Este es el trabajo que realiza Josefina Ludmer, graduada en letras y crítica literaria que actualmente es profesora en Yale, USA. Ella divide a los protagonistas varones en dos grupos antitéticos y complementarios. Esta división comienza con la primera generación de hijos “José Arcadio Buendía es entero y doble, pero sus hijos son dos, hasta el fin de la estirpe; dos hombres cuyos contenidos son contrarios y duales como lo eran en el padre (…) Cada uno de los hijos de José Arcadio Buendía asuma una de las partes de su padre y la expresa sobresalientemente-"[6]
Para ayudarnos en la descripción de las formas de amar de estos personajes, buscar en sus motivaciones y profundizar en su psicología elegimos un libro que trata de hacer un análisis profundo del amor, desde el punto de vista del psicoanálisis, pero también de la filosofía y de la historia. Se trata de Historias de amor y su autora, Julia Kristeva, psicoanalista y lingüista, dice al respecto: “Nuestra sociedad no tiene ya código amoroso. En cada relato privado, íntimo, buscamos descifrar los meandros de ese mal que tiene una relación tan extraña con las palabras. Idealización, estremecimiento, exaltación, pasión; deseo de fusión, de catástrofe mortal tendida hacia la inmortalidad, el amor es la figura de las contradicciones insolubles, el laboratorio de nuestro destino”[7]
De hecho, Cien años de soledad es un universo completo con sus integrantes múltiples y contradictorios unidos por lazos familiares dispuestos en el tiempo --cien años-- y ubicados en la centralidad de la casa (que es el título que, para la novela, había pensado en un principio el autor[8]), un sitio de donde se sale, pero al que siempre se retorna, un lugar que a veces se ofrece limpio, luminoso y aromático y otras sucumbe bajo el peso de la decadencia y los insectos.
García Márquez pasó su primera infancia en una casa muy parecida a esa, grande y antigua con un patio perfumado de jazmines, donde su abuela, Tranquilina Iguarán, lo embelesaba y aterrorizaba a un tiempo con historias fantásticas que ella aseguraba que sucedían en realidad. Allí también vivía su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, a quien el autor definió como “la persona con quien mejor comunicación he tenido jamás”[9]. Su estadía en esta casa fue un puente de paz tendido por sus padres hacia sus abuelos, que no aprobaban el matrimonio de su hija con un telegrafista, uno de los “aventureros” de la “hojarasca”, como llamaban despectivamente a los inmigrantes de la fiebre del banano que habían llegado a Aracataca, el pueblo donde su madre y sus abuelos eran una de las familias más antiguas y respetadas.  Los recuerdos de su infancia, el abuelo como prototipo del patriarca familiar, la abuela como portadora de un universo sobrenatural y mágico, la vivacidad del lenguaje campesino, aparecen, transfigurados por la ficción, en muchas de sus obras ( La hojarasca, Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera) y el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de Aracataca se transforma en Macondo, que en realidad era el nombre de una de las muchas fincas bananeras del lugar.
Luego de la muerte de su abuelo y tras vivir un breve tiempo con sus padres en Sucre García Márquez cursa el bachillerato en Zipaquirá, lugar del que guarda recuerdos sombríos y dolorosos y donde, paralizado por la nostalgia de Aracataca, nunca llega a integrarse. Prosigue sus estudios de derecho en Bogotá, donde sus impresiones no son mejores que las de Zipaquirá, pero allí empieza a escribir, para el periódico El Espectador, sus primeras obras: diez cuentos, de los que abjurará después, que constituyen su “prehistoria” como escritor. Enseguida abandona los estudios de derecho y en un viaje a Barranquilla conoce a un grupo de periodistas que le fascinan y decide instalarse allí, integrándose en el llamado “Grupo de Barranquilla” al que le debe el descubrimiento de los autores que más tarde se convertirán en sus modelos literarios: Kafka, Joyce y, muy especialmente, Faulkner, Virginia Woolf y Hemingway.
A partir de esta vivencia, García Márquez se interna más y más en su relación con la literatura y en la experiencia de escribir. Sus primeras obras no son precisamente un éxito; algunas las publica él mismo con ayuda de sus amigos o tienen tiradas muy reducidas y no salen de las fronteras colombianas. La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y El otoño del patriarca son sus primeros cuatro libros, escritos en casi veinte años. Mientras tanto, pasa la vida. El escritor viaja a Europa como corresponsal, se casa, nacen sus dos hijos, se compromete políticamente con la Revolución Cubana, viaja a Estados Unidos y a México. Es precisamente Cien años de soledad la bisagra que separa estos años de lucha del escenario completamente diferente que la fama y el dinero le proporcionan a partir del éxito inesperado de la novela en 1967. Recibe varios premios, entre ellos el Nobel de literatura. A lo largo de 33 años escribe Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Doce cuentos peregrinos, Del amor y otros demonios, Noticia de un secuestro, Historia de mis putas tristes y Vivir para contarla, una autobiografía aparecida en el año 2002. En sus obras, la creación de universos propios, el desarrollo de facetas inéditas de lo maravilloso, lo fantástico o lo mágico se entrelazan con claras connotaciones ideológicas y culturales. Logra establecer una sorprendente mirada al mundo, una actitud, una visión, que permite que lo sobrenatural y lo insólito dejen de serlo y se inserten en la realidad.
La idea de Cien años de soledad, o mejor dicho la idea de cómo escribir Cien años… se le ocurre un día de enero de 1965 mientras conduce su Opel por la carretera de México a Acapulco. Inesperadamente descubre que va a narrar la historia que viene madurando con el mismo tono en que su abuela le contaba sus historias fantásticas, de un modo en el cual “con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano”[10], y partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo.  Logra reunir cinco mil dólares  y le dice a su esposa que mientras tarde en escribir su novela se ocupe de todo y no lo moleste bajo ningún concepto. Cuando después de dieciocho meses de duro trabajo la concluye, Mercedes le espera con una deuda doméstica que sobrepasa los diez mil dólares. Para enviar el manuscrito a Buenos Aires, a la Editorial Sudamericana, deben empeñar los tres últimos objetos de un cierto valor que les quedan: una batidora, un secador de pelo y la estufa.  Cien años de soledad aparece en junio de 1967. El éxito es fulminante: en pocos días se agota la primera edición y en tres años se venden más de medio millón de ejemplares.
La historia relata la saga de la familia Buendía, comenzando con el matrimonio entre Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía quienes constituyen una unión incestuosa entre primos. Recién casados, Úrsula no se entrega a su marido porque teme que su parentesco les traiga un hijo con cola de cerdo. Un conocido del pueblo, Prudencio Aguilar, comete la torpeza de burlarse de José Arcadio por no haber consumado el matrimonio y éste lo mata. Es este crimen y la posibilidad de otros semejantes lo que los aleja de su pueblo de origen y los lleva a fundar Macondo. La historia se estructura sobre el árbol genealógico generado por ellos y también se asienta sobre la historia de Macondo, tomado como un pueblo arquetípico del Caribe colombiano que podríamos situar entre los años 1855 (unos treinta y cinco años antes de la Guerra de los Mil Días[11]) y 1955 (unos veintisiete años después de la Masacre de las Bananeras[12]).
En las primeras páginas se nos adelanta mucho de lo que sucederá y aunque no llegamos a comprenderlo nos deja una clara sensación de predestinación. En esos capítulos iniciales se narra la fundación de Macondo y algo sobre el origen de los Buendía y los Iguarán, que se remonta a la Riohacha del siglo XVI, cuando los bisabuelos de José Arcadio  y de Úrsula se conocen. En Macondo ellos consiguen la proeza de comenzar de cero, con un mundo tan estrenado que  “muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”[13].
Luego llegan, como era de esperarse, los hijos: José Arcadio, Aureliano, Amaranta, y con ellos la vicisitud de los consortes, de los hijos, de las amantes, de los amigos y de los enemigos. Los varones de la casa son de dos tipos: atolondrados, monumentales, tipos viriles, expansivos, como José Arcadio; o retraídos pero batalladores, minuciosos, aunque casi siempre osados, lúcidos y a la vez delirantes, como el coronel Aureliano Buendía, responsable de numerosos alzamientos y de muchas guerras civiles perdidas. Las mujeres de la familia permanecen en la casa, sosteniéndola con su infatigable trabajo, su decisión y  terquedad. En El olor de la guayaba, García Márquez dice que es justamente de este modo como ve a los dos sexos “las mujeres sostienen el orden de la especie con puño de hierro, mientras los hombres andan por el mundo empeñados en todas las locuras infinitas que empujan la historia”[14]. Durante la infancia de los hijos de la pareja fundadora es cuando cobran una gran importancia los gitanos, que cumplen la función de unir al pueblo con el mundo, y traen sus inventos y novedades (por ejemplo el hielo). Entre ellos, Melquíades, quien más que un gitano es un sabio, traba una gran amistad con José Arcadio y en su vejez escribe largos pergaminos que los personajes posteriores se empeñarán en descifrar sin éxito.
Los dos hermanos terminan dejando descendencia con la misma mujer, Pilar Ternera, que es la prostituta-pitonisa que da a luz a Arcadio y a Aureliano José. Arcadio se une a Santa Sofía de la Piedad, una mujer sacrificada y silenciosa a quien su nuera luego habría de confundir con “una sirvienta eternizada”[15] y tienen, como sucede tres veces en la novela, tres hijos: José Arcadio Segundo, Aureliano Segundo y Remedios, apodada “la bella”. Los hermanos son mellizos y se divierten cambiando sus identidades, al punto que llegan a compartir (aunque sin saberlo uno de ellos) una amante. Tanto reiteran este intercambio que en algún momento quedan trocados, siendo José Arcadio un “aureliano” y Aureliano un “josé arcadio” y así continúan hasta la muerte cuando por un error los entierran en tumbas equivocadas y les devuelven la identidad perdida. Es Aureliano Segundo quien se casa (los únicos dos matrimonios constituidos son éste y el de Úrsula-José Arcadio Buendía) y su mujer es Fernanda del Carpio, un personaje que García Márquez utiliza para criticar a la aristocracia bogotana y que vive pendiente de las formas y los ritos, intoxicada de prejuicios y sueños aristocratizantes. Son ellos los que tienen los últimos tres hijos de la dinastía: José Arcadio, Renata Remedios (Meme) y Amaranta Úrsula. En los dos mayores los Buendía depositan sueños de grandeza: José Arcadio está destinado a ser Papa, según su tatarabuela centenaria y ciega que le vuelca agua perfumada en la cabeza para reconocerlo en la casa; Remedios no puede aspirar a menos que un noble para compartir su vida. Ambos personalizarán profundamente la caída de la familia; el primero se transformará en una especie de “Adonis decadente”[16] y Meme, enamorada de un obrero de la más baja extracción social, tendrá un hijo bastardo y terminará sus días, muda, en un convento de clausura.  Amaranta, escapará del peso de las ambiciones frustradas de sus ancestros y se transformará en la mujer más libre, bella y plena de todo el libro. El destino la une a su sobrino, el hijo bastardo de su hermana, sin que ninguno de ellos conozca el parentesco, y se enamoran locamente hasta concebir el temido “hijo con cola de cerdo” prometido desde el comienzo de la historia. Cumplido el presagio, los nudos se desatan, se descifran los pergaminos de Melquíades y el huracán se lleva al último sobreviviente junto con lo que queda del pueblo; es el fin.




DESARROLLO

Destino y propósito de los personajes masculinos en Cien años de soledad

Antes de analizar la forma en que los protagonistas varones de la historia aman y son amados, queremos hacer una breve descripción de su papel dentro de la novela. En los comienzos de Macondo nos encontramos con una primera pareja incestuosa: José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, quienes fundarán la estirpe de los Buendía, a pesar de ser primos. Después de vencer la resistencia de Úrsula y asegurar su descendencia, José Arcadio se dedicará por completo a la búsqueda del conocimiento y la verdad. Lo hará a través del personaje de Melquíades, quien le llevará las noticias del mundo y quien le legará los manuscritos que contienen las respuestas definitivas del destino de Macondo. Los dos grupos masculinos (los Aureliano y los José Arcadio) son los encargados de hacer avanzar la historia. Ellos van desarrollando a través de etapas las tareas planteadas desde el comienzo: el desciframiento de los manuscritos y la consumación de una nueva cópula incestuosa que traerá al mundo al temido hijo con cola de cerdo[17]. Para García Márquez la voluntad masculina es la encargada de realizar los dos trabajos esenciales de construcción de la realidad: el del saber y el de la reproducción. Son los hombres los que trabajan para conocer la verdad y son nuevamente ellos los que quiebran la resistencia femenina y siembran su semilla.
Según dice Ludmer, para expresar estos dos aspectos fundamentales García Márquez realiza una división de sus personajes masculinos en pares irreconciliables.[18] El primer grupo, los José Arcadio, llevarán a cabo los trabajos referentes a la reproducción. El segundo grupo, los Aureliano, realizarán las tareas mentales que llevarán al desciframiento de los manuscritos. Este esquema nace con el primer dúo de hermanos y continúa de ese modo hasta el final, generando tres pares opuestos “mente - cuerpo”.[19]  Los varones que no participan de esta separación y en cambio representan una unidad dual, que contiene ambos grupos en un solo personaje, son José Arcadio Buendía, al abrir la ficción, y Aureliano Babilonia, al cerrarla.[20] De un modo marginal, tampoco participa de esta división funcional el último José Arcadio, que revela claras tendencias homosexuales, aunque García Márquez es reticente a explicitarlas.

José Arcadio Buendía. Pasión y desmesura

Contiene acabadamente los dos mundos masculinos: mente y cuerpo. La unión inicial con Úrsula Iguarán está condenada por incestuosa, es perseguida y rechazada por su familia y por su medio social. Los primeros meses de la pareja en los que no pueden consumar el matrimonio, la prohibición los persigue y “forcejaban varias horas con una ansiosa violencia”[21]. José Arcadio Buendía impone su voluntad, aunque tenga que ser a través de un crimen, el de Prudencio Aguilar, y una huida, hacia Macondo. En esta primera parte, el patriarca pertenece definidamente al grupo “cuerpo”: seduce y preña a Úrsula, mata a Prudencio Aguilar, se desplaza, funda Macondo, tiene tres hijos.
En la segunda parte, que comienza con la llegada de Melquíades, se revelará como un integrante decidido del grupo “mente” tomando todas sus características: pasión por el conocimiento, curiosidad, soledad, liderazgo político, frialdad.
Sus relaciones amorosas estarán signadas por esta desviación de su personalidad. En el comienzo se revela como un amante decidido, pero luego abandona este rol y se retira a desentrañar el mundo y sus leyes. Pero lo que nos llama la atención en este personaje es su pasión, su desvelo, la intensidad de su deseo. San Agustín decía “el deseo es la concupiscencia de la cosa ausente”[22] y José Arcadio no parecía tolerar fácilmente la ausencia del objeto de su deseo “habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía”[23]. Si tenemos problemas para amar es porque tenemos problemas para idealizar, dice Kristeva[24], y éstos son justamente los inconvenientes que José Arcadio no tenía: erotizaba los objetos deseados con toda la desmesura de la que era capaz. Por último no debemos olvidar que él es el único personaje que se volvió loco, que se alejó definitivamente de la realidad, que no consiguió manejar su descomedimiento y aunque ya estaba muy viejo  “se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio”[25]

El grupo “mente” y la necesidad de saber

Los Aureliano son los destinados por el autor a realizar el trabajo mental. Son silenciosos, solitarios, intuitivos, y fríos de corazón.[26] Son los que dejan una herencia cultural y no física,[27] son los que trabajan y acumulan, son los que subliman.

El primer Aureliano. El amor por sí mismo
En la historia de Aureliano, el segundo hijo de Úrsula Iguarán  y José Arcadio Buendía, encontramos una descripción acabada de un narcisismo secundario[28], una estructura psíquica que experimenta el amor a sí mismo, como fundamento, a la vez necesario y limitativo, de todo amor.
Veamos cómo esto se expresa en la novela. En la primera etapa, en su juventud, Aureliano se enamora de una niña. Esta pasión, que es claramente pedófila, se reitera en otras novelas de García Márquez y puede reconocerse como una obsesión del autor.[29]
Restaurar la pasión de ser padre y hacer de ésta el modelo de la pasión amorosa, eso es lo que está radicalmente en juego en la pedofilia. Es la razón por la que el pedófilo está íntimamente persuadido de hacer el bien a los niños con los que tiene relaciones amorosas o sexuales. También es por lo que está convencido de ser mejor educador --mejor porque más verdadero-- que el padre legal. Una pasión que no rechaza ni reprime lo que implica de sensualidad y de erotismo. Hay que señalar --es un criterio decisivo para distinguir al pedófilo del homosexual pederasta -- que el pedófilo elige al niño pre-púber. En efecto, a lo que apunta la perversión pedófila es al niño cuyo cuerpo o cuyo espíritu no han elegido aún verdaderamente su sexo. La exigencia de que el niño sea elegido antes de la manifestación de la pubertad significa que el pedófilo busca, en el niño que le atrae, el desmentido de la diferencia de sexos. El niño elegido por el pedófilo es el tercer sexo. O más exactamente es el sexo que une, confundiéndolos, los polos opuestos de la diferencia sexual.  En todo caso, el psicoanálisis del pedófilo permite poner en claro que, lo que el pedófilo busca encontrar y hacer aparecer en la figura infantil elegida por su pasión  es a  él mismo. Ahí es donde se manifiesta hasta qué punto él mismo se ha quedado convertido en un eterno niño imaginario.[30] Efectivamente, Aureliano se enamora de Remedios, una niña de nueve años que era impúber, cosa que el novio “no consideró como un tropiezo grave”[31]. Luego de un breve matrimonio, Remedios muere y comienza una segunda etapa de Aureliano, dedicada a la política y a la guerra.
En esta segunda parte, Aureliano encuentra una nueva forma de amarse a sí mismo a través de sus convicciones morales. Es una búsqueda del bien y de la verdad que él encuentra depositados en él mismo y que a partir de esta convicción trata de socializar. Esta forma de amor no tiene, para él, nada de malo y se parece mucho a la concepción de Santo Tomás que piensa que el  amor a sí mismo, a lo propio, es lo que demuestra la presencia del bien y es la única posibilidad que permite un intercambio amoroso posterior. Uno se ama, según el tomismo, porque tiene la experiencia propia e inmediata de participación en el bien y porque está más próximo a sí mismo que a cualquier otro. Esto proviene de la naturaleza, porque todas las cosas se aman a sí mismas más que a las otras.[32] En el Tratado de la caridad, dice Santo Tomás que el amor a sí mismo, liga al hombre consigo, pero además le procura “algo más”, porque al amarse consigue unirse y ser una unidad. Y sólo una vez consumada esta unidad se puede realizar la unión con el otro en la amistad o en el amor. El ser inteligente, por lo tanto, no se deja mover por el objeto deseado (y aquí parece haber una respuesta para los períodos de febril actividad o de quietud total de Aureliano) sino que juzga si el objeto conviene a la idea del bien antes de moverse.[33]
Úrsula se da cuenta de que Aureliano “no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra (…) sino que nunca había querido a nadie” y pensamos que en esto acierta con el carácter de su hijo pero también cree que “no había hecho tantas guerras por idealismo (..) sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia”[34] y creemos que en esto se equivoca porque Aureliano no se considera mejor ni peor que los otros, ni necesita probarse en una lucha; es que simplemente el amor por sí mismo lejos de ser un fin mortal o un engaño desastroso resulta para él una vía de salvación. Queda al amparo de los sentimientos, refugiado en la dureza de la razón, que es el motor de su ética política, y en los ritos de la costumbre y del trabajo que lo envuelven hasta su muerte.

Aureliano José. El Edipo y la muerte
Este Aureliano es una sombra de su padre. Su vida se truncó dos veces: la primera, al enamorarse de Amaranta; la segunda y definitiva, cuando la muerte lo encontró a través de una bala imprudente del capitán Aquiles Ricardo.[35]
A primera vista no parece pertenecer al grupo “mente”. No lo vemos buscando el saber ni relacionándose con los demás a través de sus ideales o de sus valores. Sin embargo, está ubicado en una etapa anterior y si su vida no se hubiese tronchado quizás no lo habríamos visto casado con Carmelita Montiel sino descifrando los pergaminos de Melquíades o siguiendo en la guerra los pasos de su padre.
Creemos esto porque es justamente la prohibición de la relación edípica la que lleva al hombre a desplazar su objeto de deseo de la madre vedada al saber, objeto que se aureola para el niño pequeño de la energía y sabiduría maternas[36]. Calco de la madre ideal, este objeto del saber permite al hombre construir su yo ideal y buscar con entusiasmo un objeto inmortal e inmutable. Es a través de la fecundidad simbólica, que crea objetos de sabiduría, que el hombre soslaya lo femenino y la muerte.[37]
Pero nuestro Aureliano José no pudo eludir ni lo uno ni  lo otro. Amaranta como madre sustituta le permite los juegos sexuales, aunque no su consumación. De este modo sigue siendo “madre” en lo simbólico, pero sin que un corte, claramente establecido, le permita a Aureliano acceder a un nuevo objeto de deseo. Cuando la prohibición se produce, ya es tarde y sobreviene la muerte.
Con esta interpretación rechazamos la lectura que Ludmer hace de este personaje en el sentido de que su personalidad está invertida y es, en realidad, un integrante del grupo “cuerpo”[38]. Como veremos más adelante, los Arcadio tienen una personalidad completamente diferente que está sustentada en la transgresión y en la alegría y el goce de vivir.

José Arcadio Segundo. Sublimación y melancolía
Se trata, en realidad, de  Aureliano Segundo. El cambio de personalidad, en este caso, es solamente confusión de nombres debida a la costumbre de los gemelos de intercambiárselos.
Es un integrante absoluto del grupo Aureliano: trabaja, participa en las huelgas, es dirigente gremial, se salva de la muerte, se encierra, trata de descifrar los manuscritos.[39]
Su inclinación política es más profunda que la de su tío abuelo. No solamente participa activamente en las luchas en pos de sus ideales y de la justicia sino que asume el papel de historiador dotando a estas luchas de una perspectiva temporal.
José Arcadio Segundo nunca se enamoró. Si participó en actividades tan diversas como la sodomía con burras, las riñas de gallos o la asistencia al párroco como monaguillo todo lo hizo bajo el signo de una misma pasión: la curiosidad, la necesidad de saber.
Este tercer integrante del grupo “mente” realiza acabadamente lo que Aureliano José no pudo lograr: desplazar el deseo edípico hacia el saber. En El banquete, Diotima, la gran sacerdotisa de Mantinea, la sabia extranjera cuyos sacrificios habían salvado a Atenas de la peste, dicta a Platón la concepción ideal del amor.[40] La clase de amor que Diotima explica está en total consonancia con los Aureliano. Se funda en la procreación o en la creación, la generación de cuerpos o de obras que aspiran a la inmortalidad. En el primer caso, a través del amor físico, se deja descendencia; en el segundo, la energía física se sublima y se transforma en creación. Esto es lo que hace José Arcadio Segundo: sublimar, y lo hace de un modo no exento de melancolía –definiendo melancolía como lo hace Kristeva: como una preocupación permanente en el plano moral y un rechazo doloroso en el plano sexual.[41]


El grupo “cuerpo” y una posición amoral

Los integrantes de este grupo poseen características físicas descomunales, cuerpos enormes, penes extraordinarios. Son extrovertidos, apasionados y seductores[42] Su falta de apego, su insolencia, su risa con y contra lo prohibido los hacen parecer sin interioridad, desprovistos de moral. Para ellos la vida es más bien un juego, un goce, hasta un objeto artístico si se quiere.



El primer José Arcadio. Transgresión y goce
Dueño de un cuerpo inmenso y de una “masculinidad inverosímil”, su función primordial parece ser la de gozar.[43] No trabaja ni acumula riqueza, solamente vive o toma de la vida todo lo posible. Esta libertad no es un valor para él; no es más que un juego, un desahogo más que una reivindicación. Es la gloria del gasto, del derroche, como si el autor quisiera mostrar el reverso gozoso del cristianismo. Su brío desenvuelto, extravagante, lo adorna con un misterio en el que se mezclan la fascinación con una pizca de ternura ante la fragilidad infantil del que no sabe posponer  lo que desea.
José Arcadio no sabe y no quiere renunciar a lo que desea. Su vida es un constante desafío a la Ley: no trabaja, vive de las mujeres, come carne humana, se apropia de tierras ajenas, se casa con Rebeca, su hermana adoptiva.
Esta pasión que sintió por Rebeca y que lo llevó a dejar su vida errante y a atenerse a ciertas obligaciones, ¿hubiese sido posible si ella no era una mujer prohibida por el parentesco?
Lo cierto es que José Arcadio realiza una apología de la transgresión que culmina en el misterio de su muerte, que es un asesinato ¿Quién lo mata? ¿Es Rebeca consciente de alguna infidelidad? ¿Es alguno de los hombres de Macondo, que son, en tanto hombres, sus rivales? No lo sabremos. Nos queda el recuerdo del gozador que se sostiene en la afirmación de la posibilidad del gasto, de la pérdida, hasta el infinito, para nada, por la gloria, por la vida.[44]

Arcadio. Transgresión y procreación
A pesar de que tiene la fuerza brutal de su padre, José Arcadio,  y su nombre, creemos que este personaje se coloca en una posición equívoca, similar a la de su contraparte Aureliano José. Los dos se desarrollan poco y mueren tempranamente. El también tiene una atracción  irresuelta con su madre verdadera, Pilar Ternera, de la cual, como el verdadero Edipo de Tebas, desconoce la identidad. Sin embargo logra una pareja con Santa Sofía, una mujer cuya existencia solamente se conoce a través de sus hijos (“tenía la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno”[45]) y que es una relación que desarrolla muy poco amor y menos pasión. Aquí también discrepamos con Ludmer que dice que Arcadio cumple funciones de Aureliano[46]. Creemos que es un claro integrante del grupo “cuerpo” porque no solamente tiene la fuerza y el tamaño físicos sino que también tiene una clara tendencia a la transgresión característica de los Arcadio y que no existe en el grupo Aureliano. 
Arcadio desarrolla su enfrentamiento con la ley en el campo de la política, ya que no puede hacerlo en el de la sexualidad. Como gobernante se apropia de lo ajeno y se hace rico ilegalmente, encontrando allí su posibilidad de desafiar y transgredir. También es dado a los excesos en este terreno: fusila al trompetista, castiga con desmesura a los que enfrentan su autoridad. En el terreno de la sexualidad también se expresa físicamente ya que tiene los hijos que permiten la continuidad de la familia Buendía.
Aunque tiene que atravesar frustraciones y dificultades, Arcadio también ama la vida y goza de ella como los integrantes de este grupo, cuando lo condenan a muerte no le importó porque “en realidad no le importaba la muerte sino la vida, y por eso la sensación que experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación de miedo sino de nostalgia”[47].




Aureliano Segundo. Amor y placer
Es un Arcadio totalmente acabado. Es alegre, no trabaja, ama, es bígamo, tiene hijos, goza, come con desmesura.[48]
Encarna la alegría del seductor que conquista tanto a hombres como a mujeres. En su generosidad, en su derroche, radica el origen de su fortuna.  Su  relación con los demás hombres ha mellado el filo que caracterizaba al primer José Arcadio y realiza más bien un efecto de grupo, de complicidad con ellos, que no rechaza  el cuerpo a cuerpo con su hermano (a través de la mujer compartida). Este hombre gozoso, eternamente ávido,  se acerca más a las mujeres que cualquier otro personaje de la novela, las comprende y finalmente es el único que las ama generosamente con o sin pasión de por medio. Con Petra Cotes, su amante de toda la vida, en la vejez estaban “locamente enamorados (…) gozaban con el milagro de quererse tanto en la cama como en la mesa y llegaron a ser tan felices que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros”[49]. Cuidó de Fernanda, su mujer, perdonándole sus delirios de grandeza, sus crueldades y su melancolía eternamente frustrada y con Petra Cotes “pensaban en Fernanda como en la hija que hubieran querido tener y no tuvieron, hasta el punto de que en cierta ocasión se resignaron a comer mazamorra por tres días para que ella pudiera comprar un mantel holandés”[50].
Lo que presenta Aureliano Segundo que no tienen los demás Arcadio es una “parte femenina” que le permite tomar a la mujer en todas su formas, agradables o no, como algo deseable que incita a jugar con él, que hace posible y mejor a la vida. Cuando Fernanda lo recibe en el lecho nupcial completamente tapada y con un camisón que tenía un ojal a la altura del vientre para permitir la cópula, lejos de enojarse Aureliano “no pudo reprimir una explosión de risa”[51] Mientras su hermano recordaba a Petra Cotes como una mujer “completamente desprovista de recursos para el amor”[52], él sólo pensaba en “morirse con ella, sobre ella y debajo de ella”[53].
Otra característica única de este personaje es su capacidad de ser feliz, a través de la libertad que permite la suspensión de las represiones y los resentimientos. Es la primacía del principio del placer, capaz de hacer participar a otros de su propio goce, y que se expresa en el derroche y en la alegría.

El último José Arcadio. Decadencia y dolor
Hijo de Aureliano Segundo, tomado bajo su férula por Úrsula que quería hacer de él un Papa, pertenece al grupo “cuerpo”, pero de un modo completamente diferente que sus antecesores. Tiene una fijación edípica con Amaranta, pero también desarrolla una relación intensa con su propia madre y con su tatarabuela. Si bien es dado al goce físico y a la transgresión y no presenta ninguna característica del grupo Aureliano, este José Arcadio no disfruta de la vida; es un exponente de la decadencia de la familia. Tiene asma y tiene miedo “de todo cuanto Dios había creado en su infinita bondad y el diablo había pervertido”[54]. Su afición por los niños y los adolescentes junto a sus características lánguidas y afeminadas lo hacen parecer un pederasta.
Dice Kristeva: “En el hundimiento del entusiasmo, en el reino del abismo, es donde se lee la influencia insuperable de una madre asfixiante (…) que lo sume en la tristeza de la inacción y la desesperación”[55].  Portador no solamente de una sino de tres figuras maternas asfixiantes, José Arcadio goza de las angustias de este abismo en el dolor moral de la decadencia tan deseada como condenada.

Aureliano Babilonia. Pasión y muerte
Como personaje de cierre del relato une los rasgos de los dos grupos, es intelectual y luego es un amante desaforado. Realiza el incesto (no el Edipo, que está estrictamente prohibido en el libro), y solamente así logra comprender los manuscritos.[56] El cuerpo le franquea la entrada al saber, pero también a la muerte, que anidaba precisamente allí.
La  relación que mantiene con Amaranta Úrsula, su tía, aunque ambos ignoran el parentesco, está signada por una doble prohibición: es incestuosa y adúltera. “Era una pasión insensata, desquiciante, que los mantenía en un estado de exaltación perpetua.”[57] Su amor es transgresor, ilegal. Hay muchos autores que creen que esta característica infractora, violadora de normas hace a la definición del amor. Así lo entendió Shakespeare en la obra que inmortaliza la pureza de este sentimiento, Romeo y Julieta. El matrimonio, por el contrario, su legalización, hace de ese estado de deliciosa inestabilidad un conjunto coherente, reglado, un pilar de la reproducción  o un contrato social.
Visto de este modo, como lo ve Shakespeare, y como creemos que también lo ve García Márquez, los amantes clandestinos son el paraíso de la pasión amorosa. Hay, en la felicidad de los amantes secretos, el intenso sentimiento de acercarse cada vez más al castigo. El secreto garantiza el idilio y el peligro lo inflama.[58]
Pero si su amor está prohibido y el matrimonio no garantiza la continuidad del amor, entonces la muerte es la única salida. Lo es en Romeo y Julieta y lo es en Cien años de soledad. Filtrada por la pasión, idealizada, la muerte adquiere así un carácter decididamente gótico[59]. “Me quedaré contigo todavía y ya no saldré jamás de este palacio de la noche oscura ¡Aquí me quedaré con los gusanos que son tus servidores!”[60]
Al respecto dice Ludmer “Lo esencial es que nunca hay sexo ni amor apasionado con la mujer que es madre de los hijos (propios)  (…) el amor (la pasión sexual)  sólo existe con mujeres que todavía no son madres o con mujeres que no llegarán a serlo. (…) A todo lo largo de Cien años se diferencian netamente las funciones de las mujeres madres y de las mujeres como objeto de deseo”[61].
En este amor-pasión se realiza el realce del presente, del instante, en contraposición con la perspectiva histórica del amor matrimonial “perdieron el sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos”[62]. Como en Romeo y Julieta, la muerte espera al final de la obra. Muere Amaranta Úrsula en el parto, muere su hijo abandonado, y muere Aureliano Babilonia llevándose consigo al mismo Macondo. La muerte lo destruye todo y, de este modo, lo perpetúa, lo hace historia y relato.





CONCLUSIONES

En resumen, los personajes masculinos de Cien años… se dividen en dos grupos que encarnan las dos tareas que permiten la supervivencia humana: la reproducción y la creación. Estos dos trabajos que García Márquez confía a la voluntad masculina conforman en la novela dos tipos de personalidad y dos formas de amar.
En el grupo “mente” o grupo Aureliano encontramos la creación de conocimiento, la búsqueda del saber, el liderazgo político y una forma de amor sublimado que se concentra en estos objetos culturales y se proyecta hacia ellos desde el yo que es el principal destinatario de este amor. Es el amor por ellos mismos lo que les otorga la seguridad  y disposición necesarias para construir culturalmente y producir ideas y realidades de tipo social.
En el grupo “cuerpo” o grupo Arcadio hallamos por el contrario la transgresión de la ley como la vía para la reproducción física y un desarrollo de sus integrantes en tanto individuos mucho más pleno. Los Arcadio  desafían y gozan y llegan a amar al otro como parte del amor por la vida misma.
En el libro de García Márquez así como en la literatura toda encontramos un espacio privilegiado para hablar del amor, ya que la práctica literaria es una experiencia amorosa, un lugar donde los ideales con su forma metafórica construyen su sentido. También es un espacio de identificaciones que nos lleva a vivir innumerables acontecimientos transformados en metáforas de nosotros mismos. Quizás esta aventura, este viaje a Macondo, nos  sirva entonces para construir algo de nuestra identidad.





BIBLIOGRAFIA

André, Serge. (1999) La significación de la pedofilia. Madrid: Siglo XXI.
García Márquez, Gabriel. (1967) Cien años de soledad, Buenos Aires: Sudamericana.
García Márquez, Gabriel. (1985) El amor en los tiempos del cólera. Buenos Aires: Sudamericana.
García Márquez, Gabriel. (1994) Del amor y otros demonios. Buenos Aires:  Sudamericana .
García Márquez, Gabriel. (2004) Historia de mis putas tristes. Buenos Aires: Sudamericana.
Kristeva, Julia. (1987) Historias de amor. Madrid: Siglo XXI.
Laplanche, Jean y Pontalis, Jean Bertrand (1967) Diccionario de psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós
Ludmer, Josefina. (1972) Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
Platón. (2006) El Banquete. Madrid: Tecnos.
Shakespeare, William. (1966) Romeo y Julieta, Buenos Aires: Losada




NOTAS



[1] Gabriel García Márquez. (1994) Del amor y otros demonios. Buenos Aires: Sudamericana (p. 89).
[2] Josefina Ludmer. (1972) Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina (p. 89).
[3] Platon. (2006) El Banquete. Madrid: Tecnos (p.45).
[4] Julia Kristeva. (1987) Historias de amor. Madrid: Siglo XXI (p.194).
[5] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 19).
[6] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 42).
[7] Julia Kristeva. Op. Cit. Madrid: Siglo XXI (p. 3)
[8] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. (1982) El olor de la guayaba. Buenos Aires: Sudamericana. (p.105).
[9] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.18).
[10] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.106).
[11] La Guerra de los mil días fue una guerra civil que asoló a la República de Colombia entre 1899 y 1902 . El conflicto fue un enfrentamiento entre miembros del Partido Liberal Colombiano contra el gobierno conservador del presidente Manuel Antonio Sanclemente y el vicepresidente José Manuel Marroquín, a quienes se acusó de gobernar de forma autoritaria, excluyente y poco conciliadora
[12] La Masacre de las Bananeras es un episodio ocurrido en la población colombiana de Ciénaga en 1928 cuando las fuerzas armadas de Colombia abrieron fuego contra un número indeterminado de manifestantes, trabajadores de la United Fruit Company.
[13]  Gabriel García Márquez (1967) Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana (p.20).
[14] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.24).
[15] Gabriel García Márquez (1967) Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana (p.473).
[16] Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.110).
[17]  Josefina Ludmer. (1972) Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina (p. 129).
[18] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 49).
[19] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 131).
[20] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 116).
[21] Gabriel García Márquez (1967) Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana (p.34).


[22] Julia Kristeva. (1987) Historias de amor. Madrid: Siglo XXI (p.140).
[23] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.14).
[24] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.150).
[25] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.111).
[26] Josefina Ludmer. Op.cit. (ps. 45, 50, 107, 111, 125).
[27] Josefina Ludmer. Op.cit. (p. 48).
[28] Laplanche y Pontalis (1967) Diccionario de psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós (p.264)
[29] En Memoria de mis putas tristes, relata la historia de un anciano periodista de 90 años que se enamora de una adolescente virgen de dieciséis a la que apoda Delgadina por su figura andrógina  y en El amor en los tiempos del cólera, Florentino Ariza, de setenta y seis años sostiene una relación con América Vicuña, su discípula de catorce años.
[30] Serge André. (1999) La significación de la pedofilia. Madrid: Siglo XXI (p.82).

[31] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.99).
[32] Julia Kristeva. Op. Cit. (p.163).
[33] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.160).
[34] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.331).
[35] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.208).
[36] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.65).
[37] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.66).
[38] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 51).
[39] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 113).
[40] Platón. (2006) El Banquete. Madrid: Tecnos (p.21).
[41] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.67).
[42] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 46).
[43] Josefina Ludmer, Op. cit. (p.96).
[44] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.181).
[45] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.155).
[46] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 51).
[47] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.163).
[48] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 114).
[49] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.448).

[50] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.447).
[51] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.280).
[52] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.256).
[53] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.256).
[54] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.487).
[55] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.67).
[56] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 129).
[57] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.532).

[58] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.187).
[59] Julia Kristeva. Op.Cit. (p.190).
[60] William Shakespeare. (1966) Romeo y Julieta, Buenos Aires: Losada (p.112)
[61] Josefina Ludmer, Op. cit. (p. 120).
[62] Gabriel García Márquez. Op. Cit. (p.533).

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